viernes, 26 de febrero de 2016

Como higueras en la viña (Lc 13, 1-9)

Las parábolas de Jesús son su forma de enseñanza más característica, buena prueba de ello es el capítulo 13 de Lucas, y otros capítulos en los demás sinópticos. Jesús se acercaba a su pueblo con un lenguaje que ellos entendían y se aplicaban perfectamente, teniendo claro el mensaje que quería transmitirles.
“¿Creéis que esos galileos eran más pecadores que todos los otros galileos…?”. Algunos se acercan a Jesús para preguntarle su parecer sobre la muerte de unos galileos a los que Pilato había sacrificado junto con la sangre de los sacrificios que ofrecían ¿Qué buscaban en Jesús? ¿Su simple opinión o algún renuncio por donde poder acusarlo de incumplir la ley? La intención no la sabemos, pero lo que si conocemos es la respuesta de Jesús que, lejos de entrar en disputas, aprovecha la ocasión para reprenderles por su actitud. Les insiste en que no hay humano que esté libre de pecado y que todos estamos llamados a la conversión, todos tenemos cosas que cambiar y que reconducir.
A veces nos conformamos y consolamos pensando que hay gente que actúa peor que nosotros, que no somos tan malos, pero no se trata de mejores ni peores, sino de reconocerse a uno mismo y cambiar aquello que no nos hace bien.
Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé…”. El pueblo de Jesús estaba rodeado de supersticiones que inundaban su día a día, y la creencia en un Dios justiciero que condicionaba negativamente su actuar.
Jesús les invita a vivir en la libertad del amor y no en la del temor de Dios. Les invita a no creer que las catástrofes humanas son producto del castigo de un Dios que no perdona y sentencia los pecados de los hombres; Ya que, de ser así, todos pereceríamos de forma brutal bajo la mano de Dios, puesto que todos pecamos.
“Un hombre tenía una higuera plantada en su viña…”. La comparación del pueblo de Israel con una viña y los frutos que se espera de la misma, no es nueva en los evangelios puesto que ya  el profeta Isaías la utilizó para referirse a un pueblo, el suyo, que había sido cuidado y mimado por Dios, pero que no estaba dando los frutos que se esperaban de él.
Jesús ha estado tres años dedicados a su pueblo, dedicado a una higuera que, en mitad de la viña del Señor, no daba fruto, pero Él cree que se pueden conseguir frutos de ese pueblo dormido y despistado, e interviene ante el Padre para que les de más tiempo, para que no corte de raíz esa higuera estéril. Jesús ha cuidado y cuida a su pueblo con esmero, esperando sus frutos.
No hemos de sentirnos abandonados ni olvidados por Dios. A veces sentimos la ausencia de Dios en nuestras vidas y nos agarramos a cualquier cosa: supersticiones, idolatrías de todo tipo e incluso a la nada más absoluta, pero tenemos que saber que Él está ahí cuidándonos cada día, y esperando pacientemente que vayamos dando los frutos del Reino que se esperan de nosotros.

jueves, 18 de febrero de 2016

"Este es mi Hijo...Escuchadle" (Lc 9, 28b-36)

