domingo, 31 de diciembre de 2017

Bendecir como Simeón-día de la familia (Lc 2, 22-40)

La presentación de Jesús en el templo es un hecho que nos da fe de la piedad y el sentido de Dios que tenía la familia de Nazaret.
Hoy, día de la familia, seguimos teniendo como ejemplo de nuestros hogares a la familia que, en torno a Dios y por Dios, formaron José, María y Jesús. Ellos supieron discernir, no  sin dificultades, en todos los momentos de sus vidas tanto personal como familiar, cuál era la voluntad de Dios y la llevaron a cabo. María no lo tuvo fácil al aceptar el plan que Dios tenía para ella, aunque siempre elogiemos y veneremos su gran sí, ella tuvo dificultades en una sociedad que la hubiese visto como adúltera. José tampoco tuvo unas circunstancias fáciles al acoger en su familia a un niño que no venía de su carne y aceptar formar una familia pero, aún en las dificultades, la familia de Nazaret supo anteponer el amor entre ellos y a Dios antes que sus propios intereses, sospechas, miedos, desconfianzas…
Hoy, día en el que la familia de Nazaret presenta al niño en el templo (ante Dios) me pregunto si no estamos perdiendo el rumbo-sentido de nuestras propias vidas cuando nos nace una “criatura” en nuestras familias. Hoy hay muchas familias que ni se plantean bendecir a Dios, como lo hizo el anciano Simeón, ni presentar a sus hijos ante Dios agradeciendo el don de la vida y ofreciendo los frutos de la misma. Anteponemos nuestras fiestas y celebraciones (que suelen ser simple junta y comida) a la bendición, presentación e ingreso en la Iglesia que significa el bautismo.
Ser agradecidos con Dios nos hará reconocer lo bueno que hemos recibido. Esa actitud también nos hará educar en la libertad, el amor y la solidaridad a nuestros hijos. Ser como la familia de Nazaret significa que tenemos la capacidad de educar a nuestros hijos en la sana libertad del que decide su vida asentándola en pilares robustos como el amor; construyendo así familias que dejan de lado la educación egoísta y competitiva para asimilarse a la manera de educar de la Sagrada Familia.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Y la Palabra...¿se hace carne? (Jn 1, 1-18)

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. Al escuchar este evangelio me viene a la cabeza la veneración y respeto con que los judíos tratan la Palabra (Tanaj). De esto nos damos cuenta si analizamos bien el evangelio de Juan, desde el mismo capítulo y versículo uno, viendo como identifica inseparablemente a Dios Padre (El Dios creador y origen de todo de la tradición veterotestamentaria) con la encarnación de Dios, Jesús-Dios hecho hombre.
El Dios que crea todo a través de su Palabra, se encarna a través de la Palabra para ser Palabra; Palabra de Dios. Y así  lo proclamamos al leer la Biblia en nuestras celebraciones, pero a veces me da la impresión de que no terminamos de creérnoslo. La actitud tanto interior como corporal al escuchar la Palabra no da signos de estar delante del mismo Dios, de estar escuchando su misma Palabra. En esto nuestros hermanos judíos se han cuidado más, y así nos lo enseñaron y transmitieron cuando aún no nos llamábamos cristianos sino judeocristianos.
No me estoy refiriendo simplemente a la liturgia eucarística que reservamos a la Palabra sino al cuidado personal y transmisión que hacemos de ella en nuestro día a día.
“En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Esa es la clave. Si creemos firmemente que la Palabra puede ayudarnos a vivir, que puede ser y debe ser el lugar desde donde edificar nuestra vida, no dejaremos de tener contratiempos pero si tendremos más luz, porque esa luz brillará en la tiniebla, y para que esto sea así hemos de empezar por creer que es posible.
Dios no es lo que nosotros queremos que sea sino lo que es, y lo que es lo es en Jesús porque el mismo Dios ha querido revelarse a los hombres como hombre y como Palabra; Por eso, la Palabra de Dios ha de ocupar en nuestra liturgia y nuestra vida un lugar privilegiado.
Como bien afirma Martínez Lozano: “La realidad, y por lo tanto nuestra identidad, es solo una. El engaño se produce porque nuestra mente lo fracciona. En lugar de vivir esa realidad-identidad en su verdad una, la mente la ve “dentro” de nosotros y la llama “yo”; la ve “fuera” y la llama “mundo”; la ve “arriba” y la llama “Dios”. Pero son solo separaciones y fracturas creadas por la mente. La experiencia mística, que transciende la mente, consiste precisamente en la percepción de la unidad que late en el corazón de todas las formas diferentes”.
Queridos/as lectores/as, os deseo de todo corazón un feliz nacimiento de la Palabra en nuestras vidas, del Dios encarnado.
 

viernes, 1 de diciembre de 2017

ADVIENTO (Mc 13, 33-37. Mc 1, 1-8. Jn 1, 6-8. 19-28. Lc 1, 26-38)

