sábado, 25 de febrero de 2017

¿A qué señor servimos? (Mt 6, 24-34)

Qué difícil es encontrar el equilibrio entre el no hacer de tu vida una existencia basada en el acumular y desear lo material, y el hacer del dinero y lo material un simple medio para vivir con dignidad. Qué difícil es controlar el deseo de plenitud en una sociedad consumista, y del mal llamado bienestar, que te incita y premia en relación a lo que posees. Sin embargo, Jesús nos deja claro que es incompatible centrarse, a la misma vez, en lo material y económico y en el proyecto del Reino.
“Nadie puede estar al servicio de dos amos”. Esto puede llevar a interpretaciones radicales. Como en todo, los humanos en nuestra diversidad, podemos entender las cosas hacia los extremos y pensar que el dinero y las cosas materiales son obras del demonio y, en consecuencia, rechazar todo lo que sale de manos humanas. Eso sería negarse a sí mismo, negar nuestra humanidad. Encontrar ese equilibrio es lo ideal, entender que lo material y económico ha de ser un medio para que todos podamos vivir dignamente, un simple medio para crear justicia y no desigualdades. Una excesiva dosis de ascetismo y anacoretismo nos lleva a rechazar lo humano, y entonces estaríamos olvidando que Dios valoró tanto la humanidad que decidió hacerse hombre, precisamente para enseñarnos a buscar ese equilibrio, para mostrarnos que es una maravilla ser humanos que sirven y ponen su existencia al servicio del Reino de Dios y no al servicio de la mamona; Y ese Reino de Dios comienza, precisamente, en la tierra.
Esto lo han entendido muy bien las comunidades religiosas, tanto de vida activa como contemplativa, que, sin negarse a vivir con lo material, han descubierto que vivir con lo necesario y además compartirlo, es ya parte de ese proyecto del Reino.
¿Quién de vosotros a fuerza de agobiarse, podría añadir una hora al tiempo de su vida? Si realmente entendemos que compartir es vivir, entenderemos que Dios no se olvida de sus hijos y que compartiendo estamos haciendo a Dios real en medio de nosotros. Hay cosas que no dependen de los hombres ni podemos hacer nada para que cambien. La vida, nuestra propia existencia, tiene sus propias reglas, y al igual que no podemos añadir más tiempo a un día ni alargar la vida todo lo que deseáramos, no podemos añadir felicidad a dicha vida comprándola con lo material ni poseyendo todas las riquezas de la tierra. Es un error construir la felicidad de nuestra existencia con ladrillos de consumo, es inútil agobiarse por el tiempo, que a veces nos falta para hacer tantas cosas, porque el Señor de todo eso ya vela por nosotros.
Lo único que nos toca hacer ahora, discernimiento que no es nimio porque condicionará el resto de nuestra vida,  es decidir a qué señor servimos.

sábado, 18 de febrero de 2017

¿El Talión o el Amor? (Mt 5, 38-48)

Jesús nos sigue animando a no quedarnos en la ley que se lee, se interpreta y se vive al pie de la letra sino a que vayamos más allá. Este pasaje del evangelio de Mateo es una continuación de lo que nos decía la Palabra la semana pasada, de esa renovación y perfección de la ley de Moisés por Jesús.
“Sabéis que está mandado: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo…”. La ya archiconocida Ley del Talión no deja de ser una Ley que se basa en la venganza buscando una condena teóricamente objetiva-justa ante cualquier delito. Una vez más, Jesús va más allá de la Ley y, sin abolirla, le pide al hombre un esfuerzo para que realmente la Ley cumpla su misión que es hacer justicia y enmendar lo torcido, la cuestión es que ahora Jesús lo hace desde la bondad y el amor, es decir, superando el mal haciendo el bien y no provocando más dolor y sufrimiento. Efectivamente, esto no deja de ser hoy una utopía a los ojos de los hombres pero no lo es así para Dios que entregó su propia vida para enseñarnos que el amor lo vence todo.
“Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos…”. ¡Qué exigente es Dios! ¿Verdad? ¡A qué extremos nos pide que lleguemos! Amar a todos los hombres incluidos los enemigos, es decir, aquellos que nos persiguen, nos calumnian, nos hacen daño físico o moral… ¿Qué quiere Dios de nosotros con esta actitud? Él es bueno y justo, por eso hace salir el sol para todos sin distinciones y regala la lluvia a justos e injustos; Y en esta línea quiere que actuemos sus hijos porque si no… ¿qué mérito tenemos? Ser cristiano no es una minucia, ser cristianos requiere un cambio en el orden de las cosas, incluidas las leyes, y de la vida personal.
En contraste con lo que quiere y exige Jesús, en ocasiones la religión se ha centrado en detalles sin importancia o en cuestiones secundarias que despistan, e incluso excluyen y hieren a hermanos, sin centrarse en lo realmente nuclear. Hay leyes religiosas que provienen de los humanos y no de Dios, que no tienen su base en el amor (por tanto mucho menos en el amor a los enemigos, a los distintos, a los que nos son como yo…). Amar al prójimo puede ser demasiado genérico pero en realidad la dificultad del amor, tal y como nos lo plantea Jesús, reside en la cotidianidad. Si hacemos del amor nuestra actitud permanente y diaria nos encontraremos, sin tardar, a mucha gente que normalmente despreciamos o ignoramos, y es ahí donde ha de hacerse real el mandamiento del amor.
“Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Sí, Jesús nos pide la perfección, y es que la ley y el derecho son importantes para regular la convivencia pero en ocasiones no son suficientes. Quizás hemos de empezar los cristianos a demostrar que en este mundo, además de la ley humana, es necesaria una buena dosis de misericordia ya que es la única que puede hacernos superar el odio y el rencor.