Si hemos seguido durante la semana el proceso de la Palabra que la liturgia nos ha facilitado, tanto el evangelista Mateo como Lucas nos han mostrado a un Jesús que marca una clara diferencia entre lo de “antes” y lo de “ahora”, nos presentan a un Jesús que, de cierta manera, rompe con el pasado o al menos quiere renovarlo y actualizarlo. Frases como “Habéis oído decir…pero yo os digo…” o “Si no sois mejores que los letrados y fariseos…” son la evidencia de todo esto. Es evidente que Jesús tiene absoluta conexión con el pasado de su pueblo, y sin su pasado no se le puede entender, pero también es evidente que no se queda en el pasado.
El relato de la transfiguración hunde su sentido más profundo en la tradición, tanto en la forma como en el fondo, pero mira a un futuro renovado, invitándonos a superar la época de los patriarcas y los profetas para escuchar a Jesús.
“De repente dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria”. Estamos ante una teofanía, la manifestación del poder de Dios al estilo del Antiguo Testamento, pero ahora, para recordarnos que el Hijo participa de la gloria del Padre, y así queda atestiguado también por Elías y Moisés. Pasado y presente en una manifestación que mira al futuro renovado por la resurrección que todo lo hace nuevo y todo lo purifica.
“¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres chozas”. Resulta curioso que, después de una manifestación tan extraordinaria con la que nadie se quedaría impasible, y que serviría para atestiguar de por vida lo vivido, algunos de los discípulos que acompañaron a Jesús al Tabor, como Santiago y Pedro, le negaron y abandonaron tiempo después en sus momentos más difíciles. Por eso creo que no es tanto la manifestación celestial literalmente redactada lo que vivieron (ya que es más bien un relato concebido como las teofanías o hierofanías del Antiguo Testamento) sino que más bien vivieron un momento pleno, un momento de esos idílicos en la vida, de los que no quieres que terminen. De esos momentos en los que estás con las personas y en el lugar adecuados y nos gustaría que durara para siempre. Sin embargo, todo en la vida no es gloria, hay también cruz.
 “Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. De nuevo, otra vez, como en el momento del bautismo de Jesús,  la voz del Padre deja clara la absoluta relación entre Jesús y lo Alto. Ahora hay una invitación: “Escuchadle”.
Tenemos el corazón de piedra y aunque rogamos a Dios que nos dé un corazón de carne, muchas veces no ponemos todas nuestras fuerzas en escuchar lo que Él quiere de nosotros. “Lo que Dios quiera…” solemos decir, pero muchas veces es lo que nosotros queremos. Hacemos gala de nuestra libertad, libertinaje en ocasiones, y llegamos incluso a hacernos dueños de las vidas ajenas. Últimamente estamos siendo observadores impasibles de cómo parte de la humanidad juega con las vidas humanas y se mofan de ello: torturas públicas, matanzas grabadas para ser exhibidas y demostrar que esos verdugos son dioses que pueden jugar con la vida y la muerte a su antojo. Lo peor de todo es que se hace en nombre de Dios, un Dios que se entrega en la cruz como víctima de la libertad y el capricho humanos y que no utilizó en ningún momento la violencia.
Aunque los evangelios sinópticos no nos dicen el nombre del monte de la transfiguración, la tradición cristiana identifica dicho monte  con el Tabor. Desde mi Tabor, este blog, quiero sentirme como Pedro, Santiago y Juan con Jesús. Así me siento cada vez que reflexiono este es el lugar donde mi oración se hace escritura. Pero no me gustaría quedarme aquí, aunque estoy muy a gusto como les pasaba a los discípulos; no debo quedarme porque ya Jesús les dijo, y siento que me dice a mí también, que no puedo instalarme, sino que he de bajar y trabajar por y con mis hermanos. Os agradezco de nuevo vuestro apoyo y acompañamiento. Seamos cristianos que, sin huir de las cruces de este mundo, viven más desde la resurrección y desde la gloria del evangelio, porque sólo así podemos ser testigos creíbles.

sábado, 13 de febrero de 2016

No nos dejes caer...(Lc 4, 1-13)

No quisiera caer en el simple comentario de la historicidad del texto, ya que es sabido que la literalidad de los hechos no es real. Pero sí que es real todo el trasfondo y la implicación que tiene dicho pasaje para todos los hombres.
La tentación, el caer en lo que no nos conviene o no es bueno ni para nosotros ni para los demás. Esta palabra, tentación, tan demonizada por los hombres desde pequeños, puede llegar obsesionar hasta el punto de hacernos daño y a la vez no solucionar nada, ya que para no caer en la “tentación” a veces nos quedamos en lo externo pero seguimos teniendo la raíz de la misma dentro de nosotros mismos. Porque es precisamente ahí, en nuestro interior en lo más profundo de los deseos humanos, donde nace la tentación.
Es cierto que lo externo, a veces, estorba cuando nos queremos centrar en otras cosas, por eso vemos a Jesús como, lleno previamente del Espíritu Santo (es decir con la fortaleza necesaria), se aparta al desierto para vivir desde la austeridad y centrarse en vivir desde dentro.
“Dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jugar con la comida, no valorarla, cuando se tiene en abundancia es una continua tentación, una actitud que vemos y tenemos a diario.
Cristo no convirtió las piedras en pan para su propio beneficio, no jugó con la comida porque conocía el valor de la misma en una sociedad en la que había mucha gente que carecía de ella. Cristo multiplicó los panes y los peces para beneficio de la multitud hambrienta, y no para su propio bienestar.
Nuestro mundo está hambriento de muchas cosas, pero desgraciadamente y aún en estos tiempos, también de comida. Hemos de revisar nuestra actitud para con algo tan vital y necesario, pero tan escaso en otras mesas. Porque como nos han dicho desde pequeños… “¡Con el pan no se juega!”.
“Si te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Perdemos nuestra dignidad arrodillándonos en muchas ocasiones y a lo largo de nuestra vida ante falsos señores, ante quien sabemos que nos defraudará porque son tan humanos o más como nosotros. Y con esta actitud perdemos de vista a Dios, perdemos de vista que nuestra dignidad es mucho más valiosa que nuestras tentaciones, nuestros deseos y caprichos, nuestra debilidad ante dinero, el sexo o el poder y los cargos mundanos.
No debemos olvidar que nuestro cuerpo y nuestra dignidad es el mayor templo donde Dios ha querido habitar.
Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…”. Jesús no tentó a Dios ni utilizó su influencia ni poder para el asombro de la gente, ni para el sensacionalismo popular.
Corremos la tentación de utilizar la religión pensando que estamos utilizando también a Dios. El mundo no necesita de milagros espectaculares y sobrenaturales ayudados por ángeles del cielo que pongan en escena una teofanía al modo veterotestamentario, pero si necesita del milagro de la sencillez y el hacer silencioso de aquel que sabe que detrás tiene el apoyo y el beneplácito de Dios.
Que no nos asusten las tentaciones, porque forman parte de la imperfección humana. Hemos de ser conscientes de ellas para poder ir dominándolas y colocándolas según merecen en nuestras vidas, en nuestro día a día.