Queridos amigos lectores, en esta ocasión quiero compartir con vosotros una reflexión más amplia, puesto que he querido unificar los cuatro evangelios de los domingos de Adviento y hacer un solo comentario que nos ayude en este tiempo de preparación.
Hay momentos en los que el Adviento me interroga y cuestiona más allá del propio tiempo litúrgico. Creo que hemos de intentar que toda nuestra vida sea un Adviento-navidad, un prepararnos constante para que Dios encarnado, Jesús, esté en nuestras vidas, sea nuestra vida. Si reducimos el Aviento a cuatro velas (sin despreciar el sentido litúrgico y rico del símbolo) estamos cayendo en una religión de “lo que toca”, rutinaria e inércica.
“Está escrito en el profeta Isaías…”. Es una llegada bien anunciada. No podemos decir que nos pilla de sorpresa, que tenemos la casa sin barrer, las lámparas sin encender, la despensa vacía… Es un invitado bien anunciado. Pero quizás no como esperábamos y nos habíamos hecho otra idea ¿Es una visita molesta? ¿Nos vemos obligados a recibirle?
Ciertamente, ya los profetas lo anunciaron, Isaías es la gran voz del Antiguo Testamento que ve clara y anuncia esta llegada con notas muy acertadas. Pero si este profeta nos queda muy lejano, Juan Bautista nos lo vuelve a anunciar de forma mucho más clara, con más detalles e inminencia ¿Qué es lo que no nos cuadra aquí o no nos gusta? ¿Es ahora el que anuncia, el que no nos gusta? Quizás ese personaje tan austero y radical nos asusta y preferimos no oírle.
Él prepara el camino: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino, una voz grita…”. Pero lo que grita esa voz en el desierto, en mitad de los pueblos…  “¡Preparad…Allanad!”, es una invitación personal pero también comunitaria, para toda la humanidad. Es una voz de alerta ¡Oíd, estad preparados para cambiar porque no se puede continuar así…! ¿Cómo debemos prepararnos los cristianos para la venida? Está claro que es necesaria una preparación-purificación personal, pero también hemos de mirarnos como comunidad de manera interna y a los ojos del mundo, y saber cómo hemos de prepararnos y presentarnos como Iglesia.
“Acudían las gentes de Judea y Jerusalén, confesaban sus pecados…”. Juan recibía a la gente que confesaba sus pecados. Sabernos pecadores, débiles, pero bajo el cobijo de la mano de Dios; tener verdaderas intenciones de cambiar cosas que hacen de nuestra vida algo mediocre. Una vez limpios, en paz… sí estaremos preparados para descubrir la felicidad, el sentido de una vida plena, el camino verdadero hacia Dios.
La oración es buena y necesaria, pero seríamos una simple voz-grito en el desierto estéril de nuestra vida si, esa oración, no va acompañada de actos que testimonien y que ayuden a que dicha oración sea vivida. Vestirse de piel de camello y alimentarse de lo básico, es reconocerse parte de este mundo y reconocer que desde él es desde donde podemos y debemos empezar a cambiar.
El desierto para el judío es sinónimo del encuentro con Dios; en medio del desierto, de lo estéril y lo seco, Dios se encuentra con el hombre porque allí nada “molesta”. La humildad de Juan Bautista, reconociendo su lugar: “Soy sólo una voz…”, “No merezco ni desatarle la correa de las sandalias…”, rompe con una tradición sacerdotal que hubiese sido fácil continuar y a la que estaba destinado (sus padres venían, ambos, de dicha tradición sacerdotal) sin embargo Juan decide hacer del desierto, del Jordán y sus orillas, el nuevo templo físico en donde resuena la voz de Dios.
Dios trastoca nuestros planes, ideas y órdenes establecidos. Trastoca lo oficialmente “correcto” para mostrarnos lo incorrectamente bueno.
Sacerdotes, levitas y fariseos preguntan, interrogan hasta la extenuación intentando pillarle, no respetan la persona, no respetan la humildad de Juan. Respetar lo sagrado es respetar antes lo humano. El humano, con toda su impureza y miseria, es el templo donde habita Dios, por eso hemos de saber que es en vano dedicarnos a una liturgia rica en palabras y símbolos si antes no respetamos la dignidad humana. Cuando con preceptos humano-religiosos hacemos daño a la gente y como consecuencia les alejamos de Dios, nos deberíamos cuestionar si no estamos  cometiendo sacrilegio.
A veces corremos el riesgo de olvidarnos de quién somos y hasta dónde llegan nuestras competencias. Las “competencias” , si pueden llamarse así, de Dios son sólo suyas y ninguna categoría/persona humana ha de caer en el error de intentar adquirirlas, porque sólo a Él pertenecen; caer en el error de una nueva torre de Babel sería retroceder.
“En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios…”. Un nuevo anunciador, el ángel Gabriel, entra en la tranquila vida de María en el momento preciso, es el mensajero directo de Dios, es la señal más clara, la que da fe de que lo que el humano siente viene de Dios y hemos de responder en libertad.
Galilea y María. Un lugar absolutamente desprestigiado y tenido en poca consideración por los judíos, y una mujer pobre. Dios habla con una mujer, le anuncia un plan para el que ha sido elegida. Dios podía haberse comunicado con Joaquín, el padre de María, para seguir con esa tradición tan férreamente patriarcal, y que el padre le hubiese comunicado a su hija dicho plan. Dios podía haber sido un padre más de los que se reunían para concertar el matrimonio de sus hijas con otros padres. Pero no, Dios rompe nuestros planes y estructuras y se dirige directamente, propone a la mujer-humilde, María, un plan que necesita de su aceptación personal.
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. No hay mayor alegría  que el saber que Dios está en nuestras vidas, por eso María acepta, asume, acoge con inmensa paz y confianza planes para su vida que no entiende, pero sabe que vienen del mejor “lugar” que pueden venir, de la voluntad de Dios. A veces dudo si hablar de la “voluntad de Dios”, tan utilizada por otra parte en nuestro lenguaje cristiano más tradicional, como si de empeño divino se tratara. Más bien Dios sabe de nosotros, nos conoce y en relación a ese conocimiento de sus hijos sabe hasta dónde podemos llegar y lo que podemos ofrecer. Por tanto Él propone, dejando a nuestra voluntad, ahora sí, el que acojamos y aceptemos libremente esas propuestas, esos planes…
“Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según su palabra”. Ahí es dónde estamos haciendo real el Adviento en nuestras vidas, en la aceptación libre de lo que puede llegar y transformarnos para siempre, en lo que se nos propone con Amor y se espera que respondamos con libertad.



sábado, 25 de noviembre de 2017

La medida será la compasión (Mt 25, 31-46)

Sería absurdo creer que se puede participar-entrar en el Reino de Dios sin acordarse de los más débiles y pequeños; porque en el Reino de Dios no son imaginables las diferencias y desórdenes sociales que “reinan” en nuestro mundillo.
Mateo nos muestra a un Jesús que tiene claro que la herencia del Reino se dividirá (a derecha e izquierda) y que el criterio de esa división será “la medida de la compasión”.
“Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos sus ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria…”. Jesús no inventa esta grandiosidad y vistosidad del cortejo real y celeste, es más bien una imagen que tiene heredada, tanto Él como su pueblo, y que viene de los profetas (Daniel, Ezequiel y otros).
“Él separará a unos de otros, como un pastor separa…”. De la misma manera Jesús se sirve de la imagen del pastor, y no precisamente porque este fuera un oficio bien acogido o que gozara de especial dignidad, sino más bien porque era un imagen entendible, a la vez que catequética y muy clara.
Los dos grupos, el de la derecha y el de la izquierda, los benditos y los malditos, son llamados a un diálogo en la presencia de Dios. Pero estos no son grupos que haya hecho Dios a priori ni por capricho sino que todos, en un principio mezclados en la sala del trono del gran juicio final, son diferenciados por Dios tomando como criterio las propias obras de cada uno; los que se han empeñado en pertenecer a las obras que bendice Dios, o aquellos que han olvidado que Dios está en los más pequeños. El juicio se basa en actitudes cotidianas y no en grandes portentos que estén lejos de cualquier mano o sólo al alcance de aquellos que gozan de algún tipo de poder humano. Dar de comer, de beber, vestir al desnudo, visitar al enfermo o encarcelado… está al alcance de todos. La compasión es una forma de amor, y como bien sabemos, “Al final de la vida, nos examinarán del amor…”.
“Señor, ¿Cuando te vimos con hambre…?”. A los hombres nos cuesta descubrir a Dios en las cosas más pequeñas y cotidianas, y mucho más descubrir la presencia real de Dios en los demás, en el otro, en el prójimo o el más débil.
Se ve con claridad en esta parábola como el criterio para la salvación, no es tanto el culto-ritual de un determinado grupo o religión, ni la sola exclamación de la Palabra a Dios sino la glorificación de Dios por las obras, el identificarle con los más pequeños y el si hemos sido merced-misericordia con el encarcelado o cautivo de cualquier tipo de esclavitud.
La comunidad cristiana tiene los medios necesarios para la salvación (por eso proclamamos en el credo que la Iglesia es santa) pero también tenemos que ser conscientes de que no tenemos la exclusiva, la única llave de entrada al Reino de Dios, y por tanto hemos de aceptar que la bondad y el amor y, al menos parte de la verdad, también reside más allá de nuestra comunidad.
Celebramos la fiesta de Cristo-Rey. Desde muy niño me ha llamado la atención cómo nos hemos imaginado y hemos representado esta fiesta (y a Dios en ella) desde la piedad más popular. Esas imágenes de Cristo vestido de rey, entronizado y coronado al estilo de las monarquías humanas más conservadoras y absolutas. Es curioso como por un lado Jesús nos habla de un Dios-pastor  y nosotros, por otro lado,  lo coronamos de oro y joyas.
Con la fiesta de Cristo, Rey del universo, la Iglesia concluye un ciclo litúrgico anual y se prepara para entrar en un tiempo de revisión personal y comunitaria, el Adviento, para acogerle de nuevo, aprendiendo de los errores pasados y superando miedos y calamidades humanas con la intención de ser sus testigos allá donde Él nos lleve.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Recibir para entregar (Mt 25, 14-30)

