sábado, 2 de septiembre de 2017

Ungidos para amar (Mt 16, 21-27)

“Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. Nadie ha dicho que Jesús no tuviera enfrentamientos serios y discusiones con sus discípulos, y creo que este pasaje es una de ellas. Cuando Jesús llega a llamar Satanás a su discípulo Pedro, es porque no puede tolerar, no tiene el tiempo para ello, que sigan con la idea del Mesías que tradicionalmente todo el pueblo de Israel tenía. Esa idea era la del ungido como rey o sumo sacerdote, a imagen de los que habían pasado por la historia hasta el momento.
Pero Jesús tenía que transmitir la idea de que su mesianismo era absolutamente distinto, sería un reinado en la tierra que lideraría a los pobres y oprimidos, a lo más negado y despreciado de la sociedad, el mesías sería la imagen de esa casta descastada y no de los reyes y sacerdotes que vivían intramuros.
Este era el cambio necesario del AT al NT, del judaísmo más tradicional y anquilosado al descubrimiento de un Dios que se da hasta el punto de encontrar la muerte en manos de los hombres. Pero, cuidado, esto no quiere decir que tengamos a un Dios asesino o a falta de compasión con su propio Hijo, que lo entrega hasta a muerte, sino que los hombres no supimos, ni sabemos, descubrir a Dios en lo cotidiano, lo cercano y lo más humilde y despreciado.
“Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. Ciertamente esta afirmación parece radical y excluyente, y en cierta medida lo es pero como cualquier decisión importante en la vida que requiere posicionarse y elegir, aunque la radicalidad aquí reside en la elección y no en la connotación negativa que para nosotros tiene hoy esa palabra.
La sociedades de nuestro tiempo solo se preocupan de sí mismas, me atrevería a decir que en muchos casos incluso cuando lo revisten de acción humanitaria hacia otros. Buscamos nuestra comodidad y nuestro bienestar a tales niveles que vivimos en la sobreabundancia. Y ya no es solo eso sino que nuestros ojos y corazón se están acostumbrando a ver impasiblemente las masacres a través de una pantalla, creyendo que todo eso es ajeno a nosotros. Necesitamos descubrir a Dios en todo ello, en todas las personas que sufren por algún motivo.
Los cristianos tenemos una responsabilidad como bautizados y confirmados (esa es la nueva unción que propone Cristo y no la de los reyes de Israel); esa responsabilidad y vocación es la de detectar el sufrimiento y saber acompañar con alegría y gozo, porque hemos sido ungidos para amar. Que no caigamos en el error de Pedro al no querer descubrir a Jesús en el sufrimiento y la debilidad del mundo y que, por el contrario, como después le pasó al discípulo, sepamos proclamar a Jesús como el nuevo ungido, el Mesías, y estemos dispuestos a desgastar nuestra vida por el proyecto del Reino.

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