sábado, 27 de mayo de 2017

Volver a Galilea (Mt 28, 16-20)

“Los once discípulos se fueron a Galilea…”. Después de la Pasión, la Pascua y Pentecostés, los discípulos vuelven  a sus orígenes, vuelven a Galilea, donde todo empezó.
Volver a las raíces es, muchas veces, la única manera de hacer las cosas bien, la única manera de garantizar la fidelidad al reino. No se trata de un acomodarse en la seguridad del pasado sino de un beber de las fuentes.
Hoy, en la Iglesia, atendemos a una desbandada de hermanos que, por diferentes razones, se alejan de la comunidad. Sean cuales sean los motivos (algo que nos atañe a todos) lo que es común es el rechazo a la que es su comunidad, la no identificación con lo que es o cómo se vive dentro de ella. Es preocupante ver como en la generalidad de nuestras iglesias, es la gente mayor la que acude domingo tras domingo. Es curioso ver cómo en la liturgia de la eucaristía, celebración clave y principal de nuestra fe, las respuestas son tímidas y mecánicas. Es triste oír sermones que, más que buenas noticias (εὐαγγέλιον), son regañinas y llamadas de atención a los muchos pecados de los fieles; Pero también es triste ver la falta de implicación y compromiso de los que nos llamamos bautizados (queden incluidos también los que no acuden a la comunidad y se han alejado).
Ya no es tiempo de lamentos veterotestamentarios, ya no es tiempo de tristezas y golpes de pecho que se quedan en el gesto pero que no solucionan nada. Es tiempo de volver a la raíz, es tiempo de encontrarse de nuevo con Jesús en Galilea, tu Galilea; Tú con Jesús, el momento en el que le descubriste, el momento en el que te enamoraste de Él, de su Buena Noticia. El gran problema es si eso nunca ha ocurrido, si no hemos descubierto personalmente a Jesús, a Dios en nuestra vida sino que nos lo han dado, nos lo han enseñado sin más y sólo lo conocemos de oídas.
Es cierto que no hay fórmulas mágicas para solucionar este panorama, pero quizás una de las claves sea esa: “Volver a Galilea”; Encontrarnos allí con Jesús. Él también nos llama, como a los discípulos, para que volvamos a sentirle en la raíz, en la pureza y la inocencia del inicio de una relación.
“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. La Iglesia dice de sí misma en el Concilio Vaticano II que es: “Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu” (LG 17). Estas tres imágenes responden a nuestro origen trinitario. Dios elige al pueblo, el pueblo son sus hijos queridos. No debemos caer en el exclusivismo porque eso no hace nada más que apartar, crear “apartheids religiosas” y olvidarnos de nuestro origen divino, de nuestro ser de hijos de Dios.
Precisamente en el ejemplo de Dios Hijo, Dios encarnado, hemos de poner nuestra atención para poder ser su cuerpo en esta tierra. Teniendo a Cristo como cabeza perfecta de este cuerpo imperfecto, guiado y animado por su Espíritu que sólo puede estar en y con nosotros si nos abrimos a Él y no permanecemos cerrados. Sólo podemos ser imagen del Dios Trinitario si aceptamos en nuestra vida un Pentecostés transformador.
“Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Bautizar y aceptar el bautismo trinitario, supone aceptar la presencia de Dios en la historia de la humanidad, aceptar una Historia de salvación. Ser bautizado es una gran responsabilidad; Hoy echamos en falta más que nunca ese compromiso que requiere el ser cristiano. Ser bautizados hoy y aceptarlo de verdad y con todas sus consecuencias no es fácil, pero sólo el que se sabe lleno del Espíritu goza de sus dones y siente que la vida no es vida sin Él; Que si nos falta Él somos como fantasmas perdidos en medio de la historia humana, números efímeros en la fría y, a veces, cruel historia humana.
El cristiano que toma en serio su bautismo es el que ha asumido estas palabras: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

sábado, 20 de mayo de 2017

El "Defensor" (Jn 14,15-21)

Hasta sus últimos momentos en la tierra, Jesús demostró el cariño y sensibilidad hacia los que estaban o podían estar más desprotegidos. Por eso se preocupa también de los suyos, de sus discípulos, porque sabe que se sentirán solos y abandonados cuando Él no esté con ellos. Ese es el motivo por el que les adelanta que no deben temer porque tendrán un “Defensor”, el Paráclito, el Espíritu de la verdad, con ellos.
Jesús sabe lo difícil que resultará la proclamación del Reino de Dios entre los hombres. Ya en otros momentos les había alertado de que serían perseguidos por esta causa, por su causa, es por eso que necesitarán un “Defensor”, alguien que les de la fortaleza, templanza, sabiduría… (En resumen, los siete dones que ofrece el Espíritu Santo) necesarias para ser fieles y no abandonar.
Es cierto que si nos tomamos en serio la tarea del Reino y la llevamos hasta sus últimas consecuencias, dicha tarea nos puede llegar a exigir hasta nuestra propia vida. El mensaje de Jesús, siendo universal,  no es acogido de la misma manera en todos los rincones de la tierra, y ya tenemos la experiencia de ver como alguno de nuestros hermanos, a lo largo de  la historia de la Iglesia, han entregado su vida como hicieron alguno de los primeros discípulos imitando al Maestro. Pero hay muchas formas de entregarse a la tarea del Reino y no todas son entregando literalmente la vida sino que también con nuestro tiempo, nuestra defensa (apología según los Padres de la Iglesia) y con nuestra voz en medio de una sociedad hostil a Dios, podemos entregarnos.
Cuando Jesús mismo dice que nos dejará un “Defensor” es porque era consciente de que la tarea nos traería problemas y que muchas veces tendríamos que ir a contracorriente en las sociedades que nos tocara vivir. Los cristianos sufrimos el rechazo constante de algunos sectores de la sociedad, últimamente de la política extrema, que va de “progre” y social pero termina siendo la primera dictadora y antidemocrática: persiguen la enseñanza religiosa en la escuela, intentan anular la eucaristía televisada, reclaman edificios de culto que han pertenecido a la comunidad eclesial durante siglos…