Entiendo que ahora, después de leer la parábola que Jesús nos regala a través del evangelista Mateo, entendemos mejor que nunca frases hechas que utilizamos con frecuencia, como por ejemplo: “Tienes mucho talento, no lo desperdicies” o, “¡que talento tiene!”. Efectivamente, el origen del sentido de nuestro lenguaje cotidiano se esconde en parábolas como esta.
Una vez más se nos pide un plus, una vez más el ser cristiano requiere de actitudes que le dan la vuelta a todo, que superan actitudes de mediocridad humana. Ante las constantes dudas y preguntas que, seguramente, los discípulos le planteaban a Jesús sobre el Reino y su llegada, y  sobre el más allá, el evangelista Mateo en sus capítulos 24 y 25 nos presenta a un Jesús que, mediante una serie de parábolas, nos deja clara toda una Escatología y Parusía que empieza en la tierra pero no acaban en ella.
Los talentos hemos de trabajarlos y si lo hacemos, antes o después, darán sus frutos y cuando estos lleguen, llegará la lección que nos tiene reservada Jesús, puesto que no será el momento de disfrutarlos individualmente sino el de repartirlos, ofrecerlos… Este es otro modo de vivir, es el mejor modo de vivir. Pero esto no se entiende a priori sino que es algo que descubres después. Has estado trabajando con mucho esfuerzo tus talentos, y cuando parece que has terminado, en realidad no has hecho nada más que empezar porque se te exige que los entregues. Y esto es así porque en realidad esos talentos no son tuyos; es cierto que los has mimado y cuidado pero el origen de esos talentos ha sido un regalo que ahora has de ofrecer  tú.
Desgastarse por el Reino es agotador pero en el fondo tiene un ingrediente algo adictivo. Entregar parte de tu tiempo, quizás el único que te parece que tienes para ti, tu “tiempo libre”, cuesta pero también te hace descubrir otra forma de vivir apasionante.
Un tiempo dedicado a la parroquia, muchas de tus tardes preparando servicios a tu comunidad, horas extras no pagadas desgastándose entre adolescentes desorientados que buscan y no encuentran, ser parte de la directiva de una cofradía o hermandad (sabiendo que a veces es sinónimo de ser el punto de mira de todas las críticas y exigencias populares), ponerse al servicio de los demás en un comedor social, en Cáritas, en la animación musical o litúrgico-pastoral de una comunidad, perderte para darte del todo en misión, consagrar tu vida al estilo de Jesús entregándote por el Reino… Estas y muchas otras formas de entrega, contribuyen a poner tu talento al servicio de los demás entregando lo que has cuidado durante años, sabiendo que tú has recibido antes los talentos de otros hermanos, descubriendo que es Cristo el que te ha dado esos talentos.
Hay algunos teólogos que interpretan esta parábola desde su sentido más escatológico, estableciendo como el momento de la exigencia el final de los tiempos. Pero a mi entender, esta es una parábola que se hace presente ya, desde lo más terreno y material, porque si el Reino de Dios empieza aquí,  es aquí también dónde ha de empezar a dar sus frutos.
Seguramente no se nos exija tanto el número de talentos sino más bien si hemos intentado invertirlos para bien, asumiendo el riesgo de perderlo todo. Porque aunque el Señor sea exigente, es también Padre-Madre, amor eterno e infinito, y nunca nos exigirá aquello que no podemos ofrecer, Él nos conoce. Por supuesto que no es una invitación a gestionar nuestros talentos de forma inconsciente, pero quizás sea peor enterrarlos por miedo a perderlos que perderlos por haberlos puesto al servicio de los demás. Porque el miedo a perder no nos puede estancar, no nos puede cerrar las puertas del Reino de Dios.
 

viernes, 10 de noviembre de 2017

¿Está ardiendo tu lámpara? (Mt 25, 1-13)

