sábado, 15 de octubre de 2016

Nos claman justicia (Lc 18, 1-8)

El ser humano  y sus prisas. El hombre y sus ritmos y exigencias, es lo que subyace en el fondo de este texto de Lucas; Eso, y el sentido de la justicia que emana de Dios. El sentido del tiempo para los hombres, y su medida, no es nada con la infinitud que se desprende de Dios.
No es novedad el hecho de que los hombres nos desesperemos e impacientemos, a veces, ante lo que aparentemente vemos como olvido o desidia de Dios, porque nos parece que Dios puede actuar como nosotros los hombres, que nos desentendemos de los problemas y la justicia de los semejantes.
Jesús siente la necesidad de explicarles a sus discípulos  cómo debían orar y la insistencia y perseverancia que debía marcar dicha oración. Y cuando hablo de oración no me refiero sólo a la oración de petición desesperada y pedigüeña, ya que si no estaría reduciendo muchísimo este evangelio y las palabras del mismo Jesús, sino que me refiero más bien a la oración que se entiende como acercamiento a la bondad, misericordia y justicia divinas.
Si un hombre que no teme a Dios ni respeta a los hombres es capaz de tener actos de justicia y atiende a sus vecinos ¿Cuánto más Dios atenderá y hará justicia a los que se la piden? El problema quizás puede venir cuando Dios quiere reflejarse en nosotros o, mejor dicho, cuando nosotros, como cristianos,  debemos ser reflejo de Dios.
El abandono de la fe, la no perseverancia, viene por nuestra impaciencia y desesperación al no descubrir a Dios en nuestra vida. Estamos acostumbrados a que todo sea rápido y efímero, es uno de los “valores” en alza en nuestra sociedad. La viuda pide justicia obteniéndola después  de mucho insistir. Lucas afirma que Dios ofrece justicia sin tardar a los que se la piden.
En aquel tiempo las viudas eran uno de los colectivos más desamparados y desatendidos a todos los niveles, la viuda representa a todos los que estaban abandonados por sus semejantes, incluida la justicia. Hoy muchas personas claman, nos piden justicia, y nosotros, muchas veces, actuamos como ese juez injusto al que le cuesta atender a los demás. Hoy nosotros, tanto a nivel personal como social, hemos de atender a aquellos que aún claman justicia porque son los grandes desterrados en la tierra en la que viven.

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