jueves, 28 de enero de 2016

Ser profeta en tu tierra (Lc 4, 21-30)

Como pasa en ocasiones con algunos pasajes bíblicos, más bien con las traducciones que han llegado hasta nosotros, da la impresión de que la escena o situación que leemos es un tanto extraña, o que incluso el mismo Jesús provoca dichas situaciones. Por eso, hay que hacer algunas aclaraciones para poder acercarnos lo más fielmente al sentido de lo que pasó, y así poder releerlo, siglos después, y trasladarlo a nuestra vida.
Era una costumbre, fruto de la hospitalidad del pueblo judío llevada a todos los ámbitos, el hecho de invitar a la lectura, y a la posterior interpretación o comentario de la Palabra, a personas nuevas o ilustres que visitaran la sinagoga. Jesús había estado mucho tiempo fuera de su región, y a su vuelta llega cargado de fama y aprobación ya que sus milagros, palabras y obras se extendieron rápidamente desde Cafarnaúm, donde realizó muchos signos, a todos los pueblos. Por ese motivo fue invitado a leer e interpretar la Palabra y compartirla con sus vecinos.
“Y todos le expresaban su aprobación…Y decían: ¿No es este el hijo de José?”. Efectivamente las palabras de Jesús estaban llenas de verdad. Y si se escuchan con absoluta humildad y desde la más pura objetividad, no condicionada por ningún prejuicio, se pueden disfrutar y pueden ser guías para la vida de aquel que se deja moldear por Dios.
La gente de Nazaret, en un principio, escucha con agrado el comentario de la Palabra que hizo Jesús y vieron en el motivo de aprobación, pero parece que todo cambia cuando algunos se dan cuenta de quién es Jesús, de dónde viene, cuáles son sus “raíces” dentro del pequeño pueblo y quién es su familia. Por eso necesitan un extra, necesitan que Jesús demuestre que todo lo que dice y lo que han oído de Él es verdad; Que haga signos y milagros como los que dice la gente que ha hecho en Cafarnaúm. Se han visto condicionados por sus orígenes humildes. A aquellos judíos les costaba aceptar que de entre sus vecinos o conocidos pudiera salir algo grande, pudiera salir un profeta; Hecho que demuestra el refrán que ya se utilizaba en la época, y al que recurre Jesús recordándoles: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”.
¿Qué nos mueve y condiciona en nuestra vida? ¿La envidia o los prejuicios se adueñan de nosotros? Es posible que estos nos pasen factura y no nos dejen ver lo bueno que tenemos a nuestro alrededor, los dones que nuestros amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo e incluso nosotros mismos… tenemos. Porque nos cuesta mucho creer que Dios se ha fijado en nosotros y que quiere, a través nuestro, realizar sus obras. Hemos de descubrir que tenemos grandes tesoros, rostros que hablan de Dios a nuestro lado. Que Dios se sirve de nuestros semejantes para estar con nosotros, porque si no somos conscientes de eso, perderemos grandes oportunidades, no gozaremos de la vida sino que viviremos pendientes de que no nos engañen, siempre con nuestros prejuicios y nuestras barreras.
 “Os garantizo que en Israel había muchas viudas…; Al oír esto quisieron despeñarlo…”. Por eso Jesús les explica, muy gráficamente, cuales son las consecuencias de esa actitud. Si no descubrimos los dones (personas) que tenemos a nuestro alrededor, Dios no podrá obrar en nosotros milagros, y siempre habrá otros, quizás los que menos pensamos, los “oficialmente” desheredados y desechados, que serán los portadores de esa buena nueva. En ellos será en donde Dios realice sus obras, pero nosotros no lo veremos porque no nos cuadrará según nuestros cálculos humanos y nuestros prejuicios; quizás ellos sean los profetas de nuestro tiempo; Porque nuestra Iglesia necesita profetas que denuncien injusticias y alerten, pero también que animen y muevan a la esperanza.
Lo que nosotros nos empeñamos en desechar, es quizás lo que más valora Dios, y para eso hay que estar alerta y ser amplios de corazón. La Palabra nos invita hoy a acoger a los otros, sobre todo a los que tenemos más cerca, con los que vivimos a diario. Ellos son los que necesitan de nuestra sonrisa, comprensión, escucha y sobre todo valoración, porque ellos también son hijos de Dios, portadores de sus dones. Porque es bueno ser profeta en tu tierra.


viernes, 22 de enero de 2016

¿Y hoy? ¿Se cumple esta Palabra? (Lc 1, 1-4; 4, 14-21)