Hoy el evangelio nos regala un texto que, si bien es complejo en su estudio teológico ya que los instruidos en la materia no se ponen del todo de acuerdo en si se trata de una parábola o una alegoría, con las diferencias que esto puede conllevar a la hora de la puesta en práctica en la vida de un creyente; lejos de estudios pormenorizados a nivel académico me centraré en lo que para nosotros puede significar al llevarlo a nuestro día a día.
Mateo intenta transmitir un mensaje a la comunidad en la que vive con este relato, sirviéndose de algo tan importante para los judíos de aquel entonces como era el acontecimiento de una boda.
Las vírgenes acompañaban y alumbraban al esposo a la ceremonia con sus lámparas. Todo empieza ahí, en la espera de estas vírgenes a que viniera el novio y la demora que este tiene.
Unas son necias porque no han sido previsoras y las otras son sensatas porque han sido capaces de estar preparadas para la ocasión, incluso previendo imprevistos. Para el novio es el día más importante de su vida, por tanto no va a perdonar el descuido de aquellas que le han fallado y no le han alumbrado bien el camino ¿y todo esto qué quiere decir?
Dios, el esposo, nos ha dicho que vendrá (La venida definitiva de Cristo que puede ser una segunda venida o quizás se esté refiriendo al encuentro definitivo con Él, al final de nuestro camino vital). Sabiendo esto debemos prepararnos para tal encuentro porque no podemos vivirlo de cualquier manera.
No es suficiente un candil (que puede representar nuestra capacidad de fe, nuestro ser espiritual) sino que dicho candil ha de lucir y brillar de la mejor de las maneras para que ese encuentro realmente sea vivido. Nuestra fe, que es un don concedido, tenemos que alimentarla con el mejor de los aceites, como ya Jesús nos ha enseñado con su propia vida y a través de sus palabras y obras. Nadie ha dicho que no podamos equivocarnos o que no podamos tener momentos de flojera o bajones, como se indica en la parábola al decir que todas las vírgenes se durmieron, sino que precisamente tenemos que tener los recursos y la fortaleza necesarios para vencer esos momentos oscuros en nuestra vida de fe. Si hemos sido previsores no sucumbiremos.
Está bien que nos ayudemos unos a otros en todo lo que podamos, eso es ser cristiano también, la caridad y la ayuda al prójimo nos tienen que definir pero hay aspectos y momentos en nuestra vida como cristianos que nadie puede vivirlos por nosotros, ni suplantarnos.
De nada sirve que pidamos el aceite a otras personas, porque ese aceite es único para cada lámpara. La fe es un don intransferible, por supuesto que hemos de acompañar y enseñar a otros, podemos catequizar e incluso apadrinar en la fe, pero lo que nunca estaremos capacitados para hacer es vivir la fe del hermano, porque cada uno ha de mantener la fe que Dios nos ha concedido y que otros han acompañado. Si esa fe no se cuida ni se mantiene (de palabra y obra) se termina apagando.
Este es quizás el mensaje que Mateo quiso transmitir a sus hermanos en la fe en su comunidad del primer siglo; y este mensaje sigue tan vivo hoy, como lo estuvo cuando Mateo lo creó.
 

sábado, 4 de noviembre de 2017

El primero es el servidor (Mt 23, 1-12)

La confrontación que se muestra en el evangelio de Mateo, de Jesús con la clase dirigente judía (letrados y fariseos), es evidente. Jesús critica su afán de poder y de aparentar. Si bien esta actitud del  mismo Jesús tiene credibilidad histórica, creo que este evangelio muestra más bien la realidad que se vivía en aquella comunidad y que él mismo evangelista critica a la luz de Jesús.
La comunidad de Mateo estaba conformada de judíos que aún no se habían separado del todo de las costumbres judías, muchas de ellas farisaicas, de las que venían. Por tanto, esa comunidad se encontraba compuesta de neófitos cristianos, que tenían como referencia a Jesús y querían seguirlo a Él, y de judíos que estaban descubriendo en la comunidad algo nuevo pero que aún se resistían a apartarse de la ley del templo por miedos e inseguridades. Esto “contaminaba” la pureza de la comunidad porque algunos cristianos estaban imitando los puestos de poder de los judíos “piadosos”-fariseos porque, hasta el momento, habían sido su referencia espiritual.
Con esta situación de fondo Mateo sitúa a Jesús hablando a la “gente y a sus discípulos”, aquí  observamos bien la situación de la comunidad formada por cristianos y otros-gente (cristianos, judíos neo-conversos y judíos en transición…).
“Haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados…”. Esa actitud hipócrita es la que criticó Jesús durante toda su vida terrena y ahora sigue resaltando Mateo. Sería injusto que volcáramos todo el peso de la cuestión en la actitud de los fariseos y judíos más pegados a la ley, porque esta actitud no la critica sólo en ellos sino que, Mateo, está reprochando también dicha actitud a los cristianos de su propia comunidad y por extensión también a la nuestra como Iglesia, ya que seguimos cometiendo los mismos errores.
Por un lado Jesús reconoce la sabiduría de los letrados y fariseos, afirma que son conocedores de la Ley al reconocer que están sentados en la cátedra de Moisés, pero ellos no lo cumplen.  Estamos acostumbrados a oír en púlpitos y cátedras, charlas de moralina fácil de transmitir cuando uno no se mira por dentro, a muchos sacerdotes, expertos en la Palabra y teólogos o “piadosos” extremos, exigir a los hermanos cosas y actitudes que ellos incumplen.
“Todo lo que hacen es para que los vea la gente (... )Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos”. Mateo no critica a aquellos fariseos o cristianos que actúan con humildad y sentido de corrección fraterna sino a aquellos que, una vez se han ganado el favor de la comunidad y acceden a puestos de responsabilidad, utilizan estos para oprimir o cargar a los hermanos.
“El primero entre vosotros será vuestro servidor”. Es importante que nosotros, como cristianos, sepamos dónde están nuestros límites tanto en actitudes como en palabras, que sepamos, cuando hablamos y actuamos, que nos dirigimos a hermanos y no a súbditos, que nos tomemos nuestras responsabilidades dentro de la comunidad como un servicio que nos han encomendado de manera temporal, ya que de otra manera, todo lo que hagamos sería para nuestra gloría. Los cristianos no vivimos para nuestra gloria, o que al menos esta vendrá en la medida que ejerzamos la caridad y el amor en forma de servicio; porque el único Maestro y Señor es aquel que nos ofreció su propia vida, y su propia muerte, por amor.

viernes, 27 de octubre de 2017

Del cumplimiento a la vivencia (Mt 22, 34-40)

Quiero romper una lanza a favor de los fariseos, saduceos y toda la clase contraria a Jesús de Nazaret. Gracias a ellos Jesús nos dio, nos sigue dando, lecciones de vida que jamás se han vuelto a dar ni vivir con tal intensidad. Gracias a las constantes provocaciones de los fariseos tenemos encarnada y vivida hasta el extremo la Ley de la Vida, el Amor. (Disculpad esta ironía)
¿Maestro cuál es el mandamiento más grande de la ley? Una vez más Jesús, sin rechazar la ley, reinterpreta, renueva y supera toda ley humana.
Amar al Señor es relativamente “fácil”; amar-adorar a Dios sólo requiere de prácticas (la mayoría externas) que no implican demasiado a la persona, sino más bien al culto vacío y superficial. En tiempos de Jesús cumplir la ley del templo era primordial para demostrar el amor a Dios.
Jesús sabe que lo verdaderamente puro es lo que sale de dentro del hombre, del corazón. Y no hay nada que pueda salir y que podamos ofrecer con garantías de autenticidad, si antes no ha sido asumido y querido por nosotros mismos.
Amar a Dios… ¿Qué es amar a Dios? ¿Quién es y en qué está Dios? ¿Qué implica amar a Dios? Jesús está harto de ver cómo los que más amaban a Dios a la luz del pueblo, los que más “cumplían” la ley eran los que menos vivían el primer mandamiento. Porque uno no puede amar a Dios si no ama a la persona, si no reconoce en la persona la mano creadora de Dios. Si no se reconoce en uno mismo y en el otro la obra más perfecta de Dios, no se ama a Dios.
“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Es difícil amar a los demás si uno no se ama a sí mismo. No, no estoy hablando de practicar el hedonismo que pone a la persona como centro de todo. No me refiero a un mero antropocentrismo vacío sino a algo mucho más profundo que casi está llegando a ser una pandemia moderna; el rechazo y la no aceptación de uno mismo, el no gustarnos a nosotros mismos, no estar convencidos de quién somos o cómo somos. No descubrirnos como don de Dios al servicio de los demás es el principio de la ruptura del primer mandamiento.
El amor de Dios ha de nacer desde lo más íntimo de cada ser creado por Él. Amándonos, cuidándonos, aceptándonos, descubriéndonos como hijos suyos… podremos amarle a Él y, por consiguiente, podremos irradiar y ofrecer amor hacia los demás. Porque nadie puede dar lo que aún no tiene.
 

