sábado, 27 de agosto de 2016

¿Cuál es el primer puesto? (Lc 14, 1.7-14)

Una vez más vemos a Jesús enseñando desde lo cotidiano. Enseñando que las cosas más grandes se hacen desde lo pequeño, que los valores que deben mover la vida del hombre han de empezar desde los gestos más humildes para terminar dándole sentido a toda una existencia.
Una vez más Jesús está sentado a la mesa, invitado por un fariseo. El acto de sentarse a la mesa no era algo banal dentro del judaísmo, conllevaba toda una carga de sentido humano, social e incluso espiritual. Cuando alguien invitaba a otra persona a entrar en su casa y lo sentaba a su mesa para compartir el alimento y la bebida, estaba reconociendo que estaban a la misma altura social. Jesús conocía y participaba de toda esta antropología de la mesa y por eso acepta invitaciones y se sienta a comer y beber con toda clase de personas.
Pero eso no significa que dentro de la invitación no haya cierta hipocresía o que todo sean buenas intenciones. Aún así, Jesús acepta y participa de la mesa,  muchas veces “envenenada”, de fariseos y personas que intentaban pillarlo en algún renuncio ya que no hay nada mejor que dar una lección aprovechando el error de alguien.
“Notando que los convidados escogían los primeros puestos…”. Ser siempre los primeros, eso es lo que queremos, es lo que nos han enseñado desde pequeños que tenemos que estar entre los primeros y ser los mejores en todo lo que hagamos. Y es de ahí de donde nacen los peores traumas, desilusiones y la baja autoestima, es de ahí de donde nos viene el pensar muchas veces que nos estamos a la altura ¿A la altura de qué? ¿De lo que otros han pensado para nosotros? ¿De lo que otros quieren que seamos o que sea toda una sociedad? No hay nada mejor que la grandeza y el tesoro de la individualidad, el sabernos únicos e irrepetibles. Aunque todo esto entraña también sus riesgos, como el confundir nuestra exclusividad de hijos de Dios con el creernos mejores que nadie. Es entonces cuando queremos estar siempre en el candelero o la parrilla de redes sociales aparentando lo que no somos. En esta sociedad en la que la gente conoce “toda” nuestra vida porque nosotros mismos la colgamos en la autopista pública de la red de redes, reflejo de nuestro afán de protagonismo, nos ansiamos intentando mostrar al mundo que somos felices con miles de fotos que no muestran más que nuestro ser exterior en momentos puntuales (por supuesto sin generalizar ni demonizar las redes sociales que tanto bien hacen en ocasiones, ni meter en el mismo saco a todas las personas).
“Cuando te conviden vete a sentarte en el último puesto”; “…Porque todo el que se humilla será ensalzado”. Pero Jesús aboga por la discreción, aboga por la humildad. Porque, paradójicamente, será la humildad la que te ensalce y te lleve al primer puesto si es que realmente te lo mereces. A veces nos puede el afán de protagonismo rápido sin reparar en si realmente tenemos cualidades para tal o cual cosa. Es la osadía y vanagloria la madre de muchas personas que creen que por tener un cargo determinado, sentarse en un sillón u otro o aparecer en una foto determinada tienen una categoría superior al resto de los mortales.
“Cuando des un banquete, invita a pobres…; dichoso tú porque no pueden pagarte…”. ¿A quién invitamos a nuestros banquetes y quién se sienta en nuestras mesas? ¿Con quién celebramos el nacimiento de Dios en navidad o celebramos la resurrección? Si sólo lo hacemos con nuestros amigos o familiares ya hay algo que tenemos que cambiar. Sí, es cierto que parece una locura plantear esto en nuestra sociedad occidental del bienestar, pero no estaría haciendo justicia al evangelio si no hablara claramente de este tema, reconociendo que nos queda mucho camino por recorrer, reconociendo que no solo nos separa el tiempo y la cultura del Jesús de Nazaret a quién seguimos, sino que quizás también nos separa la forma en la que le seguimos respecto a lo que realmente Él nos enseñó. Jesús toca de nuevo en esta enseñanza el tema del interés. Hacer algo por alguien que sabes que después te puede devolver el favor o porque  te interesa estar a bien con esa persona en un futuro, no es propio de un cristiano sino más bien propio del interés humano. Jesús nos invita a hacer las cosas de corazón, con una caridad sin intereses. Es más, nos invita a trabajar y ayudar a los que sabemos de antemano que no podrán pagarnos o devolvernos nada, porque un seguidor de Jesús no ve su recompensa en lo inmediato, ni siquiera en lo humano, sino que ya es una recompensa en sí el trabajar por el Reino, el conocer y sentir a Dios en tu vida, ya nuestra recompensa está más allá de lo humano, será la resurrección.

viernes, 19 de agosto de 2016

La puerta estrecha (Lc 13, 22-30)


