viernes, 29 de abril de 2016

"Mi paz os dejo..." (Jn 14, 23-29)

“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Como bien afirmó el Concilio Vaticano II: “somos templos del Espíritu Santo” (La Iglesia es templo del Espíritu Santo) pero que estemos preparados, al ser creaturas divinas, para poder albergar a Dios en nuestro ser, no quiere decir que Dios pueda poner su morada entre nosotros en cualquier circunstancia, porque ante todo respeta nuestra libertad; Dios no pondrá su morada en nosotros contra nuestra propia voluntad, y esto solo se construye y consiente desde el amor. Solo si amamos a Dios, si hacemos de su Palabra nuestra vida, Él podrá morar entre nosotros. Entonces ya no será solo Jesús el que habitará en nosotros sino que, por Él, el Padre también lo hará ya que son uno solo.
Estas palabras de Jesús se enmarcan en un discurso de despedida en donde promete su Espíritu permanentemente, aunque Él ya no esté físicamente. Jesús, su Espíritu, permanecerá en aquellos que lo amen y conozcan su Palabra.
“La paz os dejo mi paz os doy”. La paz que ofrece Dios es una paz duradera que el mundo no puede ofrecer porque está condicionado por intereses personales. Esa paz que ofrece Dios comienza por lo más profundo del ser, es una paz interna que tiene la necesidad de ser transmitida, y por tanto se convierte en la paz que radica en el evangelio, es la paz a la que se refería Jesús.
Hoy echamos en falta esa paz en nuestro mundo, pero esta solo podrá llegar cuando no entendamos la tierra como una propiedad, cuando no ambicionemos más de lo que necesitamos para vivir con dignidad, cuando no hagamos de la fuerza, la violencia y la exclusión nuestro baluarte.
Hagamos lo posible por conocer a Dios, por amar su Palabra y llevarla a nuestra vida, ese es el camino para la verdadera paz, la paz de Dios.

viernes, 22 de abril de 2016

Un mandamiento nuevo (Jn 13, 31-33a-34-35)

“Ahora es glorificado el Hijo del hombre…”. Jesús sabe de su traición, conoce a los suyos y sus intenciones, y sin embargo no afronta dicha traición con revancha, sino que la asume y ve en ella el cumplimiento de su misión, ve en ella la gloria de Dios, el medio para la realización del Reino.
“Me queda poco de estar con vosotros”. Igualmente Jesús es consciente del poco tiempo del que dispone. Debe ser conciso, debe transmitir a sus discípulos lo que considera nuclear para el anuncio y cumplimiento del Reino, y por eso les deja un mandamiento nuevo.
“Que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Tan sencillo, pero a la vez tan complejo. Algo tan aparentemente gratuito y agradable, es una de las cosas más difíciles, una de las tareas que aún tiene pendiente de realizar la humanidad. Es un gesto, una actitud necesaria; Y si hablamos de nosotros, los cristianos, además, ha de ser una opción de vida, una actitud identitaria.
En sus últimas horas de vida, y siendo Él consciente, el mismo Jesús elige esta tarea, amarse. Podría haber recomendado antes de irse el cumplimiento de los mandamientos o de normas rituales y preceptivas, sin embargo eligió una conducta universal, no ligada a ninguna religión ni a ninguna norma religiosa o cultural.
Al ser humano le cuesta mucho luchar contra sus propios sentimientos y, cuando un corazón está lleno de odio hacia alguien o algo, es ardua misión transformar dicho sentimiento en amor. No se trata de dinero, ni de estudios,  ni de posición social, sino de un proceso, una transformación interior, una nueva forma de entender el mundo y las relaciones humanas.
Esa fue la última lección de vida que nos dio Él, transformar el odio y la traición en amor, y esa es la misión que como cristianos hemos heredado y debemos hacer realidad.
Ojala un día podamos cumplir este mandamiento de Jesús. Una buena forma de empezarlo es tener en cuenta estas palabras de San Agustín: “La condición del amor, amar sin condiciones”.

sábado, 16 de abril de 2016

"Conozco a mis ovejas" (Jn 10, 27-30)

