viernes, 18 de marzo de 2016

Lo difícil de ser RAMOS todo el año

El entusiasmo y admiración que despertaba Jesús, sus palabras y signos, se muestra de una manera triunfal en la explosión de euforia y reconocimiento que tradicionalmente hemos llamado como “entrada triunfal de Jesús en Jerusalén” o “Domingo de Ramos”.
El caso es que no eran raros, sino bastante habituales, tanto los episodios de euforia como de condena colectiva. La turba, la masa, el arrastre impersonalizado que a veces deshumaniza.
Muchos de los que arrancaron ramas para recibirlo en la ciudad como un rey y extendieron sus mantos, días después se esconden, le niegan e incluso llegan a aceptar su condena.
¿Miedos, intereses, deslealtades que van intrínsecas a lo humano? Sea lo que sea, el caso es que los humanos hemos actuado y actuamos muchas veces de manera impredecible. Nos metemos en la masa con facilidad cuando no nos conviene que se note lo que realmente pensamos, cuando creemos que nuestras propias decisiones pueden afectarnos sin saber el resultado de las mismas, aunque sean nuestras.  Preferimos perder nuestra personalidad, no ser nosotros, para convertirnos en algo extraño; Y con esa conversión-ocultación maligna van, a veces, traiciones y condenas a los demás  e incluso a nosotros mismos.
Los cristianos en ocasiones nos diluimos en la masa de una sociedad que no es referente, que no lucha por la justicia; En ocasiones preferimos negarnos antes que ser señalados como distintos.
El seguimiento de Cristo ha de ser incondicional. Los cristianos tenemos que tener claro que seguimos a un Jesús que, a veces, va en montura y es alabado, pero que en otras va descalzo y con una cruz a cuestas. Tenemos que asumir que, como a Cristo, puede pasarnos que en la misma ciudad y con la misma gente, podemos ser unas veces reconocidos pero muchas otras negados y rechazados, por ser quiénes somos y cómo somos, por haber elegido el reino como proyecto de vida.
Que me perdonen los simplemente apasionados de nuestra semana santa en su faceta más “popular”, pero creo que a un cristiano se nos tiene que reconocer siempre, todo el año, en cualquier ocasión y con cualquier persona que tengamos al lado. “Si sólo amáis a vuestros amigos… ¿qué mérito tenéis?” (Lc 6, 32).
Reducir nuestra vivencia de la fe a un tiempo litúrgico sólo porque seamos más afines a la forma, a la celebración de la liturgia, nos reduce, reduce nuestra fe,  a un rito. Sería como reconocer el evangelio en fascículos, un nuevo tipo de sincretismo cristiano que nos  aleja del proyecto global del reino.
Que nuestras ramas de olivo, esas que levantamos con gozo, sean aceptadas también por nosotros mismos cuando se convierten en ceniza para recordarnos lo que somos, polvo, seres perecederos que ansían  esperanzados la resurrección.

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