sábado, 22 de octubre de 2016

¿Enaltecerse o humillarse? (Lc 18, 9-14)

Durante mucho tiempo, y aún todavía hoy en muchos casos, ha reinado el pensamiento, la creencia, de que cumpliendo las normas y preceptos que la religión determina (algo que va cambiando según los tiempos y las personas que están a la cabeza, por tanto no es definitivo ni dogmático) era suficiente para estar en “gracia” de Dios y ser una persona de bien, honrada y en camino de perfección.
No es que las normas de la Iglesia, o de cualquier religión de bien, sean malas pero sí que, si se llevan al extremo o se absolutizan y endiosan, pueden resultar una pantalla que no deja que veamos la realidad con ojos limpios e incluso pueden llegar a ser contradictorias y contraproducentes.
Es muy posible que centrándonos en cumplir normas que suelen ser buenas para una disciplina interna y personal, nos olvidemos de aquellas actitudes que nos invitan a ocuparnos de los demás  y nos hacen salir de nosotros mismos.
“El fariseo erguido oraba así: Te doy gracias por no ser como los demás…” ¿Qué actitud mantienes tú? Podemos ir erguidos de orgullo por la vida creyéndonos perfectos y viendo los defectos de los demás, sin caer en la cuenta de que esa actitud es ya un error e imperfección personal, o podemos ser conscientes de nuestras goteras personales y nuestra falta de constancia y errores, intentando superarlos poniendo todo nuestro ser en manos de Dios.
“Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Lo que sí es cierto es que, normalmente, nuestras acciones revierten y tienen consecuencias en nuestra propia vida y en la de los demás. Algo así piensan también las religiones politeístas orientales (Hinduismo y Budismo) cuando hablan del karma.
La humildad es un valor poco apreciado en nuestra sociedad de pantalla, en esta sociedad que aboga por el no pasar desapercibido, que promueve reality shows en los que pierden aquellos que no llaman la atención o no son aliados del excentricismo. Pero en el fondo sabemos que la humildad es el valor que nos hace vivir tranquilos, con paz y sosiego interno, y la que hace que actuemos con limpieza de corazón asumiendo que no somos perfectos, siendo paradójicamente esta actitud, ya en sí, un camino de perfección.

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