El número y la calidad de los salvados, la preocupación en exceso por la salvación eterna sin atender demasiado al verdadero camino para alcanzarla centrándonos en las formas, que sólo son eso… formas. Jesús sabía de esta preocupación y también de la idea que se tenía de cómo alcanzarla en su tiempo (quizás no muy distinta a nuestro concepto actual pese a los siglos pasados ya).
“Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”. Es cierto que, respecto a la mentalidad de la época y a la nuestra incluso, Jesús despista y parece abrir demasiado el abanico de la salvación  (afirma que la salvación también es para pobres, enfermos, pecadores, publicanos, prostitutas…) dando la impresión de que nadie se quedará sin salvarse y, en consecuencia, que hagas lo que hagas la alcanzarás porque Dios es eternamente misericordioso. Pero lejos de esta idea Jesús nos invita a entrar por la puerta pequeña-estrecha. La apertura de Jesús no hay que confundirla con la permisividad absoluta. Son las obras de misericordia las que harán que Dios nos abra las puertas de la salvación y nos invite a entrar, y no las formas o normas establecidas por cualquiera de las religiones existentes.
Como he dicho en otras ocasiones Jesús no funda, ni fue su intención, ninguna religión; No es un maestro que dicte normas, sino un maestro-profeta que anuncia la Buena Nueva, absolutamente nueva, de que todos los hijos de Dios, la humanidad entera, está preparada para la salvación si vive y construye su vida desde la bondad del amor y la entrega a los otros. A Jesús le preocupa más la ética humana que la liturgia desvinculada de la vida.
“Vendrán de oriente y occidente…”. Jesús deja claro que no por conocerle a Él se tiene garantizada la salvación, porque aun es peor si conociéndole no se le sigue. Es decir, que gentes de otros lugares y religiones estarán invitados al banquete, conocerán a Dios cara a cara, porque ya lo han conocido y seguido en su vida terrena. En cambio, quizás, los que nos creemos cristianos o creemos conocer a Jesús no tenemos garantizada la salvación si realmente no hemos hecho un ejercicio de purificación y de conocimiento real, olvidándonos de nuestras normas y leyes (incluida la Iglesia con normas que alejan más que acercan e invitan al amor) y acercándonos con humildad al verdadero Cristo, que no es el Cristo que hemos querido crear sino el que es. Porque esto nos queda muy claro ya desde la Antigua Alianza: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14), y no el que tú quieres que sea.
“Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. El fenómeno Jesús es mucho más universal de lo que los cristianos nos creemos. Es algo tan maravilloso, incontrolable y divinamente “desorganizado”, que se escapa de cualquier mano humana (incluida la mano de la Iglesia) que tuviera pretensiones de adueñarse de Él o patentarlo. Los cristianos deberíamos hacer más gala de nuestro de nuestro apellido, católicos, y aprender realmente lo que ello significa. La universalidad, tanto física como mental-espiritual, a la que estamos invitados por llevar ese apellido que ya desde los albores del judeo-cristianismo nos acompaña.

sábado, 13 de agosto de 2016

Traer fuego a la tierra (Lc 12, 49-53)

En este pasaje Lucas nos regala todo un discurso breve de Jesús plagado de símbolos, que tanto para el judaísmo como para el cristianismo posterior han estado y están cargados de significado.
Fuego y agua (nos habla de la necesidad de pasar un por bautismo), ambos que parecen antagónicos, son sin embargo complementarios en este discurso en el que Jesús nos invita, a través de esta simbología, a la acción, al cambio y a salir del inmovilismo.
“¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división”. Peligrosas palabras si no se saben leer correctamente e interpretar adecuadamente. Nos dan la impresión de un Jesús al que estamos poco acostumbrados, un tanto violento o despiadado, sin embargo aquí vemos a un Jesús que es realista y consciente de que el mensaje que propone, el mensaje del reino de Dios, inevitablemente dividirá y descolocará. Quién opta por el Reino de Dios y es capaz de llevarlo a la vida, desestabiliza algunas de las estructuras que los humanos hemos ido creando. Porque no es lo mismo ser que no ser cristiano, porque no se actúa igual siendo que no siendo cristiano. No es que seamos especiales, es que simplemente somos distintos, y eso lo notamos en cualquier conversación, por trivial que sea, con nuestros amigos e incluso familiares, no solo con los que atacan frontalmente a la iglesia sino también con los que pasan de lo que en ella se cueza.
Por otro lado me resulta gracioso cuando los que no son cristianos o al menos no comulgan, se permiten el lujo de afirmar que los cristianos hacemos poco por el mundo. Parece que cuando hay alguna necesidad, catástrofe o cualquier otra situación que requiera solidaridad, los cristianos fuéramos los primeros que tenemos que estar, si no los únicos. Hay que hacer entender que nosotros no tenemos la patente de la solidaridad, ni estamos marcados desde nuestro nacimiento como los arregla problemas del mundo. Es cierto que podemos y debemos hacer más, pero no es de recibo que nos lo digan los que hablan desde la comodidad del nihilismo absoluto (más bien pereza, porque al menos el nihilismo es una corriente de pensamiento y la pereza es una actitud egoísta que afecta incluso al pensar).
“En adelante una familia…estará dividida”. También es fácil malinterpretar esta frase si no se tiene en cuenta cual era la estructura familiar en tiempos de Jesús. El patriarca era la única y absoluta autoridad dentro de la familia. La estructura patriarcal era, en la mayoría de las ocasiones, la causante de la falta de libertad de los hijos e hijas ya que el padre mandaba, como rezaba la tradición, el futuro que cada hijo debía tener, con quién debían casarse e incluso en qué trabajarían. Era por tanto muy difícil que alguien pudiera escuchar la voz de su interior y pudiera seguirla, era imposible que alguien se planteara otro tipo de vida al que le habían reservado.
El reino de Dios invita a la justicia y la libertad, invita a la humanización y la personalización. Jesús quiere que cada persona se sienta libre para poder elegir, para poder escuchar al Espíritu y actuar acorde a la justicia. Por esta cuestión, si alguien se unía al grupo de Jesús debía romper con la familia no sólo físicamente sino en la tradicional forma de pensar y actuar. Esa es la razón por la que Jesús afirmaba que las familias se separarían.
Hoy la estructura familiar es otra, y las familias se separan por otras cuestiones. Y quizás, dándole la vuelta a la tortilla y a este pasaje del evangelio, sea Jesús y el proyecto del reino lo que pueda volver a unirlas.

jueves, 4 de agosto de 2016

Estar vigilantes (Lc 12, 32-48)

Este pasaje está contextualizado en una comunidad primitiva (judeo-cristiana) que esperaba esa inminente venida (la segunda venida) de Jesús y vivía tal espera con temor y sin saber muy bien cómo prepararse.
“No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. Jesús nos invita a no tener miedo al dejar de aferrarnos a nuestras seguridades humanas. Nos invita al abandono en Dios, a la absoluta confianza, no sólo en nuestro día a día (en las cosas más básicas para la supervivencia) sino que es una invitación a la elección de un estilo de vida que impregne todo nuestro ser y nuestro quehacer, un estilo de vida que tenga como base e inspiración el Reino de Dios. Porque hablar del Reino de Dios es hablar de Dios mismo como bien afirma B.D.Chilton: “El Reino de Dios es Dios mismo”.
No hay día que pase y que no me cuestione mi estilo de vida, mí día a día como cristiano. No hay día en el que después de leer el evangelio y levantar la vista de la escritura para observar mi entorno doméstico, no me plantee si realmente lo estoy haciendo bien o he entrado en un proceso descafeinado del que es muy difícil salir y en el que urge una solución. Nos han educado, estamos educando a nuestros pequeños, en un cristianismo de la buena obra pero sin salir de nuestra comodidad personal, en un cristianismo del dar de lo que nos sobra o al menos de lo que no necesitamos para vivir, pero la Escritura es clara: “Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”.
Hace dos mil años Jesús invitaba a la vigilancia con la parábola de los criados de las lámparas encendidas,  y  hoy nos sigue invitando a estar vigilantes en una Iglesia que, en no pocas ocasiones, se acomoda y relaja ante los acontecimientos de este mundo que, según interpreto yo, representan al señor de la casa. Cristianos dormidos mientras su señor está en este mundo reflejado en miles de acontecimientos que necesitan de nuestras lámparas encendidas y nuestros pies prontos y cinturas ceñidas para la acción. Cristianos que miramos impasibles las pantallas planas de nuestros hogares para quedarnos igual de planos ante tales hechos, porque son tantos los acontecimientos que requieren obrar desde el Reino, y tan rápidamente contados y visualizados en los telediarios (crónicas que parecen preanunciar el apocalipsis) que nuestra mente parece no poder asumirlos y como mecanismo de defensa se acoge a la indiferencia.
“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, mas se le exigirá”. Pero no se trata de que los cristianos debamos o nos sintamos en la obligación de solucionar el mundo, sino de que estemos vigilantes a nuestras miradas, nuestros pequeños gestos, nuestra economía y comodidades personales, y podamos brindar aquello que tenemos sin miramientos. Porque tampoco se trata de querer alcanzar la gloria a fuerza de cantidad desmesurada de buenas obras en un puro y descontrolado “activismo para la salvación” (ya que si no volveríamos a la eterna disputa de la salvación por la gracia o por las obras) sino de saber orientar y dar sentido a nuestra vida desde la frescura y autenticidad del Reino, y poder vivir tranquilos y felices como cristianos, sin que ello nos quite la paz o nos haga sentir miedo.
Jesús no quiere que tengamos miedo, no podemos permitirnos el lujo de tener miedo en una iglesia que nació para sanar y acompañar, para consolar  y querer, para amar con locura, porque loco es el que ama el Reino y lo lleva a su vida con todas las consecuencias. Y si estamos en una Iglesia en la que permanecemos presos del miedo, estoy seguro de que dicha Iglesia no es continuadora del Jesús que supuso transgresión y ruptura con los miedos y esclavitudes que unos hombres a otros nos empeñamos en imponer.
Y tú ¿Cuánto has recibido? Y ¿Cuánto estás dispuesto a dar?