viernes, 20 de octubre de 2017

"A Dios lo que es de Dios..." (Mt 22, 15-21)

Con respeto y sentimiento de pequeñez, me dispongo ante este pasaje del evangelio intentando encontrar algo de luz, empaparme y dejar transformar, pero también con el temor de caer en lo que tantas veces ha sido interpretado (y quizás alguna que otra vez malinterpretado o intencionadamente forzado). “A Dios lo que es de Dios…y al César lo que es del César”. Así termina este pasaje y esta es la frase que durante mucho tiempo, también hoy, se utiliza con bastante ligereza y en casi cualquier ocasión.
No fue esa la intención con la que Jesús la verbalizó, todo lo contrario. Esa frase lapidaria, que se ha convertido en un “multiusos”, fue destinada a una situación y momento muy concretos. Un momento histórico-político muy delicado y una situación creada por un grupo de judíos manipulados por sus maestros (discípulos de unos fariseos, como nos dice el texto) con una intención-misión muy claras como era pillar en un renuncio a Jesús; intentar probar que ese tal Jesús no era tan buen maestro como se decía; que no gozaba de tanta coherencia, no era tan “legal” (desde luego que si entendemos esta palabra desde su sentido más literal, creo que los fariseos hubiesen acertado de pleno y que, además, Jesús les hubiese dado más que argumentos suficientes para probar su “ilegalidad”. Pero no iban por ahí las pretensiones sino más bien por el sentido más ético-humano) y por supuesto todo ello para, al final, tener argumentos que demostraran  que Jesús no se correspondía en nada con la esperanza mesiánica, ni tan siquiera profética.
Toda esta carga histórica y humana ha de tenerse muy en cuenta para valorar dicha frase de Jesús, y todo el pasaje en su conjunto.
“En aquel tiempo se retiraron los fariseos…” No deciden a la luz del día, traman a escondidas. Cuando algo se hace así sabemos que no es demasiado legal, ciertamente los menos legales buscan ilegalidad en Jesús. Los maestros de la ilegalidad y las conspiraciones saben muy bien dónde buscar y cómo encontrar pero con Jesús, una vez más, les falla. Además no son ellos los que buscan a Jesús directamente sino que tienen a sus perros de caza para que vayan a buscar a la presa. Discípulos que aún están en la inocencia del aprender, jóvenes que son fácilmente manipulables, que se fían de sus queridos maestros. Esta si es una actitud típicamente farisea; precisamente esta es la actitud que tanto critica Jesús en el evangelio.
“Maestro, sabemos que eres sincero, que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad…” Falsos elogios, buenas palabras y reconocimientos, aderezado todo ello con malas intenciones. ¿Envidia? ¿Confusión? ¿No aceptación por descuadre de ideas preconcebidas respecto a lo que se esperaba? Seguramente no todos actuaban así por el mismo motivo, lo que sí está claro es que Jesús les interroga, no les deja impasibles: “¡Hipócritas!”.
Hemos de asegurarnos de que con nuestras actitudes y decisiones personales, con nuestros convencimientos, no arrastramos a otras personas sólo por el hecho de sentirnos más arropados y legitimados. Lo único que puede legitimar nuestras actitudes es la coherencia con la que las vivimos. Jesús no nos exige desde el principio la perfección pero si la pureza de corazón.
Al final, la pregunta es lo de menos. Jesús no ve malas intenciones en una simple pregunta que hubiese respondido sin problemas si la intención de la misma hubiese venido desde un corazón limpio. La intención es lo que cuenta en este caso, y en muchos otros de la vida.
“¿De quién son esta cara y esta inscripción?” En Jesús no encontrarían una actitud de rebeldía social sin más. Jesús sabe que para que una sociedad justa funcione bien, hemos de arrimar el hombro todos. Es cierto que hoy no hay Cesar (Al menos como autoridad romana del imperio) pero si hay Dios. Jesús no elude sus deberes cívicos, era un buen ciudadano y, precisamente por eso, creía en la convivencia y el cumplimiento de las normas justas, pero por parte de  todos.
Hemos de tener la suficiente claridad, honestidad, humildad y limpieza de corazón, para que cada uno en nuestras vidas sepamos discernir qué pertenece al César y qué pertenece a Dios.

sábado, 14 de octubre de 2017

Invitados al banquete (Mt 22, 1-14)

