sábado, 1 de abril de 2017

La puerta hacia la VIDA (Jn 11, 1-45)



Lejos de estudiar la historicidad total o parcial del este relato tan detallado del evangelista Juan, que narra lo que tradicionalmente hemos llamado la resurrección de Lázaro, creo que es importante recordar que el sentido del texto y el mensaje que transmite es lo que realmente importa.
El relato evidencia el amor que los tres hermanos: Lázaro, Marta y María profesaban a Jesús y cómo este vivía recíprocamente dicho amor. Son posiblemente los mejores amigos de Jesús en este mundo, y su casa en Betania, cerca de Jerusalén, serviría a Jesús de refugio y descanso al término de muchos días en los que le era imposible pasar desapercibido y estaba extenuado debido a la multitud que le seguía.
Esa amistad y amor, que refleja tan transparentemente el texto de Juan, se hace más evidente cuando llega Jesús a Betania y se encuentra con que su amigo Lázaro había muerto. Previamente le habían hecho llamar las dos hermanas mientras Jesús no estaba en Judea, y para cuando quiere llegar ya lo habían incluso enterrado. El sufrimiento y dolor ante la pérdida del hermano, las lágrimas desconsoladas de Marta y María, hacen que Jesús les acompañe en su sentimiento y llore con ellas por la muerte del amigo. Es este uno de los momentos más humanos de Jesús, en el que muestra sus sentimientos por el desconsuelo de los que están ante el misterio de la muerte.
Jesús sabe de la fe de sus amigas y aprovecha, puesto que estaba rodeado de una multitud, esta ocasión para dar una de las que serían sus últimas enseñanzas y mensajes centrales: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo, y cree en mí, no morirá para siempre”. Jesús es el Dios de la Vida, el acontecimiento de la muerte es como un sueño, un simple tránsito hacia el encuentro con el Padre.
En este mismo capítulo de Juan, unos versículos más adelante (Jn 11, 50), se trama ya la muerte de Jesús. Es pues, Jesús, una víctima de la religión del momento, del entender la religión de forma fanática y absolutista. En contraste con esta religión de muerte y condena injusta (la del sacerdocio del Sanedrín que politizaba a Dios) está la esperanza de vida eterna que ofrece Jesús. No era difícil, por tanto, que a Jesús le siguieran muchedumbres que estaban ansiosas de buenas noticias, ansiosas de vida y no de muerte.
Ante un acontecimiento que enmudece a la humanidad como es la muerte, Jesús primero nos enseña a amar y apreciar la vida en la tierra, prueba de ello es que a su amigo Lázaro le devuelve a la vida terrena (no es por tanto una resurrección sino una revivificación). Jesús le da un nuevo sentido a la muerte y se presenta ante ella como parte de la misma vida. Él no busca la muerte ni la impone sino que la asume como la puerta al Misterio,  que es Dios Padre.
A lo largo de la historia de las religiones, estas mismas han sentenciado a muerte a los hombres (Cruzadas, Inquisición, Yihadismo…). Es importante que aprendamos de los errores del pasado y del presente y nos acojamos al Dios de la vida, y no a los que matan en su nombre. Jesús nos enseña que el sentido de la muerte lo da la misma vida ya que, la muerte, es la puerta  de la vida temporal a la Vida eterna.





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