sábado, 13 de agosto de 2016

Traer fuego a la tierra (Lc 12, 49-53)

En este pasaje Lucas nos regala todo un discurso breve de Jesús plagado de símbolos, que tanto para el judaísmo como para el cristianismo posterior han estado y están cargados de significado.
Fuego y agua (nos habla de la necesidad de pasar un por bautismo), ambos que parecen antagónicos, son sin embargo complementarios en este discurso en el que Jesús nos invita, a través de esta simbología, a la acción, al cambio y a salir del inmovilismo.
“¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división”. Peligrosas palabras si no se saben leer correctamente e interpretar adecuadamente. Nos dan la impresión de un Jesús al que estamos poco acostumbrados, un tanto violento o despiadado, sin embargo aquí vemos a un Jesús que es realista y consciente de que el mensaje que propone, el mensaje del reino de Dios, inevitablemente dividirá y descolocará. Quién opta por el Reino de Dios y es capaz de llevarlo a la vida, desestabiliza algunas de las estructuras que los humanos hemos ido creando. Porque no es lo mismo ser que no ser cristiano, porque no se actúa igual siendo que no siendo cristiano. No es que seamos especiales, es que simplemente somos distintos, y eso lo notamos en cualquier conversación, por trivial que sea, con nuestros amigos e incluso familiares, no solo con los que atacan frontalmente a la iglesia sino también con los que pasan de lo que en ella se cueza.
Por otro lado me resulta gracioso cuando los que no son cristianos o al menos no comulgan, se permiten el lujo de afirmar que los cristianos hacemos poco por el mundo. Parece que cuando hay alguna necesidad, catástrofe o cualquier otra situación que requiera solidaridad, los cristianos fuéramos los primeros que tenemos que estar, si no los únicos. Hay que hacer entender que nosotros no tenemos la patente de la solidaridad, ni estamos marcados desde nuestro nacimiento como los arregla problemas del mundo. Es cierto que podemos y debemos hacer más, pero no es de recibo que nos lo digan los que hablan desde la comodidad del nihilismo absoluto (más bien pereza, porque al menos el nihilismo es una corriente de pensamiento y la pereza es una actitud egoísta que afecta incluso al pensar).
“En adelante una familia…estará dividida”. También es fácil malinterpretar esta frase si no se tiene en cuenta cual era la estructura familiar en tiempos de Jesús. El patriarca era la única y absoluta autoridad dentro de la familia. La estructura patriarcal era, en la mayoría de las ocasiones, la causante de la falta de libertad de los hijos e hijas ya que el padre mandaba, como rezaba la tradición, el futuro que cada hijo debía tener, con quién debían casarse e incluso en qué trabajarían. Era por tanto muy difícil que alguien pudiera escuchar la voz de su interior y pudiera seguirla, era imposible que alguien se planteara otro tipo de vida al que le habían reservado.
El reino de Dios invita a la justicia y la libertad, invita a la humanización y la personalización. Jesús quiere que cada persona se sienta libre para poder elegir, para poder escuchar al Espíritu y actuar acorde a la justicia. Por esta cuestión, si alguien se unía al grupo de Jesús debía romper con la familia no sólo físicamente sino en la tradicional forma de pensar y actuar. Esa es la razón por la que Jesús afirmaba que las familias se separarían.
Hoy la estructura familiar es otra, y las familias se separan por otras cuestiones. Y quizás, dándole la vuelta a la tortilla y a este pasaje del evangelio, sea Jesús y el proyecto del reino lo que pueda volver a unirlas.

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