En no pocas ocasiones nos sentimos “en el compromiso” de acudir a una boda. Es cada vez más común el que no nos haga gracia recibir una invitación de boda a la que, si no quedáramos mal, rehusaríamos acudir. Son pocas las bodas a las que nos agrada y apetece ir y en las que no nos importa “echar el sobre”.
Pero en el evangelio de Mateo se habla de una boda especial,  porque quién invita y convoca es un rey. Se casa su hijo y manda a sus criados que llamen a los invitados, pero estos no quieren ir; rehúsan la invitación, rechazan en dos ocasiones acudir al banquete.
Jesús sabía muy bien que los “criados” del Señor, los profetas, anunciaron dicha boda, dicho evento importante. Las primeras tarjetas de boda iban destinadas a los que, se supone, entenderían y podrían transmitir mejor la llegada del novio, la llegada del Cristo. Pero los criados fueron rechazados, incluso castigados, por los destinatarios de dichas invitaciones. Como les ocurrió también una vez a los criados del señor de la viña en manos de los trabajadores (Mt 21, 33-43).
Al contar la parábola, Jesús ha de utilizar en ciertos momentos el lenguaje apocalíptico de ira y destrucción del pecado (el rechazo a Dios) que se venía utilizando en los profetas de la Antigua Alianza, para que sus oyentes entendieran bien que Dios invita y los hombres rechazan, lo cual se merece un castigo.
El Reino de Dios no va destinado a unos pocos. “Ya no habrá ni judíos ni griegos ni gentiles ni paganos…”. Se supone que eso ya lo tenemos claro desde los inicios de la Iglesia. El concilio de Jerusalén, y lo  que de allí salió, ha de ser para nosotros guía y referente en nuestro camino  presente y futuro. Ahora todos somos el Pueblo de Dios; porque la piedra que desecharon unos… es apreciada por otros. Salgamos a los caminos en los que encontraremos buenos y malos y ofrezcamos lo que somos y creemos.
En no pocas ocasiones, los cristianos nos creemos en posesión absoluta de la verdad. Herederos del Reino y transmisores del mismo. En nuestro tiempo es necesario que dejemos atrás los esquemas preconcebidos y dejemos de dar por hecho que por haber recibido el bautismo somos los elegidos, invitados y aceptados a la boda; porque sabemos muy bien que, a veces, rechazamos dicha invitación. Vivimos en un tiempo en el que urge la convivencia y aceptación de lo que en otros hay de verdad. Nuestra verdad a veces no es la Verdad, estando quizás más cerca los que, sin pretenderlo, se acercan al banquete habiéndoseles invitado una sola vez.
El traje para la boda que nos pide Dios ha de confeccionarse con entrañas de misericordia y un hilo fino, el hilo de la clarividencia del Reino. Ya no sirven nuestros vestidos viejos, nuestras costumbres, lo que dábamos por hecho, nuestra propia idea de Dios y su justicia; Ahora hemos de estrenar un traje nuevo, hemos de revestirnos del paño de la pureza. Y eso no quiere decir que no podamos cometer faltas, que no erremos, sino que nuestras faltas si se cometen, sea  desde la ignorancia humana y desde un corazón que no busca el mal aunque a veces esté ahí.  “No por mucho decir Señor, Señor…” estaremos más cerca de Él, sino que más bien hemos de movernos, aceptar gustosamente la invitación al banquete y acudir prestos y revestidos de un traje nuevo, la túnica de una sola pieza de Jesús, la verdadera Iglesia.

sábado, 7 de octubre de 2017

Sólo somos los labradores (Mt, 21, 33-43)

“Y ahora, cuando vuelva el amo de la viña ¿qué hará con aquellos viñadores?”. El gran Maestro, Jesús, nos sigue enseñando a través de sus magistrales parábolas. Estas, tienen la capacidad de hacernos reflexionar y de sacar de nosotros la mayor verdad sin casi darnos cuenta, ya que no nos sentimos, en un principio, interpelados por las mismas pero Él sabe el momento idóneo para darles la vuelta y que nos veamos reflejados en ellas cuando ya hemos sacado la conclusión y la verdad que reside en su raíz.
Eso es lo que hacía y hace Jesús. Nos enseña en el pellejo de otros, porque es más fácil dilucidar las cosas cuando las vemos de lejos, cuando no nos implican de manera directa, ya que  nos cuesta poco juzgar lo ajeno y no así nuestra vida.
“Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon”. Parece ser que los historiadores localizan esta parábola en las primitivas comunidades cristianas, en el año 70 cuando ocurrió la destrucción de Jerusalén y del Templo. Este hecho hizo ver con claridad a los cristianos, que el nuevo pueblo de Israel eran ellos, que el pueblo judío, sobre todo sus dirigentes, había sido infiel y poco cuidadoso con la viña del Señor y había rechazado a muchos profetas que venían advirtiendo de aquel final; que incluso habían matado a su Hijo y por tanto no merecían seguir siendo el pueblo elegido para cuidar de la viña, del Reino, de Dios. Pero esto no deja de tener un tinte un poco cruel, ya que es una verdad a medias en cuanto que no todo el pueblo judío de aquel tiempo actuaba así, ni rechazó a Dios de esta manera, ni a sus profetas, ni a su propio Hijo. Y también no deja de  ser un “triunfo”, más bien triunfalismo, cristiano sobre las cenizas del pueblo judío arrasado por las legiones romanas.
“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular….Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”. Corremos, por tanto, el peligro de pensar que somos el único pueblo elegido, los nuevos amos de la viña; cuando el único amo es Dios, que puede cambiar de viñadores cuando vea que no se está haciendo bien la tarea ¿Por qué no va a elegir Dios a otros pueblos que saben cuidar y respetan la viña más y mejor que los cristianos? Esta parábola está vigente hoy como lo estuvo en el momento de su creación. Esta parábola ha de servirnos para reflexionar de forma seria porqué el cristianismo está en horas bajas, porque nos están absorbiendo nuestras propias estructuras, poderes y organización. No corramos el riesgo de pensar que los viñadores son los amos de la viña, de pensar que tenemos todo el derecho a apropiarnos la tierra, el derecho del Reino, por el hecho de trabajar la misma, porque en tiempo de vendimia llegará el amo o alguno de sus enviados a buscar el fruto.

viernes, 29 de septiembre de 2017

La delantera en el Reino (Mt 21, 28-32)

En ocasiones trato de imaginarme la actitud, el gesto de Jesús en este tipo de ocasiones en las que se enfrenta dialécticamente con las autoridades religiosas de su tiempo. Digo que trato de imaginarme la actitud porque lo que no da lugar a dudas, o a la imaginación, son las palabras  claras, firmes y contundentes que emplea.
“¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. Todos tenemos claro lo que es correcto, lo bueno, la actitud adecuada y la que no lo es. Todos tenemos claro que pueden más los hechos que las palabras, por muy prometedoras que estas sean. Esto es lo que quiere transmitir Jesús en esta parábola, en la que les deja claro a los representantes de la religión judía que de nada sirve que alcen la voz y proclamen la rectitud moral y ética, de nada sirve que digan lo que es  correcto si en sus actos no se refleja lo que predican. Pero todo esto lo hacía, siempre, con un estilo y didáctica extraordinaria; primero captaba su atención, se los llevaba al terreno de la adivinanza y casi el juego, planteándoles parábolas que atraían y gustaban, para luego sentenciar la verdad, reprender la actitud de aquellos que necesitaban entrar en el camino de la verdadera conversión.
“Os aseguro que los publicanos y prostitutas os llevarán la delantera en el camino del Reino de Dios”. Para Dios no es tan importante la fachada, ni la impresión o apariencia que se da sino más bien lo que alberga el corazón de la persona, y los frutos y acciones que de esté salgan.
Es cierto que, quizás, las prostitutas y publicanos en tiempos de Jesús (hoy personas que sufren múltiples tipos de exclusión y son miradas con recelo por la sociedad del bienestar) no parecían gente de fiar o en la que confiar ciertas tareas, labores y responsabilidades pero quizás, estas personas, son las que tenían y tienen un sentido de la justicia más pura. Su estado de necesidad y autoconcepto como personas limitadas, les permite mirar la vida con ojos transparentes y sencillos que hacen que partan de lo básico, de la justicia esencial y universal, y no de sofisticaciones legales propias de las personas que ya tenemos lo necesario y más.
Que el gran Maestro nos enseñe a vivir desde la coherencia de que lo que digan nuestro labios lo vivan nuestras manos.