En estos cuatro versículos de Juan (Jn 10, 27-30) se esconde todo un estilo vida según el proyecto de Jesús, una forma de seguimiento, un estilo nuevo de discipulado que rompe con los esquemas del binomio rabino-alumno al que estaban acostumbrados en tiempos de Jesús; Además de una enseñanza reveladora sobre el origen y destino de Jesús.
Esta Palabra no se encuentra aislada en el evangelio de Juan, sino que está enmarcada en una nueva controversia de los judíos (seguramente fariseos) con Jesús, en un marco ideal para debatir sobre el tema, el pórtico de Salomón, y en una fiesta de las más importantes para los judíos como era el día  de la dedicación del templo. Todos estos datos que contextualizan, dan  más sentido e importancia, si cabe, a las palabras de Jesús.
Jesús conocía todos los motivos del seguimiento de aquellos que le acompañaban, fuera permanentemente o de manera temporal; Conocía a aquellos que les movía el hambre, otros que buscaban respuestas a su fe, y otros que habían descubierto ya, de manera precoz, en Jesús al que tenía que venir. Jesús conocía a sus discípulos (sus ovejas en lenguaje del pastor, oficio muy común y conocido). Jesús afirma de ellos que escuchan su voz y le siguen. Son dos actitudes necesarias, escuchar y seguir, porque el seguimiento que requiere Jesús no es un seguirle cómodo, ya que hay que dejar muchas cosas a las que se está apegado, como nos pasa hoy. El seguimiento de Jesús exige saber lo que se quiere y cambiar de vida, si es necesario, para apostar por un cambio de paradigma social y religioso.
A veces pienso con temor, si los que nos llamamos seguidores de Jesús no estamos desfigurando el verdadero seguimiento que vemos reflejado en el evangelio, si no nos parecemos más a los discípulos-alumnos de las clásicas escuelas rabínicas judías en las que se quedaba todo en la teoría del aula y el cumplimiento legal, para luego volver a la comodidad de una vida llena de seguridades. Nuestra Iglesia, todos nosotros, hemos de revisar nuestro seguimiento del Jesús de las sandalias, del Jesús que pisaba el polvo del camino y se ensuciaba sus vestidos con la miseria de la gente, con los imprevistos de la incomodidad del vivir en la calle, en los campos, entre leprosos y necesitados…
No cabe duda de que Jesús tenía muy clara su misión y su identidad: “Yo y el Padre somos uno”. Murió por esta afirmación y eso muestra su coherencia de vida hasta el extremo. Un mentiroso no está dispuesto a morir por sus propias mentiras, y un loco se contradice de un momento para otro y no vive desde la coherencia. Jesús de Nazaret no era ni un mentiroso ni un loco, es el Hijo de Dios vivo, Dios mismo. El día que nos creamos esto de verdad y nos consideremos seguidores suyos, nuestra vida cambiará y nadie nos arrebatará de su lado.




viernes, 8 de abril de 2016

¡Echad las redes! (Jn 21, 1-19)

La confianza, tanto en nosotros mismos como en Dios, es uno de los temas de fondo que creo que nos trae la Palabra. De alguna manera, la confianza es un aspecto-condición de la fe.
Los seguidores y discípulos de Jesús van descubriendo, notando, la presencia de su Espíritu después de su muerte (lo experimentan-sienten resucitado) en diversas ocasiones.
“Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago Tiberiades”. En esta ocasión Jesús se “deja ver”, se hace presente, en el trabajo cotidiano. Allí donde a veces nos puede el desánimo y la rutina, es por eso que, a veces, los frutos de nuestro trabajo son escasos y nada edificantes.
Es cierto que son muchas las prisas y el estrés en el mundo laboral, y que eso hace que desempeñemos nuestras tareas de forma mecánica y sin ilusión. Pero cuando vemos nuestro trabajo como una carga y vivimos amargamente tantas horas de nuestro día, puede que nuestra percepción de la realidad y nuestra cotidianidad se vuelva triste e insoportable.
“Echad la redes a la derecha de la barca y encontraréis”; “Es el Señor”. Sin embargo, cuando descubrimos el trabajo como un don para servir a la sociedad; Cuando desempeñamos nuestras tareas con el convencimiento y la actitud de ser para los demás, en definitiva, cuando descubrimos a Dios en nuestro quehacer laboral, le damos un sentido a lo que hacemos y salimos de la rutina y el sinsentido, transformando nuestra acción y nuestra vida en una ofrenda continua en la que se multiplican los frutos.
“Traed los peces que acabáis de coger”; “Vamos a almorzad”. Nuestro trabajo y sus frutos, solo tienen sentido en cuanto que los compartimos. No podemos ser solos, no hemos nacido para la soledad absoluta. Todo lo que somos y hacemos adquiere sentido pleno si lo entregamos y lo hacemos por y para los demás.
“¿Me amas?; Sí Señor tú sabes que te quiero”. Es evidente que esta pregunta repetida tres veces con su triple respuesta positiva, tiene un carácter catequético y simbólico. Tantas veces como Pedro negó a Jesús ahora lo acepta y quiere. Podríamos decir que es una nueva conversión, una purificación de lo corrupto del haberle negado.
También en nuestra comunidad eclesial tenemos que descubrir a Jesús. Muchas veces nos empeñamos en pescar de noche, como los discípulos, hacemos cosas sin saber el porqué, desde la rutina religiosa; No hemos descubierto que Jesús es  luz y vida, que es el amanecer y que con Él todo es posible. Nos mantenemos con las viejas técnicas de pesca y no nos atrevemos a echar las redes en otras direcciones, algo a lo que nos invita Jesús, para descubrir que hay abundancia de peces (de bienes). La nueva exhortación apostólica del papa Francisco: “La alegría del amor”, es un atisbo de ese nuevo descubrir, aceptar, amar… ese echar las redes sin miedo hacia otros lugares, situaciones sociales, y personas que necesitan del amor de la iglesia y que han estado tan abandonados por ella. Hay atisbos aunque aún con mucho miedo.
Jesús nos invita desde la orilla a no tener miedo, a mirar la luz del horizonte amanecido, a que seamos una Iglesia que trabaja en la luz y no desde la noche y la oscuridad; Nos invita a resucitar a una vida nueva, a una renovación.

