jueves, 13 de julio de 2017

Acoger para dar fruto (Mt 13, 1-23)

La archiconocida parábola del sembrador siempre mueve y remueve las conciencias, invita a la reflexión tanto personal como comunitaria. Pero es precisamente por su popularidad y su difusión en la historia del cristianismo (una de las más utilizadas e interpretadas) por lo que resulta más difícil no dejarse llevar por las interpretaciones ya hechas, muy válidas por supuesto, y poder encontrar  otras luces que nos muevan a dicha meditación y reflexión.
No quiero ceñirme a la típica interpretación y más extendida, no por ello menos importante, en la que se compara al sembrador con el sacerdote, y a la semilla con la Palabra, y las diferentes tierras o lugares donde cae dicha semilla con la disposición o no del oyente ante dicha Palabra.
Llevo mucho tiempo intentando darle sentido y entender la dureza con la que habla Jesús en esta parábola  y más adelante me referiré a ello.
En referencia a los distintos lugares donde cae la semilla (a lo largo del camino, en el pedregal, entre abrojos y en tierra buena). Es cierto que la Palabra es la misma para todos y para todas las partes de la tierra, es cierto que la disposición de cada persona ante dicha Palabra no es la misma, ni tampoco los frutos de la misma en la vida del oyente. Pero también es cierto que el terreno personal de cada uno forma parte de la historia del mismo, del que cada uno es  protagonista pero en el que también han intervenido otras personas y circunstancias, que han hecho que esa tierra sea comparable tanto con lo más duro del pedregal, como con la tierra más fértil que hace germinar.
No es esto una justificación ante la dejadez o el desprecio, quizás en algunos casos, que pueda haber ante la Palabra, sino más bien un afán de compresión ante las diferentes maneras de acoger la misma. ¿Hay sólo una manera de escuchar, interpretar e incluso madurar la Palabra? ¿Era la única forma de interpretar la Palabra la que tenía el Sanedrín? ¿Le valía cualquier interpretación de este a Jesús?
Por supuesto que, con todo el respeto y además aceptación personal, el Magisterio de la Iglesia es quién en sus manos tiene la responsabilidad de la guía de la comunidad a través de la buena interpretación de la Palabra, pero también creo que hay, dentro de ese Magisterio y de la comunidad teologal cristiana, otras voces que hacen de la Palabra algo fresco y actual, un aliento renovado y respetuoso, abierto y ecuménico. Quiero ver en la “Evangelii gaudium” del papa Francisco una invitación abierta, aunque no descontrolada ni descerebrada, a la evangelización.
Es cierto que, como dice Jesús: “¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron…”. Tanto su generación como la nuestra, somos dichosos porque sabemos de primera mano, de la suya, qué quiere Dios de nosotros, hemos visto al Mesías, lo conocemos, aunque a veces no le reconocemos. Pero a  la misma vez me resultan duras sus palabras, cuando, al dar razón de porqué hablaba en parábolas, les dice a sus discípulos que: “A quién tiene se le dará y a quién no tiene se le quitará hasta lo que tiene…porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”.
A mucha gente le desconciertan estas palabras de Jesús. No parece Él, no parece su lenguaje, su estilo… Y es cierto que no es posible entenderlas si no echamos la vista atrás y vemos cómo, en los capítulos anteriores, Jesús se tiene que enfrentar ante la incredulidad de su pueblo, ante lo oposición y la cerrazón de los sabios y entendidos, ante la incomprensión de los suyos, a  los que el Padre se les ha querido revelar, ellos precisamente son los que menos lo acogen y lo entienden. Parece como si Jesús se frustrara en el intento de hacerles ver y entender, y el resultado fuera como el que predica a las piedras, o aún peor. Con estos precedentes y sabiendo lo que se decía, Jesús pronuncia estas palabras que en la parábola del sembrador resuenan tan excluyentes y duras.
Por eso Señor, dame (danos) la fuerza para poder acogerte, porque no es fácil, porque a veces no es el momento adecuado, a veces mi tierra es seca, dura o simplemente está con cizaña que no deja que tu Palabra cale. Que tu semilla caiga en mí y yo, al menos, la deje estar para que cuando llegue el momento adecuado, la acoja entre mis brazos y la haga germinar. Comprende a tod@s aquell@s que, por muy diversas causas, no se dejan calar, no te entienden, no te acogen.

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