“En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza el Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca”. A veces, al volver al lugar de origen, del que hemos marchado por muy diversas razones, hemos de hacer un ejercicio de valor y fuerza interior; hemos de superar muchos miedos y barreras que allí teníamos; superar rencillas y problemas con otros, y estar muy por encima de las circunstancias pasadas.
Jesús vuelve a su pueblo, Jesús vuelve entre los suyos (eso no quiere decir que sea más fácil la misión, más bien todo lo contrario), pero ahora acompañado de la fuerza que solo transmite el Espíritu. Con una misión clara y con el convencimiento de que tiene la fuerza suficiente para llevarla a cabo, vuelve renovado. De hecho, esa fuerza y clarividencia de su misión se hace patente en la gente que lo sigue, lo busca y lo alaba por allá donde pasaba.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido…”. Cuando uno está convencido de lo que hace y pone toda su fuerza para luchar  por ello, esa fuerza se transmite a los que tiene alrededor.
Hemos de preguntarnos, si nosotros actuamos como discípulos de Jesús convencidos; si notamos esa fuerza y presencia del Espíritu en nuestras vidas, o en cambio, lo que nos mueve es la inercia y la costumbre.
“Toda la sinagoga tenía los ojos puestos en Él. Y les dijo: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. El texto de la lectura del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, normalmente ha sido muy interpretado en relación al cumplimiento de las promesas de dicho profeta, realizadas en Jesús. Pero creo que, por esa única interpretación (que también puede ser importante, pero no por ello única), se ha descuidado mucho un mensaje que hay de fondo, y que nos muestra la elección clave y decisiva de Jesús. Su opción preferencial.
Al finalizar la lectura en la sinagoga, el mismo Jesús proclama que lo que ha leído se cumple en esos momentos. Ese momento, del que habla Jesús, está íntimamente relacionado con su elección y así lo proclama.
Jesús podía haber elegido otro pasaje de la biblia para leer en la sinagoga de su pueblo, sin embargo, elige a un profeta y unas palabras que, para Él, son determinantes y con las que se siente identificado. Un profeta que denuncia las injusticias que sufre su pueblo, pero que no se queda ahí, sino que siente la responsabilidad de trabajar por ello.
Es el programa de la buena noticia de Jesús, y así lo anuncia Él mismo, entre los suyos, donde empieza su ministerio; Jesús les habla de que siente la fuerza del Espíritu de Dios para optar y luchar por los pobres, los cautivos, los enfermos, los faltos de libertad…
Él no escoge un texto que hable de liturgias, de ritos, cultos o preceptos establecidos…No habla del Templo ni de cuestiones legales, sino que opta por la justicia y la misericordia como base cimentadora de su mensaje, y como la única manera de construir una sociedad más justa,  humana y más de Dios.
 
¿Y nosotros? ¿Qué programa de vida tenemos? ¿Qué opción tenemos como cristianos?

sábado, 16 de enero de 2016

La transformación del amor ¡Caná! (Jn 2, 1-11)

Cuando nos ponemos delante de un texto tan archiconocido como el de las bodas de Caná, corremos el riesgo de pensar que ya está todo reflexionado y que poco podremos aplicar y redescubrir. Y es cierto que es un texto que la tradición ha utilizado en muchas ocasiones y ha reflexionado e interpretado, pero eso no quiere decir que no esté de absoluta actualidad y que no podamos aplicarlo a nuestra vida con renovada  frescura.
“Falto el vino y la madre de Jesús le dijo: “no les queda vino”. Jesús le contesto: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Queda patente en este relato, que María era una mujer sensible, que se preocupaba por sus vecinos, que sufría cuando algo no iba bien y se implicaba en lo que podía para ayudar a los demás. No fue una mujer que se desentendió del problema que aquellos recién casados tenían; Ella supo que podía ayudar y busco la manera.
Quizás nosotros, a veces, nos desentendemos con demasiada facilidad de los problemas de nuestro mundo, de las dificultades de los que nos rodean; Preferimos no saber, porque así es más fácil no hacer.
María sabe que su Hijo puede hacer algo y ella hace de intermediaria. En un principio la respuesta de Jesús es fría e incluso nos puede parecer que poco solidaria y despreocupada, pero María conoce a su Hijo y, sin hacer demasiado caso a la respuesta que le da en un principio, confía plenamente en Él y manda a los sirvientes que se acerquen y obedezcan a Jesús.
María, una vez más, nos da una lección de confianza en Dios. Ella busca a Dios en la necesidad y no deja nunca de confiar en Él. Pide con fe y se acerca a Dios con confianza. Debemos preguntarnos si tenemos la misma fuerza y confianza que María tenía en Dios.
“El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía…”. Cuando de verdad nos acercamos a Dios, a Jesús, con confianza, Él cambia nuestra tristeza en alegría, es capaz de cambiar nuestra visión pesimista de la vida, nuestra forma de vivir, en alegre plenitud. Él cambió la simple agua de las tinajas destinada a los lavatorios rituales, en el vino de la alegría de la vida, gozo de celebrar juntos y compartir la unión entre los hombres. Él bendice la unión y el amor de aquella pareja y festeja la alegría de sus vecinos y amigos.
Me viene ahora a la cabeza el último vídeo que ha protagonizado el papa Francisco (lo tengo puesto en la página principal del blog), invitándonos primero a creer en el amor, para después poder celebrarlo, en nuestro caso, en la comunidad cristiana, pero en otros casos a través de otras comunidades humanas. Porque lo importante no es tanto el nombre de Dios, sino la unión de los hombres en el amor.
“Así comenzó Jesús sus signos…”. Esta es la primera manifestación pública de Jesús que tenemos. La mejor forma de empezar su ministerio es celebrando el amor y la felicidad. Un buen comienzo. Hemos de plantearnos cómo comenzamos cada uno de nuestros días, con qué actitud nos levantamos y comenzamos nuestras tareas. Por que seríamos injustos si no reconocemos que tenemos razones de sobra para sonreír y celebrar la vida, porque seríamos injustos si no celebramos el amor que hemos recibido.