sábado, 23 de septiembre de 2017

El salario de Dios (Mt, 20, 1-16)

Una vez más Dios, Jesús, nos sorprende con su lógica, con su manera de medir y ejercer la justicia. Una vez más Dios se desvincula de los cálculos y las matemáticas humanas para enseñarnos su propia economía, la “economía divina”.
Una lógica que no radica en dar a cada uno lo que merece según sus esfuerzos sino lo que necesita, y en ejercer una bondad que no conoce límites y que asegura, no tanto el “te pago lo que has rendido”, sino la igualdad de oportunidades.
“Id también vosotros a mi viña”. Es cierto que esto nos cuesta comprenderlo y que para nuestro concepto de lo que es justo y lo que no, es duro encajarlo. Pero si Dios nos regala todo lo necesario para vivir en paz y bienestar… ¿Por qué nos ha de molestar que otros tengan también lo necesario para vivir? ¿Por qué molesta que Dios ejerza una bondad que supera todo cálculo humano? Dios no es un gestor que calcula las horas, los días y las obras para después pagar según lo rendido sino que rescata  y ayuda a cada uno cuando lo necesita y nos ofrece, a todos sus hijos, lo que necesitamos para vivir con dignidad. Si unos nos hemos sentido rescatados, mimados, por Dios antes  que otros, no debemos tener envidia ni rencor ante los que han sido llamados después y reciben los mismos beneficios que nosotros.
En la tierra de Jesús, un denario era lo que necesitaban para poder vivir durante un día, para poder tener el pan y alimento necesario para sobrevivir. El jornalero llama a trabajar en su viña y va rescatando del paro a todos aquellos que aceptan su invitación (a unos desde el alba, a otros a mediodía y otros por la tarde); lo importante no es cuando los encuentra sino la aceptación de esa invitación a trabajar en la viña del señor.
“¿Vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?”. Los cristianos hemos estado, y aún lo estamos, asustados (quizás por la herencia recibida del judaísmo veterotestamentario más ortodoxo y las interpretaciones demasiado “humanas” de la Iglesia) pensando que Dios tiene un diario donde va anotando todas nuestras acciones y lo que hacemos o no, para luego ejercer justicia matemática sobre nosotros al final de los tiempos. Ese pensamiento o creencia nos resta libertad y alegría de vivir. Es cierto que, teniendo claro lo que Dios quiere de nosotros, hemos de ser fieles y esforzarnos en trabajar en ese campo al que hemos sido invitados, el Reino, pero quizás hemos de alejarnos de la idea de un Dios que sólo está pendiente de si pecamos  o no, porque estar obsesionados siempre con el pecado nos impide vivir en la alegría y el amor de Dios y hace que nos convirtamos en jueces de los hermanos, más de lo que creemos que pueda serlo Dios.

sábado, 16 de septiembre de 2017

La infinitud del perdón (Mt 18, 21-35)

“Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?...”. La pregunta de Pedro a Jesús es una muestra de que los humanos no estamos dispuestos, quizás preparados, para perdonar cualquier ofenda, o las veces que hagan falta, sino que marcamos nuestra paciencia y nuestros topes con un número determinado de ofensas o una acción concreta que creemos imperdonable… Para todo tenemos límites, incluso para la bondad y el actuar con desinterés.
Era conocido que los rabinos, sumos sacerdotes… (Clases altas dedicadas al Templo) tenían un número determinado de ofensas que podían perdonar, eran hasta cuatro, por tanto el número de ofensas que le marca Pedro a Jesús ya superaba la bondad establecida por el Templo. Pero Jesús no se queda ahí, Él no tiene marcas ni límites para el perdón y la misericordia. El número siete ya significaba totalidad pero va mucho más allá: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Los cristianos tenemos que tener un sentido divino del perdón, y el sentido divino del perdón es la infinitud, porque no hace falta ser cristiano para perdonar, de hecho hay personas que viven a nuestro lado constantemente y que, sin creer en Dios, demuestran una ética digna de reconocimiento y una actitud benévola con aquellos que les hacen mal. La diferencia de la actitud de una buena persona y la de un cristiano es que este último ha de verse reflejado en el modo de actuar de Jesús, de Cristo, a la hora de obrar. Ahí radica la dificultad de ser cristiano pero también es dónde está la grandeza de los hijos de Dios.

sábado, 9 de septiembre de 2017

La corrección fraterna (Mt, 18-15-20)

El tema de la corrección entre los hombres se presta siempre a malos entendidos. Corregir al semejante sin otro ánimo que el bien y el avance de la persona es difícil y delicado, parece como si el humano siempre tuviera algún tipo de interés en beneficio propio que hace que el amor fraterno puramente altruista se presente como un idealismo y utopía, que raramente se da en su más pura esencia.
En el evangelio de Mateo hay casi lo que viene a ser un "modus operandi" en relación a la corrección fraterna. Es preciso que si hemos sido ofendidos por otro, bien directamente o bien como miembros de la comunidad, que este lo sepa para que tenga la oportunidad de poner remedio. De la misma manera es preciso que el tema no trascienda y que quede entre las dos personas afectadas si se ha puesto remedio. Pero muchas veces no es suficiente, y, en algunos casos, es necesario que otros sepan e incluso que toda la comunidad conozca el tema.
Este pasaje viene precedido en el evangelio por otros que están estrechamente relacionados con él y entre sí, y que tienen como tema central el perdón.
Pero ¿Hay ofensas que no tienen margen para el perdón ni personal ni comunitario? ¿Fue ya una segunda oportunidad o no hubo tregua en el caso, de Ananías y Safira, que juzgó el apóstol Pedro?
La comunidad cristiana necesita del perdón mutuo, de la comprensión y de la "humillación" fraterna y entre iguales. Hemos pedido perdón públicamente ante la humanidad en varias ocasiones, en la misma plaza de San Pedro del Vaticano, abrazando la cruz y revestidos con liturgia penitente, pero creo que no sería bueno barrer la puerta de nuestra casa únicamente, teniendo el interior de la misma a falta de mucha limpieza.
Es cierto que gozamos de una Iglesia que reconoce sus culpas y se muestra misericorde, atenta y comprensiva; una Iglesia que mira al futuro con humildad, a la vez que con fuerza y con intenciones reales de ecumenismo, pero hemos de estar atentos también dentro de nuestra casa para no cometer errores que ya hemos cometido en el pasado. Nuestra cerrazón y orgullo nos llevan, a veces, a no asumir el mal provocado y por tanto a la falta de corrección.
Hay un gran riesgo que no ha traído precisamente en muchas ocasiones la unión, sino más bien dispersión, exclusivismos y grupúsculos, al leer e interpretar de forma aislada la frase "donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
¿Dos miembros de la comunidad, de la jerarquía...o dos ó más humanos sin apellidos confesionales? ¿En medio de quién está Dios? ¿A qué reuniones "va" o con qué grupo de dos ó más está de acuerdo?
Señor, danos luz para encontrarte, danos la suficiente humildad que nos permita reconocerte también en los otros y aceptarte también en medio de ellos. No permitas que nuestra sed de Verdad se confunda con exclusivismo.
 

