sábado, 28 de mayo de 2016

¿Qué podemos hacer? "Dadles vosotros de comer" (Lc 9, 11-17)

“Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban”. El ser de Jesús va acompañado de palabra y obra. Este fragmento de la Palabra empieza dándonos una buena lección a los cristianos que, quizás a veces, teorizamos más de la cuenta (vayan incluidas estas letras) y nos olvidamos de que El Reino de Dios no ha de ser otra cosa que una realidad encarnada. Jesús hablaba sobre el significado del Reino, porque la palabra y la escucha son muy importantes para los humanos, pero también lo hacía realidad curando y atendiendo a los que lo necesitaban.
Hoy en día, y no solo por hacernos creíbles de puertas hacia fuera sino por vivir en coherencia con el Reino, no nos podemos permitir el lujo los que nos decimos discípulos y seguidores de Cristo, de estar dormidos ante la realidad de nuestro mundo; Y nuestro testimonio verbal (que no es poco en este tiempo en el que el ser cristiano parece ser el pertenecer a una raza en proceso de extinción) ha de ir acompañado del gesto.
“Despide a la gente…”; “Dadles vosotros de comer”. Para Jesús no hay horarios de despacho, es igual que caiga la tarde o que llegue el amanecer; La persona está por encima de cualquier circunstancia o cosa. Los discípulos actúan, sin malicia alguna, con la más pura normalidad y “lógica” humana  recomendando a Jesús que despida a la gente cuando ven que cae la tarde y que se hace de noche. Utilizan la razón al comprender que, con la poca comida que tienen ellos no pueden atender a tanta gente. Sin  embargo Jesús rompe de nuevo sus esquemas, y ante el “despide” de los discípulos, Él les insiste con un “Dadles vosotros”, frente a la lógica de la razón y las cantidades materiales, Jesús utiliza la lógica del corazón y el compartir, la lógica del Reino de Dios.
No han sido pocas las veces que, leyendo una y otra vez este pasaje de la llamada “multiplicación de los panes y los peces”, no he podido parar de imaginar cómo sería la escena que tan idílicamente interpretada a llegado a nosotros. No he podido parar de imaginar las caras de asombro de los discípulos ante tal petición de Jesús, y las de la gente al ver que comieron todos. Aún cuando ya se supone que escribo como teólogo e intentando quitar todo idealismo piadoso al relato, no dejo de sorprenderme ante la actuación de Jesús, ante lo transgresor de su mensaje y sus consecuencias.
Jesús actúa de forma muy natural ante el egoísmo inocente de los humanos, que por no querer ir más allá de lo razonable nos quedamos en la injusticia del que omite.
“Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”. Estamos hartos de oír que si repartiéramos bien las riquezas de la tierra, tendríamos para todos y aún sobraría. Esta lección de Jesús no es algo local, algo puntual que quedó allí en aquella tarde, sino que tiene una proyección universal (para todo tiempo y lugar); Jesús era consciente de ello, y estoy seguro que su intención era que la enseñanza transcendiera.
La fiesta del Cuerpo de Cristo, Corpus Christi, no es sino la entrega de un amor universal que se reparte como alimento, tanto físico como espiritual. Le pido a Dios que nos haga revivir cada día esa caída de la tarde en nuestro interior, ese momento en el que cada uno se desprendió de lo que tenía sin saber lo que iba a recibir a cambio, para quedar sorprendidos después al verse saciados y aún así observar que sobraba.

viernes, 20 de mayo de 2016

DIOS. El gran misterio (Jn 16, 12-15)

Al situarnos ante los misterios de la fe, ante la grandeza desconocida de Dios, los humanos nos hacemos, si cabe aún, más pequeños y vulnerables.
El Misterio de Dios trino (La Trinidad) provoca diversas reacciones en relación a la fe. Por un lado es posible una actitud de separación, incredulidad y negación ante tan “incomprensible” y enrevesada” teoría, y por el otro profundidad y aceptación del misterio de Dios.
Lo que está claro es que los humanos no podemos entender a Dios con nuestra limitada razón e inteligencia, porque precisamente eso es una de las cosas que diferencia a lo humano de lo divino. Hay cierta frustración (y lo ha habido siempre en el hombre) cuando los humanos, haciendo gala de nuestra sed insaciable de responder preguntas fundamentales, nos situamos ante la idea-fenómeno Dios y no podemos llegar a comprenderlo.
Una de las razones de la existencia de las diversas religiones, teorías religiosas y pseudoreligiosas, es precisamente esta idea poco precisa de Dios que tenemos los hombres. De ahí, la existencia, tanto del politeísmo como del monoteísmo, y dentro de estas dos creencias sus casi infinitas ramas.
Lo que si parece claro en el evangelio es la diferencia entre Dios Padre, Jesús (que es Dios encarnado-Hijo) y la entrega del Espíritu Santo. De ahí que la tradición teológica de la iglesia haya “entendido” a Dios como trino. Pero en realidad los hombres no podemos describir ni entender lo divino, lo único que hacemos con la elaborada, y a veces enrevesada, teología es representar a Dios, por tanto, si el humano nunca podrá llegar  a entender a Dios ¿No resulta un poco contradictorio describir  a Dios con palabras humanas?
No es malo querer acercarse a Dios, intentar entender qué quiere Dios de nosotros (a eso ya nos ayudó Jesús) pero corremos el riesgo, tanto en la iglesia como en otros religiones y confesiones, de monopolizar y manipular a Dios a nuestro antojo a través de estudios y disciplinas académicas, y olvidarnos de las mismas palabras de Jesús al recordarnos que no estaremos cerca de Dios ni del reino si no nos hacemos como niños (Mt 18, 3). Recuerdo ahora también estas palabras del mismo Jesús: “Gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a los sencillos” (Mt 13, 25).
 