sábado, 2 de abril de 2016

¿Creer para ver? (Jn 20, 19-31)

No es posible la luz sin antes haber experimentado las tinieblas. No se puede hablar ni saber lo que es la alegría, si no hemos pasado un periodo de tristeza y abatimiento. No se puede hablar de espíritu ni de resucitar a una vida nueva, si antes no hemos pasado por la experiencia de la muerte. Ya nos lo han dicho también nuestros santos; Nos han hablado de las noches oscuras y la soledad que abruma y desespera. Todos hemos pasado o estamos pasando por momentos similares.
“Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Es evidente que el relato de Juan se redacta desde una comunidad naciente y desde una conciencia clara de identidad “cristiana”. El hecho de la separación entre los discípulos y los que claramente llama judíos, es la muestra de que el mesianismo de Jesús era ya aceptado por unos y rechazado por otros de manera oficial. Pero cuando sucede este hecho de la aparición de Jesús a los discípulos, sólo horas después de la muerte de Jesús, los discípulos eran y se consideraban absolutamente judíos.
Aquí, sin embargo, los discípulos tienen miedo a los judíos. Hermanos que tienen miedo de otros hermanos ¿Por qué los humanos, muchas veces incluso entre hermanos, sentimos temores y miedos, o los provocamos? Conviene que reflexionemos esto, pero el mensaje de Jesús es muy claro: “PAZ A VOSOTROS”, y esto lo dice “enseñándoles las manos y el costado”. No merece la pena vivir con miedo; No merece la pena hacer sufrir hasta padecer miedo y angustia a otros hermanos. Las manos y el costado son los testigos físicos de su pasión, de la violencia de los hombres entre los hombres; Jesús dice: “No sea así entre vosotros”, todo lo contrario, reine la paz entre vosotros, ese es su saludo al resucitar.
“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Su mensaje y su envío es la Paz en el mundo, esa es la misión del cristiano, hacer reinar la paz.
Últimamente ha vuelto el miedo entre hermanos que profesan a Dios, estamos volviendo a repetir la más nefasta de las historias. La humanidad tiene miedo del Islam indiscriminadamente. Algunos matan creyendo que es lo que quiere Dios, pero esos no son dignos de llamarse islámicos porque rompen el deseo más profundo del Dios Padre de todos, la PAZ.
En nuestra iglesia también hay hermanos que padecen de una enfermedad que han provocado otros, el miedo, el temor a decir o ser ellos mismos, porque el juicio de los humanos, a veces, es más fuerte que el del mismo Dios. El baremo con el que guiará Dios su juicio es el amor, nos lo ha dicho muchas veces Jesús. Sin embargo el juicio de los hombres no se guía por baremos de amor, sino más bien de cumplimientos o preconcepciones que no atienden a la peculiaridad y las riquezas personales del ser humano que Dios ha creado.  
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en la llaga…, no lo creo”. Solemos juzgar muy rápido la actitud de Tomás, pero en realidad todos llevamos un Tomás dentro de nosotros. Necesitamos ver, tocar, sentir para poder creer de verdad. Nuestra religión está llena de imágenes, objetos y reliquias que parece que nos ayudan, y han ayudado siempre, a acercarnos más Cristo y creer más en Él. Por eso, hemos de plantearnos qué ven muchos en la Iglesia para que, lejos de acercarse a ella, lo que pronuncian sus labios de forma inmediata sea: “Yo no creo en la Iglesia” y se aparten y la critiquen como anti testimonio. Si la Iglesia ha de ser  reflejo de Cristo, y con lo que ven en ella apartamos a muchos, hemos de hacer una profunda reflexión. Una reflexión previamente personal y después comunitaria; Dios nos pide experiencia interna, ver con los ojos del corazón lo que llevamos dentro de nosotros mismos: “Dichosos los que crean sin haber visto”.