Hoy Señor necesitamos de tus siete dones al igual que los necesitaron nuestros hermanos de la comunidad primitiva. Envíanos al “Defensor”, el Paráclito, el Espíritu de la verdad, tu Espíritu Santo para que seamos tus testigos hoy y aquí, siempre y en cualquier lugar.

sábado, 13 de mayo de 2017

"No perdáis la calma" (Jn 14, 1-12)

“No perdáis la calma…” nos dice Jesús. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.  De alguna manera nos está animando a no perder la fe, a no perder el rumbo de nuestra vida, nuestro horizonte que es Dios. Cuando los discípulos intuyen que Jesús les va a dejar y que pueden verse solos, comienzan a temer y notar esa soledad e inseguridad de la falta del Maestro, pero Jesús les muestra el verdadero camino para no perderse, Dios Padre que está y es Él mismo.
“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Estás secuencias (sobre todos los capítulos 14 y 15) del evangelio de Juan en las que Jesús habla de la relación que le une al Padre, también al Espíritu, han sido, entre otras, la causa del gran cisma entre Oriente y Occidente (la cuestión del Filioque). Por tanto, no hemos de restar importancia a su explicación, pero más allá de las consecuencias históricas, hemos de centrarnos en el claro mensaje que hoy nos transmite a todos los que seguimos a Cristo, cristianos sin distinción de confesión.
“El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras”. Jesús nos invita a centrarnos en las obras que salen de su persona porque de esa manera conoceremos la manera de actuar de Dios. El pueblo judío en el que vivió Jesús era excesivamente ritualista y valoraba más la adoración y el culto que la ética de las acciones. Jesús les muestra a un Dios que se hace carne y que actúa, un Dios que también habla en el actuar. Jesús les acerca a Dios, les pone a Dios a su misma altura para que puedan reflejarse en Él y puedan imitarlo.
Como afirma José Mª Castillo: “La adoración se despacha pronto. La imitación es una carga pesada que no nos deja y nos exige constante vigilancia”. En ese sentido Jesús nos invita a imitar las obras de Dios, a ser como Él, a no tener miedo de seguirle. Aquí radica la dificultad de ser cristiano, en hacer de nuestra vida, de nuestras obras, el espejo donde los hombres vean a Dios.
Que nuestra vida sea el reflejo del amor de Dios a los hombres, sin distinción, y la bondad y caridad constantes. Ese es el camino que hemos de seguir, la verdad que Cristo nos enseña.

sábado, 6 de mayo de 2017

La verdadera puerta (Jn 10, 1-10)

Este pasaje del evangelio puede llevar fácilmente a la errónea interpretación si no vamos a lo profundo de su mensaje.
Es cierto que Jesús era rotundo y tajante en según qué cosas o con qué temas y, aunque pueda dar esa impresión, aquí no está vanagloriándose de ser el único Señor y Salvador, que es cierto que lo es, sino que avisa de los falsos o malos pastores que dan rodeos y se escabullen para no atender a sus ovejas. En tiempos de Jesús abundaban falsos mesías y los malos pastores (sacerdotes y dirigentes que no obraban según la ley de Dios sino según sus intereses y leyes).
“Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas”. El pueblo de Jesús, el pueblo judío, venía de una tradición semítica e itinerante y por eso la imagen del pastor (patriarca) conduciendo y dando ejemplo a sus ovejas era para ellos bien conocida. Un buen pastor conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen y reconocen su voz y le siguen. Ese pastor es capaz de dar su propia vida por ellas. Su trabajo no es para percibir un simple salario sino para la gloria de Dios y la construcción del Reino. Jesús ve cómo el pueblo sigue plenamente confiado, muchas veces también por miedo, a líderes del templo y sacerdotes que no son ejemplo y buscan la corrección y el cumplimiento en los demás, mientras ellos se saltan la ley que predican y no entran por la puerta verdadera, que no son las leyes que han inventado ellos sino el actuar y vivir desde el mismo amor de Dios.
En la iglesia de Jesús hemos de reconocerle a Él. Sólo reconociendo, primeramente, su voz y sus palabras podremos seguirle. Si no hacemos esto corremos el riesgo de seguir a pastores incoherentes que hacen un mal uso de la autoridad que les ha venido conferida por Dios y que no saben lo que dicho poder significa. Pastores que viven en la opulencia y la apariencia exigiendo moral y haciendo moralina en sus sermones mientras ellos no son capaces de entrar por la puerta verdadera. Pero también es cierto que Dios ha bendecido la iglesia dotándola de pastores que antes de guiar al rebajo han sabido escuchar la voz del verdadero Pastor, y guían con amor a su pueblo ofreciendo su vida en sacrificio y verdadera entrega al reino.
Doy gracias a Dios por esos pastores que hemos tenido, y tenemos, en nuestra vida y que son reflejo del amor de Dios, pastores que al llamarnos reconocemos en su voz al verdadero Jesús, el Jesús de Nazaret.