sábado, 24 de junio de 2017

¡No tengáis miedo! (Mt 10, 26-33)

El miedo… ese sentimiento, esa sensación, ese mecanismo a veces de defensa que nos protege y otras muchas que no nos deja avanzar. Hoy Jesús nos invita a no tener miedo.
“No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse…”.Es fácil decirle a alguien que tiene miedo a algo que no tiene porqué tenerlo, que es algo psicológico, que no pasa nada… pero en realidad no es tan fácil. Cada uno tenemos nuestros miedos y temores en la vida, y estos condicionan dicha existencia. Pero Jesús nos habla de un miedo muy concreto, nos dice que no tengamos miedo a los hombres.
Entre los hombres nada es eterno y por eso la verdad, antes o después, siempre sale a la luz; Lo que tarde en salir no nos ha de preocupar, sólo tenemos que trabajar en paz y con la seguridad de que estamos cerca de ella y que aunque no nos acepten, nos calumnien e incluso persigan debemos estar tranquilos y confiar en el que ha puesto en nosotros esa Verdad y nos acompaña siempre, el Espíritu.
Este evangelio podemos aplicarlo tanto a nuestra vida personal como al ámbito eclesial. ¿Cuántas veces no avanzamos porque preferimos la seguridad y la comodidad de lo conseguido, de lo que ya tenemos, aunque sea pobre respecto a nuestras cualidades y posibilidades, por miedo a perderlo todo o al fracaso? En algunas ocasiones he podido escuchar a personas, ya ancianas, decir lamentándose que ojalá hubiesen hecho esto o aquello, o  no hubiesen evitado tal cosa o a tal persona… En fin, es cierto que cuando ya se ven las cosas echando la vista atrás es fácil ver lo errores que en el momento de vivirlo no vemos, pero hay cosas, valores, actitudes que sabemos a priori que son buenos, justos y que realmente nos aportarán felicidad, y esos son a los que no debemos renunciar. Esos valores y actitudes son para los que necesitamos valentía, incluso remar a contra corriente. La fe, confianza en Dios, el abandono sano y activo en Dios no podemos perderlo, no tenemos que tener miedo a confesar públicamente cuál es nuestra fe, cuál es nuestro baluarte y el Señor de nuestra vida.
En el ámbito eclesial nos invaden las cobardías y los refugios en seguridades (liturgias trasnochadas, morales que son moralinas de época pero no actitudes evangélicas, poderes y cargos efímeros…). Tenemos miedo a salir de lo que nosotros mismos hemos creado para nuestra “seguridad” y comodidad religiosa, y eso nos impide descubrir el verdadero rostro de Dios en los hermanos, en la diferencia, en lo que creemos miseria  pero en realidad es el objetivo del amor de Dios.
Quizás no podemos solos, es cierto que hace falta ser muy valientes, héroes (santos) para poder primero descubrir dónde y cuándo debemos estar y luego para saber cómo debemos actuar, pero Jesús nos lo deja claro en este evangelio: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”.
Danos Señor la valentía de saber qué quieres de nosotros y de no renunciar a Ti por nuestros miedos.

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