Le doy gracias a Dios porque sus misterios, en realidad, nos igualan a todos los humanos, nos hacen igual de vulnerables y pequeños, y nos enseñan (el misterio de la Trinidad también) que es posible la relación-interrelación entre los humanos de igual a igual.

viernes, 13 de mayo de 2016

El verdadero PENTECOSTÉS (Jn 20, 19-23)

Con las puertas cerradas y “llenos de temor a los judíos” (como dice el texto de San Juan) ¿Judíos que tenían miedo a otros judíos? Algo muy importante debía haber pasado para que el miedo les hiciera estar encerrados “a cal y canto” en el lugar en el que, cincuenta días antes, habían celebrado con gozo la pascua acompañados del mismo Jesús. Sí, quizás era eso, su “ausencia”, el que no estuviera allí sentado con ellos; El miedo venía de la soledad que sentían, del abandono…
¿Hay gente a nuestro lado, de los “nuestros”, que sienten miedo porque se sienten solos? ¿Hay cristianos que tienen miedo de otros cristianos? ¿Hay cristianos que se sienten obligados a vivir encerrados en sí mismos porque tienen miedo de sus hermanos? Quizás no sentimos tan cerca a Jesús como debiéramos, quizás echamos de menos el momento del cenáculo vestido de fiesta, su presencia, la presencia de Jesús que no echó a ninguno, aún sabiendo que  uno de ellos lo había traicionado y que el resto también lo haría de una forma u otra.
Pero ahí se presenta, ahí en medio de ellos, en medio de nosotros, poniendo paz “¡La paz esté con vosotros!”. Precisamente en la fiesta de Pentecostés judío (Shavout), fiesta en la que bullía Jerusalén de gentes llegadas de todos los lugares. No es mera casualidad; la cerrazón de las puertas y las ventanas de nuestro ser, han de ser abiertas porque fuera hay millares de gentes.
Nos interroga su presencia ¿Pero qué estáis haciendo? ¿Qué miedo es este? ¿De dónde tanta tiniebla y tanta oscuridad? ¿De dónde tanto daño? ¡Salid! porque los que están ahí necesitan de vuestro testimonio, un testimonio que no rechaza la humanidad, sino que acoge, acompaña, calma…
Sólo si entre nosotros estamos dispuestos a vivir así, nuestros hermanos de “fuera del cenáculo” (los que por alguna razón se han apartado de la comunidad de la Iglesia) podrán ver que proclamamos un testimonio creíble y coherente.
“Les mostró sus manos y su costado”. A veces nos cuesta reconocerlo, y sólo cuando vemos heridas reaccionamos, sólo cuando vemos nuestra falta de humanidad y daño causado reculamos, y quizás ya es demasiado tarde.
Él abre las puertas de nuestra cerrazón y nos invita y envía a proclamar la paz y la alegría sabiendo que no vamos solos, sino que su Espíritu está juntos a nosotros, junto a TOD@S nosotros.
Tampoco es casualidad que, el día en que se celebraba la Alianza del pueblo con Yahvéh, Cristo resucitado y ascendido quisiera renovar esa Alianza y darle un nuevo sentido, muy necesario en aquel tiempo y no menos en el nuestro.
Sentirse lleno del Espíritu Santo es un gozo, pero también una responsabilidad. Perdonar o retener los pecados es sólo tarea de Dios, pero si esa responsabilidad se ejerce, en la Iglesia, como Cristo quiso y les dijo a los apóstoles, sólo puede hacerse desde el convencimiento de  su presencia real. Porque perdonar o retener pecados, puede suponer perdonar o retener vidas.
¡Bendito nacimiento de la Iglesia! comunidad nacida para el bien, la paz y la alegría. Cenáculo convertido en casa de acogida, casa de puertas abiertas en donde hay una gran mesa con sitio para todos, en el que debemos estar preparados para lavar los pies al que llegue cansado del camino.

viernes, 6 de mayo de 2016

Acompañados por el Espíritu (Lc 24, 46-52)

La ascensión es el término de la actividad humana de Jesús entre nosotros. No se trata de una despedida, sino de la entrega de su Espíritu y del envío a la misión para la que nos ha preparado. Dios sigue entre nosotros porque siempre ha estado y estará. No se va a ningún sitio porque está en todas partes. La palabra ascensión es una imagen con la que los humanos pretendemos describir o hacernos a la idea del inicio de un tiempo nuevo, el del Espíritu.
Jesús sabe que dicha misión no es tarea fácil y que se necesita de la fuerza de lo alto, por eso nos invita, invita a sus discípulos, a que no comencemos dicha misión sin la fuerza y la presencia del Espíritu Santo.
Sólo cuando notamos la presencia del Espíritu de Dios en nuestra vida podemos ser testigos y podemos hacer presente a Cristo en el mundo que nos rodea. Son muchas las dificultades con las que nos encontramos para ofrecer un mundo de Dios; Muchas las estructuras, personas, conceptos y formas de vida e incluso barreras internas y personales que nos dificultan o impiden ser de Jesús. Que nos impiden ver a Dios donde realmente está, en los demás, en nosotros mismos.
El “ascenso” de Jesús a los cielos, su partida física-humana  de entre nosotros, es el pistoletazo de salida para la vida adulta de los cristianos. Ya no podemos estar dependiendo de su presencia física, de su protección más humana, sino que, conscientes de la presencia espiritual y de sus enseñanzas, debemos andar seguros como Iglesia en este mundo tomando las riendas de esa misión.
La Iglesia ha de ser adulta y eso conlleva el no tener miedo a la renovación y la creatividad, al adaptarse a los tiempos siendo, por otra parte, fieles a Jesús y los ideales del evangelio.