viernes, 8 de enero de 2016

¡Expectantes! (Lc 3, 15-16.21-22)

“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías”. Es una de las actitudes más comunes del ser humano, esperar, estar expectantes, desear y por tanto imaginar… Esperaban un mesías pero no tenían pistas ni de cuando, ni de cómo tenía de llegar, por tanto eso daba lugar a que la expectación fuera acompañada de pre-concepciones e ideas muy dispares en relación a cómo, cuándo y quién podía ser. De ahí que en tiempos de Jesús, incluso antes y después, surgieran falsos mesías (unos creyéndolo de sí mismos, por tanto lunáticos, y otros simples mentirosos con afán de engañar a la gente y lucrarse). Y en medio de toda esa expectación, y habiendo aclarado las cosas Juan, llega Jesús, el Mesías que nadie habría podido imaginar, por eso la disparidad de opiniones en torno a Él y los distintos tipos de seguidores.
Cuanto más esperamos algo en la vida, más impaciente es la espera y muchas más las ideas de cómo podrá ser eso que esperamos; Nos gusta soñar en positivo, nos gusta imaginarnos las cosas de forma muy idílica porque ese sentimiento es placentero, pero a veces no es acorde a la realidad y por tanto, cuando llega lo que tanto estábamos esperando, es posible que nos decepcione. A veces esperamos muchas cosas de Dios, actitudes para con nosotros, y suponemos que Dios ha de ser de una manera determinada o ha de actuar como nosotros pensamos.
Los teólogos estamos muy acostumbrados a hablar de Dios, e incluso en ocasiones hablamos tanto de ÉL que parece que alguno de nosotros lo hemos visto, que sabemos a ciencia cierta, lo que quiere de nosotros y nuestro mundo, pero en realidad eso no es así. Nosotros también estamos expectantes como el resto de los hijos de Dios y como lo estuvo también el pueblo de Israel, y esa expectación junto con el análisis de nuestra realidad, o al menos la que nosotros vivimos, nos hace hablar de Dios de una forma muy categórica.
¿Qué esperamos o a quién esperamos en la vida? Soñamos con una ansiada felicidad, con hacer planes de futuro que nos harán felices para siempre o al menos nos ayudarán, mientras se va pasando el presente, mientras consumimos nuestras horas soñando, esperando a no se sabe qué o quién. Sin embargo Dios es el que espera que demos el paso; Dios es el que sabe que estamos preparados, y espera que nos acerquemos a Él a través de este mundo, a través de los demás, que seamos valientes en el vivir y en el hacer, que sepamos ser felices en nuestro día a día sin esperar a mañana, ya que el esperar al mañana es el haber perdido el hoy. Y con esto no estoy hablando de un simple “carpe diem”, sino de una actitud agradecida que  desea vivir en plenitud cada momento.
“Jesús también se bautizó,…bajó el Espíritu Santo…y vino una voz del cielo…”. En el Antiguo Testamento son muy comunes la hierofanías, pero en este caso es Dios mismo el que se manifiesta, una teofanía completa en el bautismo de Jesús. Es Él el que se acerca a bautizarse como Hombre, pero se manifiesta plenamente Dios Padre y Espíritu. Es aquí donde queda clara nuestra fe en la Trinidad, es aquí donde vemos cómo Dios se manifiesta en todo, en todos, siempre y para siempre. Ese es el gran misterio trinitario, la omnipresencia de Dios.
El saber que Dios te acompaña es siempre alentador y gozoso. Jesús se acercó a bautizarse con grupos de gente pecadora que necesitaban conversión, pero Él no necesitaba ni redimirse de pecados ni convertirse, sino que quiso hacerse cercano al que necesita de su ayuda y por eso Dios se hace uno de los nuestros, poniéndose a nuestro lado sin que nos demos cuenta.