sábado, 2 de septiembre de 2017

Ungidos para amar (Mt 16, 21-27)

“Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. Nadie ha dicho que Jesús no tuviera enfrentamientos serios y discusiones con sus discípulos, y creo que este pasaje es una de ellas. Cuando Jesús llega a llamar Satanás a su discípulo Pedro, es porque no puede tolerar, no tiene el tiempo para ello, que sigan con la idea del Mesías que tradicionalmente todo el pueblo de Israel tenía. Esa idea era la del ungido como rey o sumo sacerdote, a imagen de los que habían pasado por la historia hasta el momento.
Pero Jesús tenía que transmitir la idea de que su mesianismo era absolutamente distinto, sería un reinado en la tierra que lideraría a los pobres y oprimidos, a lo más negado y despreciado de la sociedad, el mesías sería la imagen de esa casta descastada y no de los reyes y sacerdotes que vivían intramuros.
Este era el cambio necesario del AT al NT, del judaísmo más tradicional y anquilosado al descubrimiento de un Dios que se da hasta el punto de encontrar la muerte en manos de los hombres. Pero, cuidado, esto no quiere decir que tengamos a un Dios asesino o a falta de compasión con su propio Hijo, que lo entrega hasta a muerte, sino que los hombres no supimos, ni sabemos, descubrir a Dios en lo cotidiano, lo cercano y lo más humilde y despreciado.
“Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. Ciertamente esta afirmación parece radical y excluyente, y en cierta medida lo es pero como cualquier decisión importante en la vida que requiere posicionarse y elegir, aunque la radicalidad aquí reside en la elección y no en la connotación negativa que para nosotros tiene hoy esa palabra.
La sociedades de nuestro tiempo solo se preocupan de sí mismas, me atrevería a decir que en muchos casos incluso cuando lo revisten de acción humanitaria hacia otros. Buscamos nuestra comodidad y nuestro bienestar a tales niveles que vivimos en la sobreabundancia. Y ya no es solo eso sino que nuestros ojos y corazón se están acostumbrando a ver impasiblemente las masacres a través de una pantalla, creyendo que todo eso es ajeno a nosotros. Necesitamos descubrir a Dios en todo ello, en todas las personas que sufren por algún motivo.
Los cristianos tenemos una responsabilidad como bautizados y confirmados (esa es la nueva unción que propone Cristo y no la de los reyes de Israel); esa responsabilidad y vocación es la de detectar el sufrimiento y saber acompañar con alegría y gozo, porque hemos sido ungidos para amar. Que no caigamos en el error de Pedro al no querer descubrir a Jesús en el sufrimiento y la debilidad del mundo y que, por el contrario, como después le pasó al discípulo, sepamos proclamar a Jesús como el nuevo ungido, el Mesías, y estemos dispuestos a desgastar nuestra vida por el proyecto del Reino.

viernes, 25 de agosto de 2017

¿Quién es para tí Jesús? (Mt 16, 13-20)

 
Jesús nunca vivió del qué dirán; no porque no le importara la opinión que de sí tuvieran los demás, sino porque la certeza de su misión superaba cualquier juicio de valor humano. Sin embargo pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Seguramente Jesús imaginaba la respuesta, respuesta confusa, variada, incluso descabellada, había para todas las opiniones. No existía una opinión unánime sobre su persona; la respuesta “bailaba” desde los grandes profetas pertenecientes a la Antigua Alianza, Jeremías, hasta lo más novedoso de la época, Juan Bautista, pero en ese largo intervalo de siglos de historia cabían muchas personalidades y acontecimientos.
La pregunta inicial iba encaminada, no a buscar la respuesta sobre lo que la gente pensaba de Él sino, más bien, a si los suyos sabían con quién estaban y porqué. “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”.
Me atrevería a decir que ni el mismo Jesús se esperaba la segura, rápida y enérgica respuesta de Pedro. Precisamente el que mostraba más inseguridades y le planteaba más idas y venidas entorno al seguimiento, fue el que lo reconoció como “El Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Reconocer en Jesús al Mesías esperado durante siglos no es una imposición colectiva, no es algo fácil por los antecedentes y presentes que vivían los judíos entorno a la figura del esperado. Pedro profesa un acto de fe libre y personal. Dentro de la comunidad de los discípulos cada uno lleva su propio proceso, y él se declara abiertamente seguidor confeso del Mesías, Jesús de Nazaret.
Jesús reconoce este acto de fe en Él, en el Padre, y lo reconoce públicamente dejando claro que lo que acaba de profesar Pedro forma parte de un proceso interno que no depende de grandes doctrinas, elocuentes sabidurías ni enormes inteligencias sino que surge del don de la fe que sólo viene de Dios.
Si el evangelio no supone una interpelación personal constante y actual, no podríamos llamarlo evangelio.
Y tú ¿Quién dices que es Jesús? El credo que profesamos como comunidad cristiana no serían más que palabras elaboradas durante siglos por la Iglesia, y que repetimos en comunidad, pero en realidad algo poco encarnado, impersonalizado, volátil, débil… si no ha sido antes un acto de fe personal, un reconocer a Cristo como el esperado en tu vida; sabiendo que eso traerá consecuencias en la misma y la transformará.
Estoy con el papa Francisco, que como bien dice en la exhortación “Evangelii gaudium”: La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma…”.
La Iglesia debe revisarse tomando como referencia  los primeros tiempos, pero a la luz de los nuevos, para no traicionar su misión dentro de este mundo.
Justo en este pasaje del evangelio de Mateo, Jesús elige la piedra en la que se edificará la comunidad de sus seguidores. Pedro, precisamente en su profesión de fe; no en atención de lo mejor o peor que hablaba a las gentes, no por lo mejor o peor que supiera leer o escribir, convencer, rezar e incluso organizar… No, lo elige por su profesión de fe, por su seguridad al confirmar al Mesías en su propia vida.
Se necesitan hombres y mujeres fuertes (y con fortaleza me refiero a valentía) en la Iglesia, que incluso tengan que “luchar”, remar a contracorriente, dentro de la misma comunidad (como también hizo Pedro en Jerusalén, cuando eran difíciles los comienzos); hombres y mujeres con la fortaleza de la fe, del descubrimiento personal de Cristo que tiene que celebrarse y compartirse en comunidad, pero que nace de lo más íntimo de la persona y su relación con el Padre.