sábado, 11 de febrero de 2017

Cumplir la ley (Mt 5, 17-37)

En ocasiones los hombres no hacemos más que justificarnos, justificar nuestras acciones para hacer ver que son según manda la ley. Unas veces, nos agarramos a la ley a sabiendas de que esta no actúa como tal en casos particulares, y otras, nos alejamos de la ley objetando que está obsoleta.
“No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas…”. A Jesús lo acusaron de abolir la ley y los profetas, de ir en contra del templo y la ley de Moisés pero Él mismo deja claro que no es así. Algunos alardeaban de cumplir la ley a rajatabla sabiendo que dicho cumplimiento no era difícil puesto que, en muchos casos,  era demasiado genérica y no atendía a la persona sino a delitos “tipo”. En este sentido Jesús invita a ser mejores que los letrados y los fariseos, invita a humanizar una ley que, por cumplirla al pie de la letra, caía en deshumanización.
“Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás…”. Efectivamente, matar es algo extremo. La mayoría de los hombres no han matado nunca ni entra en nuestros planes de vida matar a nadie, pero entre matar o no matar hay un largo trecho de acciones humanas en el que nos encontramos la mayoría de la humanidad, y es justo ahí donde Jesús quiere incidir y enseñar, es ahí donde quiere perfeccionar la ley y los profetas y no abolirlos. Por tanto, Él no destruye sino que perfecciona. Puede parecernos que ser cristiano es complicarnos más la vida porque ya no se trata sólo de cumplir los mandamientos sino de asumir un comportamiento que los perfeccione; En realidad, ahí está la clave de la felicidad humana, ser cristiano es buscar la felicidad y la vida plena.
Jesús incide en lo que hace sufrir al hombre, y las cosas que nos hacen sufrir son cuestiones tan aparentemente nimias como: el desprecio, el vacío, una mala contestación o mirada, el sentirnos solos en un proceso de dolor o angustia… Nos hace sufrir la calumnia y el engaño, el repudio y el adulterio… No hace falta matar a nadie para hacerle sufrir de manera inhumana.
La ley por sí sola, a veces, no es más que pura justificación y parapeto para el que quiere ser injusto. Jesús nos enseña que la ley solo tiene sentido en relación a los otros. Los cristianos hemos de dar ejemplo de esto por todo el mundo. Hoy, la Europa cristiana no está dando ejemplo de la ley del amor de Cristo. Mientras haya personas observando y deseando la libertad y la paz desde el otro lado de una valla en territorio hostil, mientras haya gente que sufre el acoso y desprecio en los trabajos, el maltrato en el hogar y los fardos pesados de la banca por tener un techo donde vivir… estaremos acogiéndonos a la ley por justificación pero no por amor.
 

sábado, 4 de febrero de 2017

Ser saleros (Mt 5, 13-16)

¿Qué somos los cristianos? ¿Cómo somos? ¿Cómo deberíamos ser?... Si algo deja de ser lo que es o, peor  aún, nunca lo ha sido, no tiene sentido como tal cosa sino que será otra. Si algo no sirve para su función podemos ponerlo de adorno o quizás utilizarlo para otra cosa pero no para aquello para lo que ha sido creado. De la misma manera si los cristianos no somos, o al menos no nos esforzamos, aquello que estamos llamados a ser como discípulos de Cristo,  no podemos llamarnos tales.
La sal es sal y sirve para salar, y la luz ha de alumbrar el camino de aquella persona que la necesita pero si la luz se  vuelve oscuridad ya no es luz.
No es tanto qué se espera, qué espera la humanidad (que muchas veces nos responsabiliza, como chivos expiatorios, de cosas que no son sólo de nuestra incumbencia) de nosotros sino si realmente estamos siendo sal y luz para la humanidad, si estamos siendo el reflejo de la verdadera Luz. En este sentido estamos alertados a no escandalizar a los más humildes (Lc 17, 1-6) con nuestras obras sino que ellas sirvan para ofrecer esperanza a la humanidad que la tiene perdida por cientos de razones, a aquellos que no encuentran el sentido de la vida y la persona. Nos tocan tiempos en los que hemos de ser “saleros” cargados  de esperanza, de comprensión, de tolerancia,  humanidad y caridad desmedida. Y nuestra sal no ha de apelmazarse en nuestro interior, como los saleros que no dejan salir la sal que contienen porque han estado mucho tiempo sin utilizarse y la guardan sólo para sí. Nuestra sal ha de ser compartida, ha de ser repartida porque solo tiene set ntido en cuanto  que está fuera de nosotros.
Sal y Luz son necesarias en nuestro mundo. Nosotros, los cristianos, pese a que muchos lo niegan, somos igualmente necesarios en este mundo. Con nuestras obras la gente ha de platearse la existencia de Dios y no negarlo. Tales obras han de ser de una generosidad y novedad que el ser humano rompa sus esquemas y se abra al transcendente, al Dios, que llevan dentro y no lo saben; sólo así podrán convertirse también en saleros para el resto de la humanidad.