viernes, 9 de junio de 2017

Trinidad...Dios del Amor (Jn 3, 16-18)

Entenderemos mejor este pasaje del evangelio de Juan si somos conscientes de la conversación que mantienen, justo antes de esto, Nicodemo y Jesús. Este fariseo, Nicodemo, le dice claramente a Jesús que sabe que ha venido de parte de Dios, y literalmente afirma: “Pues nadie puede hacer esos milagros que tú haces si Dios no está con él”. Sin ser consciente, está identificando a Jesús con el Padre, está reconociendo el misterio profundo de la Trinidad.
Jesús le asegura a Nicodemo que es necesario nacer de lo Alto, nacer de nuevo, renovarse, porque si esto no se hace no es posible ver el reino de Dios. Si no hay una profunda y verdadera conversión de corazón, si se sigue con los esquemas, creencias, prácticas y conceptos pasados, no es posible ni aceptar, ni descubrir, ni participar del reino. Y se lo dice precisamente a un principal de entre los fariseos. Evidentemente todos, incluidos los fariseos, veían los signos y palabras de Jesús y, en el fondo, lo admiraban aunque las formas no fueran las esperadas. Por eso Jesús les pide, antes de nada, conversión de corazón, que nazcan de nuevo. Es necesario un nuevo nacimiento espiritual para dejar nuestras ideas, y así hacer sitio en nosotros a Dios y la novedad que, cada día, nos ofrece.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Ciertamente, el misterio de la Trinidad es eso, un misterio, y como tal queda sólo en el “conocimiento” de Dios, pero lo que si podemos entender, o más bien experimentar, de dicho misterio es que Dios trinitario significa Dios del Amor. Un Dios que no hace nada más que entregarnos, regalarnos vida, nos regala como Padre la creación, nos entrega a su Hijo y sigue entregándonos su presencia en el Espíritu Santo, haciendo que podamos descubrir a Dios en cada acontecimiento de la historia. El cristiano que entiende esto, ya está experimentando a un Dios trinitario.
 “El que cree en Él no será condenado, el que no cree ya se ha condenado”. El hombre, los hombres nos condenamos muchas veces  con nuestras actitudes, pero también con nuestras omisiones. Por eso, el que conociendo la Verdad y la Luz no se deja guiar por ellas, se está condenado a vivir en la mediocridad de guiarse y rodearse de cosas y personas que no llenan en plenitud, ni pueden ofrecer nada más allá de lo humano.
El que conociendo la Verdad reniega de ella sabe que su vida no será plena porque ya ha conocido la Verdad, porque estará escapando siempre sabiendo que puede estar mejor pero que, por comodidades menores o egoísmos completamente terrenos, está viviendo en la penumbra que crea  la Luz. Está viviendo a la sombra de la Verdad que ya conoce.
Conocemos a Jesús y el proyecto del reino, y si actuamos en contra de él estamos anteponiendo nuestros planes a Dios.
Dios no quiere el mal del mundo, no ha venido para condenar sino para dar Vida, para salvar. Por  eso Dios envía a su propio Hijo entre nosotros, entre TOD@S nosotros, en mitad del mundo. Para que por Él y solo por Él encontremos la salvación. La iglesia es un medio para la salvación, pero el único necesario e imprescindible es Jesús de Nazaret; Su Amor, reflejo del Padre,  es el camino necesario para vivir en la plenitud de la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario