sábado, 18 de junio de 2016

Lo difícil de negarse a sí mismo (Lc 9, 18-24)

Jesús nunca vivió del qué dirán; no porque no le importara la opinión que de sí tuvieran los demás, sino porque la seguridad de su misión superaba cualquier juicio de valor humano. Sin embargo pregunta: ¿Quién dice la gente que soy? Seguramente Jesús imaginaba la respuesta. Respuesta confusa y variada; Había para todos los gustos. No existía una opinión unánime sobre su persona; las respuestas “bailaban” desde la reencarnación de uno de los grandes profetas pertenecientes a la Antigua Alianza, hasta lo más novedoso de la época, Juan Bautista, pero en ese largo intervalo de siglos de historia cabían muchas personalidades y acontecimientos.
La pregunta inicial iba encaminada, no a buscar la respuesta sobre lo que la gente pensaba de Él, sino más bien, a si los suyos sabían con quién estaban y porqué: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Me atrevería a decir que ni el mismo Jesús se esperaba la segura, rápida y enérgica respuesta de Pedro. Precisamente el que mostraba más inseguridades y le planteaba más idas y venidas entorno al seguimiento, fue el que lo reconoció como “El Mesías”.
Reconocer en Jesús al Mesías esperado durante siglos no es fruto de una imposición colectiva, no es algo fácil por los antecedentes y presentes que vivían los judíos en torno a la figura del esperado. Pedro profesa un acto de fe libre y personal. Dentro de la comunidad de los discípulos cada uno lleva su propio proceso, y él se declara abiertamente seguidor confeso del Mesías, Jesús de Nazaret.
Si el evangelio no supone una interpelación personal constante y actual, no podríamos llamarlo evangelio. Y tú ¿Quién dices que es Jesús? El credo que profesamos como comunidad cristiana no serían más que palabras elaboradas durante siglos por la Iglesia, y que repetimos en comunidad, pero en realidad algo poco encarnado, impersonalizado, volátil, débil… si no ha sido antes un acto de fe personal, un reconocer a Cristo como el esperado en tu vida, sabiendo que eso traerá consecuencias en la misma y la transformará.
“El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho…”. En estas palabras de Jesús descubrimos uno de los anuncios de la pasión. Jesús anticipa que sufrirá mucho y padecerá a causa, precisamente, de la religión vigente, a manos de los letrados, fariseos y sacerdotes, y eso es algo que a los discípulos les costará aceptar. Pero no queda otra que descubrir que, a pesar de la religión, Dios está delante de ellos y que los hombres no lo hacemos todo bien, ni siquiera los representantes de Dios en la tierra.
Tenemos que descubrir a Dios más allá de instituciones que representan a masas. Dios es el que da el sentido a tu vida en un mundo en el que nos ahogamos unos a otros y violentamos con excusas (excusas en las que también entra el mismo nombre de Dios). Nos herimos e incluso matamos por homofobia, por intolerancia a ideas que no son las nuestras, por el futbol o porque simplemente tenemos miedo… pero todo eso son excusas que revisten nuestra animalidad más brutal.
“El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.
Pedro reconoció a Jesús como Mesías porque estaba con Él y veía a diario sus obras, escuchaba sus palabras y seguramente quedaba admirado de la cantidad de gente que seguía a su Maestro. Pero, en ese momento, se quedó ahí sin ver más allá, sin prever que ese compromiso le llevaría a Jesús a padecer sufrimiento y dolor por su coherencia vital. Por eso Jesús le/les interpela, porque ve que no asumen lo amargo del camino y posiblemente se quedan en lo dulce; Jesús quería hacerles reflexionar si estaban dispuestos a padecer por su fe en el reino.
Hay gente que piensa que los creyentes vivimos más felices y serenos que el resto de los mortales; Que el hecho de la esperanza de la fe evita sufrimiento e incertidumbres, sobre todo en lo que habrá más allá de la muerte. Y dentro de la comunidad también existen hermanos que creen sin ir más allá, quedándose en las formas y las liturgias, pero sin encarnar su fe y asumir sus cruces.
Los cristianos hemos de tener en el horizonte la resurrección, pero eso no nos evita que el trabajo por el reino a veces sea difícil y entrañe dolor y desesperanza. Todo esto no es malo, es simplemente humano, pero si es cierto que la fe hace (o debería hacer) que las cruces se asuman de otra manera y que no tengamos la sensación de recorrer este camino en soledad.

viernes, 10 de junio de 2016

Ungir a Dios en los demás (Lc 7,36-8,3)

La escena que nos muestra el evangelio es, cuanto menos, curiosa y se me antoja también un tanto especial y poco frecuente. Es una escena llena de personajes antagónicos, llena de contradicciones pero a la vez de enseñanzas.
“Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él”. Si bien es cierto que no todos los fariseos eran iguales, la imagen que tenemos hoy los cristianos de ellos es negativa porque así nos lo han transmitido los relatos en los que se los nombra en los evangelios. Pero es curioso que un judío fariseo, por tanto amante de la ortodoxia, se acercara, invitara e incluso  rogara a Jesús, que tenía fama de ser un maestro poco ortodoxo, a comer a su casa y compartir su comida.
Por otro lado en casa de ese fariseo parece que entra sin más dificultades una pecadora pública, es decir una prostituta, al enterarse de que Jesús está allí y le unge los pies. Fariseo y pecadora, ambos ante Jesús tal y como son. Seguramente el fariseo no invita a comer a Jesús a su casa sin más, sino que querría saber más de su enseñanza, querría saber más de cerca quién era y qué proponía Jesús, seguro que tenía preparadas algunas preguntas sobre la ley para ver la interpretación de Jesús. Sin embargo la mujer pecadora no tiene nada preparado, simplemente se entera de que Jesús estaba allí y ve la oportunidad para acercarse a Él y mostrarse su respeto y su cariño, porque sabe que es el único que no la juzga.
“Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer…”. Al fariseo le repugna esta imagen de la mujer besando los pies de Jesús y ungiéndolos con un perfume carísimo en el momento de la comida. Es la personificación de la impureza en su casa, y eso no se lo podía permitir a si mismo porque tenía una imagen que guardar, por eso cuestiona e intenta desprestigiar a Jesús poniendo en duda su persona.
“Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor, pero al que poco se le perdona, poco ama”. Jesús es categórico una vez más, a Dios no le importan tanto los pecados de sus hijos sino la falta de amor. A Jesús no le importaba que el fariseo tuviera “menos” pecados que la mujer, sino que valora que la mujer actúa en la vida por amor y con el corazón y el fariseo, en cambio, bajo la excusa demoledora de la ley.
La ortodoxia y el cumplimiento de no sé qué ley hacen que, sentados a la mesa en nombre de Cristo y con Cristo (en la misma eucaristía), rechacemos a hermanos por su condición o situación o porque no encajan en la “ley” de la iglesia; Tachándoles de pecadores públicos (divorciados, homosexuales, prostitutas…) y por tanto excluyéndolos del banquete, casi sintiendo vergüenza de ellos y prohibiéndoles comulgar. Quizás si Cristo tuviera que decir algo en todo esto, lo primero que haría sería preguntarnos por la medida de nuestro amor.
Es mala la religión que juzga previamente a la gente sin antes  mirarles a los ojos con cariño para decirles: “Dios te ama y yo también”.

sábado, 4 de junio de 2016

Com-padecerse. La viuda de Naím (Lc 7, 11-17)

Jesús tiene compasión y siente lástima de la gente que lo pasa mal, más aún cuando sabe que las fatalidades humanas se acrecentaban en un pueblo, el suyo, que discriminaba y relegaba a los márgenes de la sociedad a personas como las viudas, las mujeres en general y otros colectivos. Son estas situaciones  las que hacen Jesús se pare ante el dolor y preste su ayuda. Ante el cortejo de la muerte y los que lloran, Jesús no se muestra indiferente. Jesús sabía que la situación de la mujer en su tiempo era difícil, pero era aún más complicada la situación de las viudas a las que no atendía nadie, como iba a ser el caso de esta, la viuda de Naím, que no sólo había perdido al marido sino que acababa de perder al único hijo varón que tenía. Hemos tendido siempre, con el afán de divinizar en exceso, a dar la imagen de Jesús como el de un Dios que, aún siendo humano, se muestra frío o demasiado hierático; Sin embargo Jesús se emociona y siente con los que padecen, no sólo soluciona sino que empatiza y padece con los que padecen.
Ante las situaciones duras que nos pone la vida a los humanos, situaciones que no vale esquivar porque vienen si o si, a veces, las incrementamos con nuestra falta de sensibilidad y el volver la vista a otro lado.
“Lo que no admite duda es que los evangelios nos indican que Jesús defendió siempre la vida. Y luchó contra el sufrimiento de las personas en situaciones de sufrimiento y desamparo que encontró en su paso por esta vida. Así, el mismo Jesús dejó constancia de la tarea y la misión que encomendó a sus seguidores. Por eso resulta tan penoso tener que aceptar el hecho histórico de la relación que siempre ha existido entre “religión y “muerte”. (José Mª Castillo).
Nuestra religión, nuestra iglesia, ha de ser más sensible ante los sufrimientos ajenos. A veces nos sirve o nos consuela el hacer algo por los demás sin demasiado sentimiento. Quizás ya es tiempo de saber que el aliviar nuestras conciencias no es suficiente, sino que todo nuestro ser ha de ser para los demás, que nuestros sentimientos han de ser mostrados y en consecuencia así han de actuar, porque el Maestro así lo hizo.