sábado, 4 de marzo de 2017

Tentaciones ¿Cuáles son las tuyas? (Mt 4,1-11)

Sucumbir a la tentación es algo que, en no pocas ocasiones, flota en el enorme lago de lo subjetivo, porque lo que para muchos son tentaciones y pecados para otros son simplemente elementos de la vida que hay que afrontar con absoluta normalidad, no demonizando tanto las cosas, o a tantas cosas, que al final solo veamos demonios. Y esto puede parecer pura relatividad y conformismo pero no lo es. Es evidente que hay cosas, actitudes… que son inequívocamente malas o buenas pero hay otras que para que lo sean dependen del tratamiento humano que se les dé. Las tentaciones dependen mucho, también, del proceso vital de cada persona, de las metas que quiera alcanzar cada uno y de lo que es importante para unos y no para otros. De tal manera que lo que puede suponer una tremenda tentación para uno, para otro no resulta ni en su pensamiento.
Jesús sí tuvo claro lo que para él eran tentaciones a las que no debía sucumbir al principio de su misión ya que estas podrían anularlo.
“Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo…”. Es difícil mantener que este episodio sea histórico tal y como entendemos la historia hoy. Nos encontramos más bien ante un relato que nos muestra la opción teológica de Jesús.
En la soledad de la persona, cuando nos encontramos con nosotros mismos sin nada ni nadie que nos condicione, es cuando no podemos engañarnos. Es ahí donde nos volvemos más vulnerables y podemos ser tentados.
“Di a estas piedras que se conviertan en panes”. Los seres humanos tendemos a buscar  el provecho de todo, de tal forma que todo lo que no me sirva es que no sirve. Destruimos o fabricamos a nuestro antojo según los beneficios que nos produzca o las necesidades que tengamos, alterando, en muchas ocasiones, la misma vida o el sentido transcendente de muchas otras cosas que no podemos entender con nuestra razón.
“Tírate abajo…vendrán los ángeles”. Nuestros descubrimientos e inventos parecen querer superar al Dios de la creación y, a veces, así lo creemos olvidándonos de Él y de nuestro propio origen, olvidándonos del único Creador. Al olvidarnos de esto estamos tentando a Dios porque rozamos los límites de lo que humanamente podemos abarcar, adquiriendo un papel que no es el nuestro.
“Si te postras y me adoras…”. Jesús no sirvió a ningún señor humano, ni a ningún poder terrenal, incluida la religión, sino que decidió hacer de su vida un acto de amor servido, para dar gloria al Creador y verdadero Señor. A los humanos nos gusta mucho hacer de señores. Utilizamos mal la autoridad que se nos concede, haciendo de ella un instrumento para la superioridad. Nadie puede pedirnos que seamos sumisos a su voluntad, que  adoremos su persona y sus decisiones sin réplica porque, en ese supuesto, estaría apropiándose de una autoridad que no le pertenece.
Jesús lo tuvo claro, en la soledad del desierto supo que: mal utilizar su poder para servirse a sí mismo, ejercer una autoridad desmedida y confundir al servicio de qué o de quién estaba eran sus más fuertes tentaciones y supo superarlas ¿Y nosotros? ¿Cuáles son las nuestras? Os invito a descubrirlas desde el desierto de vuestro interior.

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