jueves, 4 de febrero de 2016

Pescador de hombres (Lc 5, 1-11)

“Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Si leemos y meditamos con detenimiento este relato, nos damos cuenta de la sensibilidad y la personalidad de Jesús. Él, mientras está hablando a un grupo numeroso de gente, está observando como unos pescadores están limpiando las redes después de todo un día de faena sin haber conseguido nada cansados y desanimados. Por eso se acerca a ellos después y les invita a intentarlo de nuevo, a no desesperarse. Ellos (Simón) saben por su experiencia como pescadores que si no han conseguido nada en toda la noche, era casi imposible conseguirlo a plena luz del día, pero no obstante confían en el Señor y hacen lo que les pide.
Jesús enseña a su gente que Dios está también en el desánimo de los hombres; Sin su aliento y fortaleza somos pequeños, no somos nada, pero cuando sentimos a Dios a nuestro lado somos capaces de cosas grandes, de cosas milagrosas (pescas abundantes cuando la esperanza está perdida).
Con nuestra sola fuerza de hombres y mujeres débiles es fácil rendirse y desanimarse ante muchas situaciones con las que nos encontramos a diario. Hay muchas situaciones que nos superan y nos dejan bloqueados, pero como creyentes hemos de poner nuestra confianza en Dios, sabernos hijos limitados pero también queridos y acompañados incluso en el fracaso y la debilidad. Hemos de tener esa humildad de sabernos barro débil, pero a la vez piezas únicas con la que cuenta Dios. Si Dios nos ha puesto aquí, seamos como seamos y estemos como estemos, es por alguna razón que quizás a nuestro entender sea difícil de concebir, pero no lo es así para Dios.
“Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. El discípulo se siente pecador, pequeño, avergonzado de haber subestimado al Señor, de haberle cuestionado y haber confiado solo en su propia experiencia y fuerzas. Y cuando descubre que con Dios se puede todo, que acompañado de Dios se pueden obrar cosas grandes, se reconoce pequeño y decide seguir al Maestro de maestros.
La humildad es un valor escaso cuando las cosas nos salen bien. Corremos el peligro de creernos autosuficientes en todo y nos olvidamos rápido de Dios. Olvidamos nuestro origen y nuestro destino. Los cristianos no debemos olvidar a Dios en nuestro día a día porque eso lo que nos recuerda que somos grandes y podemos hacer grandes cosas, porque estamos moldeados a su imagen y semejanza, pero no por méritos propios.
La actitud de arrepentimiento y humildad de Simón Pedro puede servirnos también de ejemplo a nosotros mismos y también a nuestra Iglesia. Una buena dosis de humildad para con ciertas afirmaciones y actos que, a veces, no hacen más que alejar a otros de la comunidad porque se sienten juzgados y rechazados. Porque sienten que están con gente que lo sabe todo, incluso que representan a Dios cuando se trata de hablar de las vidas de los demás. Es cierto que la  Iglesia ha pedido perdón en los últimos tiempos en varias ocasiones, y eso denota que estamos viviendo un cambio de actitud. Pero aún nos queda mucho camino por recorrer, y hemos de comenzar ese camino reconociéndonos como los primeros pecadores.
“No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Sólo reconociéndose pecador recibió Simón Pedro la tarea de ser pescador de hombres. Así, por tanto, sólo desde la humildad y la pequeñez, la Iglesia podrá actuar de la misma manera que Pedro.