viernes, 27 de octubre de 2017

Del cumplimiento a la vivencia (Mt 22, 34-40)

Quiero romper una lanza a favor de los fariseos, saduceos y toda la clase contraria a Jesús de Nazaret. Gracias a ellos Jesús nos dio, nos sigue dando, lecciones de vida que jamás se han vuelto a dar ni vivir con tal intensidad. Gracias a las constantes provocaciones de los fariseos tenemos encarnada y vivida hasta el extremo la Ley de la Vida, el Amor. (Disculpad esta ironía)
¿Maestro cuál es el mandamiento más grande de la ley? Una vez más Jesús, sin rechazar la ley, reinterpreta, renueva y supera toda ley humana.
Amar al Señor es relativamente “fácil”; amar-adorar a Dios sólo requiere de prácticas (la mayoría externas) que no implican demasiado a la persona, sino más bien al culto vacío y superficial. En tiempos de Jesús cumplir la ley del templo era primordial para demostrar el amor a Dios.
Jesús sabe que lo verdaderamente puro es lo que sale de dentro del hombre, del corazón. Y no hay nada que pueda salir y que podamos ofrecer con garantías de autenticidad, si antes no ha sido asumido y querido por nosotros mismos.
Amar a Dios… ¿Qué es amar a Dios? ¿Quién es y en qué está Dios? ¿Qué implica amar a Dios? Jesús está harto de ver cómo los que más amaban a Dios a la luz del pueblo, los que más “cumplían” la ley eran los que menos vivían el primer mandamiento. Porque uno no puede amar a Dios si no ama a la persona, si no reconoce en la persona la mano creadora de Dios. Si no se reconoce en uno mismo y en el otro la obra más perfecta de Dios, no se ama a Dios.
“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Es difícil amar a los demás si uno no se ama a sí mismo. No, no estoy hablando de practicar el hedonismo que pone a la persona como centro de todo. No me refiero a un mero antropocentrismo vacío sino a algo mucho más profundo que casi está llegando a ser una pandemia moderna; el rechazo y la no aceptación de uno mismo, el no gustarnos a nosotros mismos, no estar convencidos de quién somos o cómo somos. No descubrirnos como don de Dios al servicio de los demás es el principio de la ruptura del primer mandamiento.
El amor de Dios ha de nacer desde lo más íntimo de cada ser creado por Él. Amándonos, cuidándonos, aceptándonos, descubriéndonos como hijos suyos… podremos amarle a Él y, por consiguiente, podremos irradiar y ofrecer amor hacia los demás. Porque nadie puede dar lo que aún no tiene.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario