sábado, 31 de diciembre de 2016

María, la MADRE...(Lc 2, 16-21)

María… la mujer, la Madre…Quizás se nos olvida lo que realmente significan estos adjetivos en la vida de la Virgen ya que nos hemos centrado, quizás más en un pasado, en ensalzar la divinidad (en cuanto que participa de la divinidad de su Hijo Jesús) a causa de los irreprochables dogmas con que la Iglesia ha envuelto su ser. La Iglesia, en su afán de no menospreciar y preservar la pureza de María, no ha dejado mucho margen para ensalzar su humanidad y su faceta como madre; Un muestra de ello pueden ser las pocas referencias que hay de ella en la liturgia; Quedando casi todas sus referencias humanas en la literatura apócrifa.
Parece que solo recordamos en Semana Santa que, siendo madre de Jesús, en la misma cruz Él nos la deja como madre de toda la humanidad en la figura de Juan. El resto del tiempo nos hemos centrado en resaltar más las características divinas que las humanas.
Pero fue Dios mismo el que quiso hacerse hombre, y para ello tuvo que nacer de una mujer como lo hacemos nosotros. No sólo eso sino que tuvo que ser criado y educado por su madre. Ella fue transmisora de valores, ella fue la que guió sus torpezas infantiles hasta que Jesús fue autoconsciente de su ser.
En un pasado, quizás, no se podía pronunciar el nombre de María si antes no iba precedido del “Santa”, y hoy la figura de María es casi la gran olvidada si no es por las devociones que la encasillan en advocaciones de gloria o pasión pero, María, la Madre de Jesús, la Virgen escogida por Dios para educar y criar a su Hijo está muy lejos de todo eso. Nuestras devociones y dogmas nos han alejado de la verdadera mujer nazarena que hoy puede ser ejemplo para muchas madres que viven situaciones similares a la suya. Situaciones en las que una madre ríe y comparte las alegrías y éxitos de sus hijos, pero también las de aquellas  madres que sufren por sus hijos en silencio y guardan en su corazón todo aquello que viven a su lado, madres que crían solas a sus hijos porque no hay padre o habiéndolo es un irresponsable, madres que aceptan las decisiones de sus hijos aun sabiendo que se están equivocando, madres que lloran cuando un hijo les abandona o se lo arrebatan en una guerra…
Hoy, día de “Santa María Madre de Dios”, le doy gracias a Dios por habernos regalado su encarnación convirtiéndonos, con ello, a todos en hermanos y, a su vez, en hijos de María.

sábado, 24 de diciembre de 2016

La Palabra viva (Jn 1, 1-18)

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. Al escuchar este evangelio me viene a la cabeza la veneración y respeto con que los judíos tratan la Palabra (Tanaj). De esto nos damos cuenta si analizamos bien el evangelio de Juan, desde el mismo capítulo y versículo uno, viendo como identifica inseparablemente a Dios Padre (El Dios creador y origen de todo de la tradición veterotestamentaria) con la encarnación de Dios, Jesús-Dios hecho hombre.
El Dios que crea todo a través de su Palabra, se encarna a través de la Palabra para ser Palabra; Palabra de Dios. Y así  lo proclamamos al leer la Biblia en nuestras celebraciones, pero a veces me queda la impresión de que no terminamos de creérnoslo. La actitud tanto interior como corporal al escuchar la Palabra no da signos de estar delante del mismo Dios, de estar escuchando su misma Palabra. En esto nuestros hermanos judíos se han cuidado más, y así nos lo enseñaron y transmitieron cuando aún no nos llamábamos cristianos sino judeocristianos.
No me estoy refiriendo simplemente a la liturgia eucarística que reservamos a la Palabra, siendo esta evidentemente menos resaltada que la liturgia de consagración-comunión sino al cuidado personal y transmisión que hacemos de ella en nuestro día a día.
“En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Esa es la clave. Si creemos firmemente que la Palabra puede ayudarnos a vivir, que puede ser y debe ser el lugar desde donde edificar nuestra vida, no dejaremos de tener contratiempos pero si tendremos más luz, porque esa luz brillará en la tiniebla, pero para que esto sea así hemos de empezar por creer que es posible.

Dios no es lo que nosotros queremos que sea sino lo que es, y lo que es lo es en Jesús porque el mismo Dios se ha querido revelarse a los hombres como hombre y como Palabra; Por eso, la Palabra de Dios ha de ocupar en nuestra liturgia y nuestra vida un lugar privilegiado.

viernes, 23 de diciembre de 2016

¡No temáis! (Lc 2, 1-14) NAVIDAD

Parece como si Dios esquivara la comodidad, el convencionalismo, y buscara lo menos imaginable o esperado. Parece como si Dios nos quisiera desinstalar, reeducar; Parece que Dios, el Dios que viene, no es el que en un principio se espera. Pero Dios es Dios nos pese lo que nos pese y nos cueste lo que nos cueste aceptarlo.
Parece como si Dios, en un principio, quisiera llamar nuestra atención adecuándose a lo que estaba anunciado por los profetas, a lo que se esperaba de Él… para luego, y una vez captada la atención, reeducarnos y reconducirnos.
“…subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea hasta la ciudad de David, que se llama Belén”. Se le esperaba de la estirpe de David y nace en su misma ciudad, Belén; En el momento del dictado de un coincidente y más que sospechoso censo. Un primogénito, con el sentido y la importancia que eso tenía en una familia judía, y con la transcendencia y claridad que eso arrojaba para los oyentes. Ángeles que anuncian, sueños… todo, absolutamente todo acompañaba, todo eran señales, las señales más esperadas durante siglos para un pueblo ansioso de justicia y de un verdadero Dios-Mesías-Libertador.
Pero por otro lado, paralelamente, llega la desinstalación. Anuncio en sueños, pero a ¿pastores? Nacimiento de un Mesías, pero ¿sin sitio humano donde ser acogido y naciendo  entre “animales”? Y por si fuera poco los pastores reciben la señal clara de quién es y dónde lo hallarían, para que no confundan, para que no se confundan, para que “olviden” sus prejuicios religiosos de siglos: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Los pastores (de todos los tiempos) no deben olvidarlo, no han de confundir, no se han de confundir.
Jesús nace al margen, en los márgenes de la sociedad de su tiempo. En el siglo I no había mayor valor que el honor, y nacer entre bestias y sin sitio en mitad de la noche no era precisamente un síntoma de honor familiar ni personal. Jesús nace al margen del sistema social, entre los más pobres y desplazados; Desde su nacimiento se identifica, es, un excluido de los sistemas capitalistas.
A la misma vez que reflexiono y escribo, me siento más indigno de tener entre mis manos la Palabra de Dios, más indigno de comentarla aunque lo intente hacer con humildad. Temo que  mi tecleo en el ordenador sea un tecleo incoherente y que, una vez más, mientras esté cenando con los míos al cobijo de un techo y al amparo de la hoguera, se me olvide que en ese mismo momento habrá niños naciendo en el frio de la noche en cualquier parte del mundo, que habrá madres/padres asustados porque no saben qué decirles a sus hijos al no tener nada que ofrecerles, que se me olvide que fuera de la casa cae hielo sin justicia ni piedad, y que ese hielo no es más duro que nuestras actitudes e incoherencias. Y lo peor de todo Señor es que tengo miedo, tengo miedo de no saber cómo resolverlo, o quizás de no tener el valor de ponerme a ello.
Dios sabe que nos está descuadrando, Dios sabe que sus hijos sienten temor en muchas ocasiones, Dios sabe que tenemos miedo…“No temáis”; Esa invitación que Dios nos hace, muchas veces a través de sus ángeles, es una muestra de que Dios está en lo más intimo de nuestro ser, que nos conoce y se preocupa por nosotros. A María le dice Gabriel: “No temas María…”. A José en sueños: “No temas…”. A los pastores: “No temáis…”. Dios vela, se desvela y nos mima. No temas, el Señor está contigo/con nosotros. ¿Qué si no significa Emmanuel? Dios-con-nosotros. No nos dejará; Sabe lo que nos preocupa, lo que nos hace sufrir.
Dios nace para quedarse. Dios ya está aquí para TODOS.

viernes, 16 de diciembre de 2016

El valor de la CONFIANZA (Mt 1, 18-24)

En el cuarto domingo de Adviento la liturgia se fija en una figura histórica que normalmente ha pasado muy inadvertida. Sus menciones y referencias en la Escritura son mínimas y, en consecuencia, la figura de José ha quedado muchas veces relegada al culto y la piedad popular sin caer en la cuenta de la importancia de dicho personaje.
Hoy quiero romper una lanza a favor de José, el padre putativo de Jesús, sí, pero no por ello sin importancia ni transcendencia en la vida de María y del mismo Jesús.
“Antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo…”. La situación con la que se encuentra José no era la esperada. No era la situación típica para ningún hombre de aquella época y lugar, pero menos aún para José que veía en su prometida María un ejemplo de mujer cumplidora de la Ley y honrada.
“José… que era  bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”. Las consecuencias de una denuncia por adulterio las conocía José, y por eso mismo no quiso denunciarla, pero su orgullo de hombre, su honra y su instinto más racional le invitan a repudiar, a abandonar, a María.
“Pero apenas había tomado la decisión se le apareció en sueños un ángel del Señor…Cuando José despertó… se llevo a casa a su mujer”. Es cierto que la razón obligaba a José al repudio pero él no era un hombre simplemente racional sino también un hombre emocional, un hombre de fe, de confianza…
Con una situación tan complicada, seguramente, llevó todo aquello que le estaba pasando a la oración más profunda y sincera que hombre puede tener con Dios, se dejó guiar por el amor y la confianza que le profesaba a su prometida María, y soñó con ella, siguió soñando un futuro juntos abiertos a la voluntad de Dios. No podemos explicarlo, quizás no debamos porque nos meteríamos en el terreno de la lógica y la razón histórica y precisamente esta decisión de José no pertenece a ese plano sino más  bien al plano de la fe; Lo que sí es cierto, es que entendió que María no la había engañado y que ambos debían llevar juntos los planes que Dios les había propuesto.
Hoy, nuestra sociedad, desgraciadamente, se está acostumbrando a la separación, se está habituando a la desconfianza y la toma de decisiones rápida para no herir orgullos y honores.
Hoy, la desconfianza se acentúa en las parejas y los matrimonios a causa de las redes sociales, entre otras causas, que muchas veces son el lugar de segundas vidas, pero que otras son simplemente el lugar donde se fraguan fantasmas que atormentan los corazones y la mente de las parejas. Afortunadamente no todo el mundo hace de la desconfianza y la sospecha su reino sino que, como hizo José, hay parejas y matrimonios que confían plenamente y que se abandonan en el amor al otro, encontrando en Dios un proyecto común.
Adviento tiempo para la espera. Adviento, tiempo para confiar…

viernes, 9 de diciembre de 2016

"¿Eres tú..?" (Mt 11, 2-11)

El Adviento nos vuelve a traer a Juan el Bautista a nuestras vidas para aprender de su propia torpeza y dudas. Una vez más está encarcelado El Bautista, y digo una vez más porque fueron varias las que Juan estuvo preso en las mazmorras de Maqueronte, seguramente porque de sus labios salían palabras tan condenatorias que eran como látigos morales para los poderosos del momento. A temporadas le metían en la cárcel para que callara y se calmara, pero cuando salía volvía con más fuerza aún, anunciando a un Mesías que juzgaría y pondría a cada uno en su sitio.
De ahí precisamente viene la pregunta que Juan le hace a Jesús por medio de unos discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”; El concepto que tenía el Bautista del Mesías que debía llegar era aún muy veterotestamentario. Esperaba más a un juez sin demasiada piedad que a un hombre comprensivo, esperaba más a alguien que cumpliera de verdad la ley del Talión que a alguien que predicara y practicara el amor sin condiciones. De ahí su pregunta y sus dudas.
Hoy nosotros quizás seguimos dudando de la efectividad del mensaje de Jesús, de su propio estilo y forma de actuar, e incluso los mismos cristianos dudamos de que con el “simple” amor podamos transformar el mundo. Pero esto, en parte, es porque estamos muy hartos y cansados de palabras bonitas, sermones idealistas y largos discursos que no llegan a hacerse realidad o a ponerse en práctica dentro de la misma Iglesia y por tanto vemos imposible que algo que no puede practicarse en una comunidad pueda llegar a regir el mundo. Es decir, tenemos nuestras dudas y confiamos más en otros medios quizás más drásticos, como la cadena perpetua e incluso la condena de muerte que practican algunas naciones, y en el ámbito religioso-espiritual la condena eterna, perdiendo el valor de la esperanza, misericordia y perdón que ofrece Jesús.
“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo…”. Jesús tiene que abrirle  los ojos a Juan para que descubra que el mundo, su pueblo, necesita y ansía otras propuestas. Que su pueblo está cansado también, como nos puede pasar a nosotros, de palabras duras, condenatorias y de una justicia que se predica pero que sólo llega a unos pocos. Jesús habla y practica el amor a todos, incluso a los enemigos, da esperanza con palabras y gestos (comen los hambrientos y sanan los enfermos), predica  la alegría y no el juicio eterno y definitivo constantemente. Si todo eso sorprende y hace dudar incluso al que tenía que anunciar la llegada del Mesías, con más razón aún sorprendería a los demás. Pero repito que quizás nos sigue sorprendiendo  también a nosotros porque no terminamos de creernos y practicar, después de dos mil años, que es mejor vivir alegres, es mejor que nuestro día a día sea un remanso de paz para nosotros  y los demás, que nuestras palabras  y obras hablen del proyecto de Jesús, el proyecto del amor universal. Quizás todo ha de empezar con pequeños gestos que sean signos de que el que tenía que llegar ya lleva mucho tiempo con nosotros (está dentro de nosotros).
Todo gran cambio nunca ha de pretender serlo sino que ha de empezar por pequeños gestos, por decisiones personales que marquen a personas concretas. Adviento, tiempo para cambiar…Adviento, tiempo para soñar.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Un cambio de rumbo (Mt 3, 1-12)

El Adviento nos sigue invitando al cambio y conversión de costumbres, a dejar las cosas muertas del pasado para actualizarnos y trabajar por y en una Iglesia viva. Hoy es Juan el Bautista el que, con duras palabras pero muy coherentes, invita a toda la Iglesia a la conversión.
“Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos; Juan llevaba un vestido de piel de camello… y se alimentaba de saltamontes…”. Juan está en condiciones de pedir un cambio, se puede permitir el lujo de exigir un cambio de costumbres porque ese cambio ya lo había dado él. Juan habla desde la coherencia de un hombre que siente ya a Dios en su vida, y eso le ha llevado a renunciar a la abundancia y comodidades de las que seguramente podía gozar; Él es un hombre que se ha apartado de lo superfluo de la sociedad, se ha auto-discriminado de un sistema que no pertenece al Reino de Dios, para vivir en la sencillez y austeridad que cree que pertenece a un Reino donde habita la justicia.
Es cierto que, incluso en su época, el estilo de vida de Juan puede parecernos algo extremo (vivir en el desierto, vestir pieles de animales y comer de forma silvestre) e incluso salvaje; Quizás el cambio no está tanto en las formas sin más sino en comenzar por un cambio de costumbres que anuncien ya a Dios en nuestra vida.
“Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?”. A Juan no le tiembla la voz al dirigirse con dureza a los fariseos y saduceos, increpándoles y recriminándoles que su conversión es desesperada y sólo pensando en la propia salvación. Les pide que den frutos de conversión y ejemplo a un pueblo que no ve en ellos esa guía de la que tanto presumen ser.
En la Iglesia se habla constantemente de conversión pero esa palabra muchas veces se queda en el mero vocablo propio del tiempo litúrgico. Quizás es necesario un nuevo Juan Bautista que nos ponga las cosas en su sitio y nos haga ver con más claridad, sin miedo autoridades eclesiásticas que no dan ejemplo (como algunos fariseos y saduceos). No podemos hablar de conversión en la Iglesia cuando muchos pastores no han dejado ciertas excentricidades y lujos difíciles de conciliar con esa conversión que piden. Y lo mismo que les pasa a algunos miembros de la jerarquía nos puede pasar a cualquiera de nosotros.
Es necesaria una profunda reflexión y cambio de costumbres en nuestras comunidades, volviendo al ideal de las primeras comunidades cristianas, antes de la gran conversión a la que está llamada la Iglesia en su totalidad.
Que el Adviento siga ayudándonos a centrar nuestra atención en lo más importante y vayamos dando pasos domésticos y personales que hablen del Reino.

sábado, 26 de noviembre de 2016

"Estad en vela..." (Mt 24, 37-44)

“Cuando venga el Hijo del Hombre pasará como en tiempo de Noé”. Aparentemente este primer domingo de Adviento con el que empezamos nuevo ciclo litúrgico, nos advierte e incluso nos puede atemorizar. Las palabras del evangelio de Mateo parecen amenazantes, más aún si tenemos como fondo el símil, que el mismo evangelio pone, de lo que pasó en tiempo de Noé cuando el diluvio arrasó con todo. De hecho, el temor y la inseguridad han sido la conclusión, valoración y actitudes que han movido durante mucho tiempo la interpretación de este pasaje.
“Estad en vela…”. Sin embargo, a lo que quiere animarnos este evangelio es a estar vigilantes, a actuar siempre de corazón, a no esperar para hacer el bien y actuar como verdaderos cristianos. Este evangelio nos invita a velar por la autenticidad en nuestro día a día y no solo cuando veamos las cosas oscuras o que llegan a su fin. Porque el cristianismo, el seguimiento de Jesús, no ha de ser de momentos (exclusivamente en ciertos tiempos litúrgicos porque son los que más nos gustan…), ni de refugio ante la desesperación o el ocaso de una vida sino que ha de ser un estilo que marque nuestra trayectoria vital, porque no sabemos ni el día ni la hora en el que nos reuniremos con Cristo, y para ello tendremos que estar preparados, y esa preparación no es cosa de dos días, ni ha de ser apresurada o por la imposición de un sacramento, el de la unción, en los últimos minutos de existencia.
Durante mucho tiempo se ha entendido el estar en vela y vigilantes como el mantener una excesiva tensión y preocupación por cada acto, considerando todo aquello que se salía de unas normas casi espartanas, dictadas como preceptos por la Iglesia, como pecados (muchos de ellos mortales) que te llevarían al infierno. Todo esto no era otra cosa que losas difíciles de llevar que evitaban vivir con naturalidad y respirar libremente como hijos de Dios, viviendo continuamente amargados y amargando a los de tu alrededor sin la alegría que ha de caracterizar al cristiano.
Ese estar en vela significa no cerrar los ojos antes las situaciones que claman justicia y necesitan de nosotros. Es cierto, los cristianos no somos perfectos pero intentamos superarnos en calidad humana constantemente, eso no nos lo pueden reprochar y quién lo haga es simplemente porque no es capaz de mirarse y ver que, con ese reproche, está evitando ser responsable al menos como humano de lo que pasa a su alrededor, asignando la salvación del mundo a los demás; Los cristianos no tenemos la exclusiva ni la absoluta responsabilidad de aniquilar el mal en el mundo, pero si sabemos que hemos de hacer algo y lo intentamos. Esa es la razón por la que nos preparamos para acoger a Dios en nuestras vidas cada día, y en ciertos momentos como los tiempos litúrgicos fuertes. En el Adviento, revisamos nuestras actitudes e intentamos mirar hacia adelante siendo conscientes de nuestras debilidades y caídas, pero también con afán de superación y deseos de más Dios en el mundo.

viernes, 18 de noviembre de 2016

INRI. Rey de todos...(Lc 23, 35-43)

 
Que difícil nos resulta a los hombres entender que alguien, pudiendo salvarse, opte por salvar antes a los demás y no huir, teniendo eso como consecuencia el perder la propia vida. Para tener esa actitud hay que tener muy claro antes, que ser cristiano requiere vivir tan por los demás, que nuestro centro vital no gira en torno a nosotros mismos.
Estar pendientes, quizás obsesionados, por la propia salvación deriva en olvidarse de los otros y vivir en y desde el egoísmo.
Decían: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios…”. Nos dice el evangelio que se mofaban y reían de Jesús porque no se salvaba a sí mismo, pero lo que no entendían es que esa actitud era una elección personal y que elegir salvarse a sí mismo, a veces, supone desatender a los demás. No entendían que Jesús llevó el mensaje del Reino hasta sus últimas consecuencias y que, paradójicamente, su muerte fue la gran lección de la vida.
Hoy todavía tenemos que hablar de nuevos crucificados por seguir a Cristo. Hoy, todavía en Siria y otros lugares del mundo (muy cerca de la tierra de Jesús) hay gente que, por optar por el mensaje del evangelio, son mutilados, literalmente crucificados, asesinados por no querer huir, por no querer olvidarse de los suyos, de los demás.
En ocasiones cuando me paro y reflexiono sobre esto, cuando verdaderamente soy consciente de lo que supone ser cristiano, siento algo de vértigo y flaqueza. Confieso que a veces me planteo si estoy preparado de verdad para seguir a Cristo sin condiciones con lo que supone asumir la cruz, su verdadero sentido, pero inmediatamente sigo leyendo el evangelio y entiendo que el desánimo y los signos de flaqueza también son humanos, y que he de vivir con ellos y transformarlos en ganas de seguir en un camino de perfección que es exigente, sí, pero apasionante, y que supone la elección de un estilo de vida que puede revolucionar el mundo.
 
“Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea”. Se dice en el evangelio que la cruz de Jesús estaba coronada por una leyenda que decía: “Este es el rey de los judíos”; Algo que rechazaban los máximos representantes del judaísmo; Rechazo que mostraron públicamente. En el fondo lo rechazaron porque Jesús nunca se mostró exclusivamente para los judíos, Jesús no fue sectario sino universal, Jesús no fue un mero teórico sino un maestro de vida en la vida… Ese rechazo fue el pistoletazo de salida para hacer de Jesús el Dios de todos, el Rey del universo.
 

viernes, 11 de noviembre de 2016

Templos vivos (Lc 21, 5-19)

“Algunos ponderaban la belleza del Templo…”. Quedarnos en lo superficial o centrarnos en lo esencial e invisible siendo conscientes de lo que eso significa y de sus consecuencias, ha sido siempre una eterna lucha entre los hombres que decimos profesar una religión. Lo material, lo espiritual, ambas… el equilibrio… Este debate, según nos refleja este pasaje de Lucas, también lo vivieron aquellas generaciones.
La posición y mensaje de Jesús están claros; Aunque Él utilizó y respetó el templo por lo que representaba, no se quedó en ello y nos enseñó que las piedras sobre piedras son construcciones humanas y que, como tales, han de perecer al igual que le pasará al mismo hombre.
“Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra…”. A aquellos hombres les preocupaba cuándo iba a suceder aquel final, querían estar preparados por si podían salvarlo, por si podían evitarlo, al igual que se preocupaban por el final de la propia existencia. Esto lo han aprovechado muchos oportunistas que, sabiendo de esta preocupación, se han lucrado y lucran autoproclamándose jefes espirituales-profetas que saben del fin. Ante estos timadores Jesús apercibe asegurando que nadie sabe de dicho final, solo Dios.
Jesús nos exhorta a no vivir preocupados por saber el final, ni de dar crédito a falsos profetas que se aprovechan de la ingenuidad humana; Él nos invita a vivir en este mundo siendo verdaderas rocas, siendo templos de Dios. Jesús insiste en que el mayor templo donde habita Dios somos nosotros mismos. Este es el motivo por el que los hombres hemos de cuidarnos, porque somos piedras vivas del templo que alberga lo más sagrado, hemos de respetar la dignidad de todo hombre y mujer sabiendo que en ellos también habita Dios.
Jesús conoce la naturaleza del ser humano, sabe de nuestras debilidades y nuestras miserias y profetiza que entre nosotros habrá guerras,  separaciones y persecuciones… pero que nosotros, los que afirmamos seguir a Cristo, hemos de dar testimonio, ser ejemplo de templos que nadie puede ni debe profanar. Ese es el mensaje, el cambio de paradigma que ofrece Jesús; Que lo importante no son los templos de piedra sino los templos vivos. No profetizó tanto la destrucción de un templo concreto sino más bien la transformación de la religión del momento.
Os harán compadecer antes reyes y gobernantes…Yo os daré palabras y sabiduría”. Hoy, sigue habiendo voces que escandalizan a los pequeños, a los pobres o desinformados, o simplemente a aquellos que ponen su confianza en los demás, en los que han votado en democracia. Hoy, políticos y poderosos atemorizan y vaticinan catástrofes ecológicas y desastres financieros con consecuencias en la economía doméstica, cuando hay algo que no les cuadra o beneficia. Son los nuevos falsos profetas del mal, profetas del reino de egoísmo, del “cuanto más tengo más quiero”. Pero Cristo nos sigue exhortando a vivir en la humildad, a no derrochar pero también a no tener miedo ni poner toda nuestra confianza en los bienes materiales ni la economía. Jesús sabe que este no es un camino fácil, que ello significa remar a contracorriente (no es un mundo fácil para los cristianos que quieren vivir bajo la lógica del Reino) y por eso sufriremos todo tipo de persecuciones y difamaciones; E incluso recibiremos todo tipo de ofertas para separarnos del camino que propone Jesucristo, pero es precisamente en ese momento cuando Él nos dará su fuerza y palabras de sabiduría.

sábado, 5 de noviembre de 2016

"Como ángeles de Dios..." (Lc 20, 27-38)

Podríamos quedarnos en lo más superficial del relato comentando la capciosidad de la pregunta que los saduceos plantearon a Jesús como muchas otras veces habían hecho, y es cierto que la intención no era inocente, pero las cuestiones que aquí se plantean y la claridad de ideas que muestra Jesús ante ellas merecen nuestra atención y comentario en mayor grado.
Los saduceos eran conocidos, no solo por no creer en la resurrección, los ángeles ni el alma, sino también por su interpretación literal de la Torah, su apoyo a la pena de muerte así como por su permisividad y amistad con los invasores (griegos y romanos) lo cual hacía que vivieran acomodados y ricamente, y por tanto fueran una secta odiada por muchos, sobre todo por los fariseos.
“Maestro Moisés nos dejó escrito…”. La pregunta sobre la legitimidad del matrimonio, en el caso grotesco que le exponen a Jesús, no tenía tanto la intención de resolver dicho matrimonio después de la muerte y su continuidad, sino que sus intenciones eran radicalmente machistas ya que lo que les preocupaba era qué hermano sería el que podría tener descendencia con esa mujer, es decir, cual tendría derecho a toda la herencia y riquezas. En este sentido Jesús les desmonta el chiringuito (si me permitís la expresión) afirmando que aquellos que resuciten y gocen de Dios no se medirán por las categorías que utilizamos los hombres en esta vida, muchas veces injustas, sino que todos seremos iguales, hombres y mujeres, seremos como los ángeles de Dios.  Jesús muestra aquí su respeto a la mujer, en contraste con el trato utilitarista que los saduceos hacían de ella, y les hace ver que la mujer vale y tiene dignidad por sí misma y no sólo por los hijos que aporte al matrimonio; Al mismo tiempo que se reafirma en la existencia del alma y los ángeles algo que ellos negaban.
Todavía hoy, desgraciadamente, es necesario atender a esta enseñanza de Jesús en relación a la igual dignidad de sexos ya que, en muchos casos y por las noticias que vemos a diario, aún no queda claro que la mujer tiene los mismos derechos y dignidad que el hombre. Aún siguen muriendo mujeres en manos de sus maridos, más bien verdugos, porque sienten que son de su propiedad al estilo saduceo. En este sentido también en la Iglesia hemos de revisar y revalorar el papel de la mujer intentando darle el lugar que se merece y que Jesús dio a las que eran sus discípulas.
En este diálogo de los saduceos con Jesús vemos clara la postura y creencia de Jesús en relación a la resurrección. Es respetable (ya que muchas personas así lo ven), pero creo que nos quedaríamos muy pobres, creyendo en Jesús sólo como un maestro moral o un gran hombre ya que no se limitó a ofrecer enseñanzas que se quedan en esta vida sino que mostró su firme creencia en la vida con el Padre, su creencia en la resurrección del alma.
“No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Los cristianos no podemos titubear en lo que es el pilar de nuestra fe. Un cristiano que no cree ni tiene esperanza en la resurrección no puede llamarse cristiano como tal, ya que no espera de Jesús nada más allá de normas morales que sirvan para ser mejores en este mundo, y eso es quedarse con la mitad del mensaje del Reino que nos trajo Jesús.

sábado, 29 de octubre de 2016

Encontrar lo perdido-Zaqueo (Lc 19, 1-10)

¿Dónde ha de estar el cristiano? ¿Dónde ha de evangelizar la Iglesia? Son preguntas que rondan siempre en cualquier institución, religión o cualquier otro grupo que, mediante revisiones continuas, les interese saber dónde han de estar o cuáles han ser sus destinatarios.
El relato que nos trae la Palabra hoy, conocido tradicionalmente como “la conversión de Zaqueo”,  nos da algunas pistas de por dónde tenemos que ir, a la vez que nos sigue descolocando, como también lo hizo en su tiempo, al ver que Jesús tenía muy claro a quién iba dirigido el Reino de dios; A todos sin excepción.
El gran reto no es saber a quién ha de dirigirse la Iglesia o los cristianos, sino saber cómo hemos de dirigirnos a cada persona, porque cada persona siente a Dios de un modo distinto, cada persona tiene sus circunstancias y necesidades. Al igual que Dios no ha creado al ser humano en masa, sino que hemos sido creados y mimados individualmente, el ser humano busca a Dios, o se aleja de Él, de maneras muy distintas y por razones muy personales.
“Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico”. Las circunstancias de Zaqueo ya las conocemos, jefe de publicanos, persona acostumbrada a vivir entre lujos y riquezas a costa de los demás, o al menos esa es la fama que tenía y por ahí venía el desprecio social que sentía. Era por tanto un hombre “pequeño”, más bien que se sentía pequeño porque consideraba que no estaba a la altura del pueblo, que no tenía derecho o justificación para acercarse a ese gran profeta del pueblo aclamado por los más pobres y desdichados de la sociedad. Sería paradójico encontrarle entre los necesitados que aclamaban justicia y pedían a Jesús que les ayudara. Zaqueo sabía que no le permitirían acercarse a Jesús porque no tenía derecho a pedirle nada ya que, a los ojos de todo el mundo, él ya lo tenía todo.
“Corrió más adelante y se subió a una higuera…”. Pero Zaqueo tenía interés en saber quién era Jesús, en comprobar por sí mismo lo que otros decían de Él. También tenía necesidad de Dios ya que, aunque era rico, no era feliz. Por eso busca y encuentra la manera de poder acercarse a Jesús, y ese interés es lo que hizo que Jesús quisiera acercarse a Zaqueo, porque también conocía sus necesidades y miserias. Jesús sabía que los ricos no lo tenían todo solucionado, es más, tenían un camino difícil de recorrer si querían vivir al estilo del Reino, y por eso ricos y poderosos también eran unos de los destinatarios que más le preocupaban.
Zaqueo encuentra en Jesús una esperanza para vivir. Es fácil que estuviera desesperado porque no veía el momento ni la hora de cambiar, no sólo porque era difícil personalmente sino porque, a nivel social, tenía el estigma de ser un ladrón y eso le condenaba a ser rechazado y odiado.
“El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” ¿Es tarde para cambiar? Jesús nos dice que no, nunca es tarde si de verdad queremos acercarnos a Dios y estamos dispuestos a dejar de lado lo más superficial, lo que nos estorba, para centrarnos en esa relación con Dios que revierte lógicamente en nuestra relación con los hermanos.  Cuando hay en nosotros un cambio de actitud real, cuando somos desprendidos y queremos vivir desde la honestidad, Dios se aloja en nuestra casa, Dios vive con nosotros. Porque para Dios no hay tiempos ni límites para el cambio, ya que no le preocupa tanto el cuándo sino el encontrar lo que estaba perdido.

sábado, 22 de octubre de 2016

¿Enaltecerse o humillarse? (Lc 18, 9-14)

Durante mucho tiempo, y aún todavía hoy en muchos casos, ha reinado el pensamiento, la creencia, de que cumpliendo las normas y preceptos que la religión determina (algo que va cambiando según los tiempos y las personas que están a la cabeza, por tanto no es definitivo ni dogmático) era suficiente para estar en “gracia” de Dios y ser una persona de bien, honrada y en camino de perfección.
No es que las normas de la Iglesia, o de cualquier religión de bien, sean malas pero sí que, si se llevan al extremo o se absolutizan y endiosan, pueden resultar una pantalla que no deja que veamos la realidad con ojos limpios e incluso pueden llegar a ser contradictorias y contraproducentes.
Es muy posible que centrándonos en cumplir normas que suelen ser buenas para una disciplina interna y personal, nos olvidemos de aquellas actitudes que nos invitan a ocuparnos de los demás  y nos hacen salir de nosotros mismos.
“El fariseo erguido oraba así: Te doy gracias por no ser como los demás…” ¿Qué actitud mantienes tú? Podemos ir erguidos de orgullo por la vida creyéndonos perfectos y viendo los defectos de los demás, sin caer en la cuenta de que esa actitud es ya un error e imperfección personal, o podemos ser conscientes de nuestras goteras personales y nuestra falta de constancia y errores, intentando superarlos poniendo todo nuestro ser en manos de Dios.
“Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Lo que sí es cierto es que, normalmente, nuestras acciones revierten y tienen consecuencias en nuestra propia vida y en la de los demás. Algo así piensan también las religiones politeístas orientales (Hinduismo y Budismo) cuando hablan del karma.
La humildad es un valor poco apreciado en nuestra sociedad de pantalla, en esta sociedad que aboga por el no pasar desapercibido, que promueve reality shows en los que pierden aquellos que no llaman la atención o no son aliados del excentricismo. Pero en el fondo sabemos que la humildad es el valor que nos hace vivir tranquilos, con paz y sosiego interno, y la que hace que actuemos con limpieza de corazón asumiendo que no somos perfectos, siendo paradójicamente esta actitud, ya en sí, un camino de perfección.

sábado, 15 de octubre de 2016

Nos claman justicia (Lc 18, 1-8)

El ser humano  y sus prisas. El hombre y sus ritmos y exigencias, es lo que subyace en el fondo de este texto de Lucas; Eso, y el sentido de la justicia que emana de Dios. El sentido del tiempo para los hombres, y su medida, no es nada con la infinitud que se desprende de Dios.
No es novedad el hecho de que los hombres nos desesperemos e impacientemos, a veces, ante lo que aparentemente vemos como olvido o desidia de Dios, porque nos parece que Dios puede actuar como nosotros los hombres, que nos desentendemos de los problemas y la justicia de los semejantes.
Jesús siente la necesidad de explicarles a sus discípulos  cómo debían orar y la insistencia y perseverancia que debía marcar dicha oración. Y cuando hablo de oración no me refiero sólo a la oración de petición desesperada y pedigüeña, ya que si no estaría reduciendo muchísimo este evangelio y las palabras del mismo Jesús, sino que me refiero más bien a la oración que se entiende como acercamiento a la bondad, misericordia y justicia divinas.
Si un hombre que no teme a Dios ni respeta a los hombres es capaz de tener actos de justicia y atiende a sus vecinos ¿Cuánto más Dios atenderá y hará justicia a los que se la piden? El problema quizás puede venir cuando Dios quiere reflejarse en nosotros o, mejor dicho, cuando nosotros, como cristianos,  debemos ser reflejo de Dios.
El abandono de la fe, la no perseverancia, viene por nuestra impaciencia y desesperación al no descubrir a Dios en nuestra vida. Estamos acostumbrados a que todo sea rápido y efímero, es uno de los “valores” en alza en nuestra sociedad. La viuda pide justicia obteniéndola después  de mucho insistir. Lucas afirma que Dios ofrece justicia sin tardar a los que se la piden.
En aquel tiempo las viudas eran uno de los colectivos más desamparados y desatendidos a todos los niveles, la viuda representa a todos los que estaban abandonados por sus semejantes, incluida la justicia. Hoy muchas personas claman, nos piden justicia, y nosotros, muchas veces, actuamos como ese juez injusto al que le cuesta atender a los demás. Hoy nosotros, tanto a nivel personal como social, hemos de atender a aquellos que aún claman justicia porque son los grandes desterrados en la tierra en la que viven.

sábado, 8 de octubre de 2016

La fe que salva (Lc 17, 11-19)

“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea”. Para Jesús no hay tierra hostil, nadie es extranjero ni por ello objeto de rechazo. Él no entiende de tratos preferentes por eso casi siempre está en los márgenes de la sociedad, entre fronteras que separan a los hombres y que ellos mismos han delimitado (como en su tiempo era el caso de Samaria).
“Vinieron a su encuentro diez leprosos…”. Estos diez hombres reclaman la compasión de Jesús, son ellos los que, a distancia, le piden ayuda y a cambo Jesús les provoca, les invita a un acto de fe del que no son conscientes. Por un lado Jesús no rompe las normas y preceptos de la ley judía invitándoles a ir al templo, pero por otro lado Jesús les sana y da una nueva oportunidad a aquellos que la han perdido, sin ni siquiera tocarles.
“Uno de ellos viendo que estaba curado se volvió alabando a Dios…”. El dolor y los tiempos de crisis nos afectan a todos alguna vez que otra, todos estamos representados en estos diez leprosos. A veces sentimos la necesidad de pedir ayuda, no solo a Dios sino también a los demás, sin embargo poca gente se da cuenta de los dones recibidos y de que estos vienen de Dios. De los diez leprosos solo uno vuelve a agradecer la bondad de aquel de quién había salido la curación y la misericordia, mientras que los otros nueve están más pendientes de los preceptos y normas religiosas, olvidándose de la gratitud humana.
Lucas sigue haciéndonos reflexionar en torno al valor de la fe. Es esta, la fe, la que nos capacita para reconocer los dones de Dios en nuestra vida.
Se supone que los cristianos hemos de ver en toda nuestra vida la mano de Dios y esto debería invitarnos a vivir con gozo, alegría y agradecimiento. Sin embargo, no es raro dar con cantidad de cristianos tristes, que viven más quejándose que transmitiendo buenas noticias y ganas de vivir. Parece que hemos sido más educados en lo que no debemos decir ni hacer, en esa continua amenaza de caer en pecado, que en el gozo de sabernos hijos de Dios salvados, no sólo curados.
“Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado”. Esa es la gran diferencia entre el samaritano, que vuelve agradecido a Dios, y los otros nueve; Él se siente no solo curado sino salvado, su vida está llena de Dios y no puede por menos que ser agradecido y proclamarlo. El hecho de ser cristianos no nos garantiza ser más sensibles a las realidades de este mundo, ni siquiera a percibir más a Dios en nuestras vidas.
Jesús nos invita a ser agradecidos, a pedir y prestar ayuda, y a mantener una actitud de gozo y alegría.

sábado, 1 de octubre de 2016

"Auméntanos la fe" (Lc 17, 5-10)

La fe, una palabra tan sencilla pero a la vez tan compleja y abstracta, tan universal y genérica como íntima, subjetiva y personal.
Quizás muy osada la petición de los discípulos: “Auméntanos la fe” ¿Qué fe? ¿A qué se referían? ¿Sabemos en realidad lo que significa tener fe?
“Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”. La fe no entiende de categorías-medidas humanas. Jesús reconoce en sus discípulos que su fe es más pequeña que un grano de mostaza, es decir que es una fe de mínimos, una fe aún precaria… me atrevería a decir infantil. Pero ¿En qué se basaba para afirmar esto?
La fe supone un cambio de actitud. Un disfrutar de y con la vida que cambia nuestra forma de ser con nosotros mismos y con los demás. La fe conlleva una alegría y esperanza capaces de silenciar el dolor, la tristeza e incluso la muerte. Por eso los discípulos pidieron a Jesús que aumentara su fe, porque seguramente ellos veían en Él una actitud distinta ante la vida, una fortaleza difícil de entender y de adquirir pero que les resultaba llamativa y la deseaban.
¿Puede alguien aumentarnos la fe? ¿Es responsabilidad de Dios nuestra fe? En la Iglesia se define muchas veces la fe como un don, y entendida así parece que no la puede tener todo el mundo, pero yo creo que la fe es una dimensión que todo ser humano tiene y a la que debemos abrirnos. Hay ciertas acciones, actitudes y lugares que facilitan el cuidado y apertura a la fe; En ellos están incluidas todas las religiones, esa es su tarea, descubrir al ser humano su dimensión de fe para que descubra el mejor camino que le acerque al transcendente, a Dios.
Todo esto lleva a plantearse la actitud del cristiano adulto que ha crecido físicamente, profesionalmente y personalmente, pero que ha olvidado el cuidado de su dimensión de fe viviendo de las rentas recibidas en la niñez, y por tanto manteniendo una fe infantil en un ser adulto.
Se dice en el mismo evangelio de Lucas, refiriéndose a Jesús aún siendo joven, que: “El niño crecía en estatura, gracia y sabiduría”. Esta es una asignatura pendiente en el cristianismo, al menos en la Iglesia católica, nutrir, cuidar el proceso de fe. Es cierto que esto es una responsabilidad personal, pero la Iglesia como cabeza y madre, también debería facilitar caminos y medidas más realistas y adaptadas a los tiempos, para que no se descuide la fe. Nuestros chicos y chicas crecen en estatura y conocimientos a un ritmo vertiginoso. No descuidemos el cuidado y el crecimiento de su fe, porque al igual que los discípulos se lo pidieron a Jesús, ellos nos demandan que aumentemos su fe, es decir, que les ayudemos a cuidar su fe. Si bien es cierto que “un ciego no puede guiar a otro ciego”, es por tanto necesario que antes revisemos y mimemos nuestra relación con Dios, nuestra fe.
 

jueves, 22 de septiembre de 2016

Ser "epulón" no es cristiano (Lc 16, 19-31)

Nos presentamos hoy ante una parábola que sale de boca de Jesús cargada de muchos y variados matices; Desde lo más humano y social hasta lo más teológico y transcendente.
En esta parábola se encierran claves, o al menos eso piensan los teólogos expertos en el Nuevo Testamento, que aún están por desentrañar en relación a la vida después de la muerte. Es evidente que Jesús quiso transmitirnos algo en relación a dicho tema, pero lo que sí es claro y no necesita de tanta investigación e interpretaciones es el tema de las relaciones humanas, el tema social vinculado directamente con la misericordia y el comportamiento con los más necesitados.
En esta parábola el rico epulón se desentiende de los que pasan necesidad y hambre, es más, trata mejor a los perros que al hombre, Lázaro, que pide en su puerta  lo que ya no quieren ni siquiera los animales. Este comportamiento, según nos enseña Jesús, tuvo y tendrá sus consecuencias.
Los cristianos no podemos actuar alejados de la misericordia y desentendidos de todo aquel que pasa necesidad porque la consecuencia más directa es que dicha acción nos anula como cristianos y, más aún, tendrá consecuencias en un futuro. Porque el que se desentiende del prójimo se está desentendiendo y olvidando a Dios. Al que le nublan los ojos las riquezas y posesiones, se los nubla de tal manera que, ni aún teniendo al mismo Dios delante podría reconocerle.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El peligro de servir a dos señores (Lc 16, 1-13)

Esta parábola no es un relato aislado, en Lucas se nos presenta rodeada de otras parábolas (El hijo pródigo y el hombre rico) en las que Jesús se ocupa de las riquezas de este mundo y del uso que hemos de darles. Pero leída sin más nos puede resultar, cuanto menos, contradictoria e incluso incoherente con el mensaje del Jesús al que estamos acostumbrados.
En estas parábolas aparece muy frecuentemente la palabra “mamona”, esta palabra hace referencia a la riqueza y los bienes conseguidos de forma fraudulenta o a costa de los otros. Esto era algo muy común en los administradores de aquella época, ya que no recibían un sueldo fijo por dicho trabajo sino que su sueldo dependía de las comisiones que, ellos mismos, añadían a lo que los deudores debían a sus señores. De ahí que hubiera administradores justos e injustos.
En esta parábola el administrador parece reconocer su injusta gestión con los bienes del amo, ya que no se queja cuando este le acusa de ser mal administrador; Es más, idea un plan para no quedar sin nada y tener algo de futuro.
“¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo?(...)Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”. Jesús no pone el ejemplo de alguien que actúa injustamente para alabar dicha injusticia sino para demostrar que habiendo actuado mal en la vida, a toda situación se le puede dar la vuelta y se puede empezar a actuar bien. Este administrador estaba acostumbrado a sumar grandes cantidades a  lo que ya se debía para sacar “buena” y exagerada comisión de los bienes de su amo. Viendo peligrar su trabajo y por tanto su subsistencia, deja a un lado la excesiva codicia e intenta equilibrar y actuar bien (como se supone que tenía que haber hecho desde el principio) no tanto para recuperar su puesto de trabajo, porque era consciente de que había perdido la confianza del amo, sino para ganar la confianza de los deudores al ver que  no se llevaba comisión. Así ganaría el favor de los demás y dejaría en buen lugar a su amo.
Jesús, el amo de la parábola, felicita al administrador porque ha actuado bien, sea por los motivos que sean, y se ha dado cuenta de que así se ganan cosas más importantes en la vida que el dinero, como la confianza y lealtad, dejando a un lado la “mamona” que es lo que nos pierde y nos ciega en este mundo. Jesús quiere hacer entender a los ricos que le están escuchando que las cosas más importantes de este mundo, precisamente, no son cosas.
Ningún siervo puede servir a dos amos…No podéis servir a Dios y al dinero”. No hace falta retroceder tanto en el tiempo para ver que la mamona sigue presente entre nosotros y no deja que la sociedad avance. El dinero y las riquezas con las que viven los que las han conseguido robando y ahogando a otros muchos, son el mayor muro-pecado que tiene hoy nuestra sociedad. Nuestros políticos se enzarzan y no salen del atolladero de la corrupción. Se roba a la gente sencilla y trabajadora con la máscara de los impuestos y comisiones, se blanquea, se paralizan pueblos e incluso un país entero a causa de la “mamona”; No me estaría extralimitando, por tanto, llamándoles mamones.
Jesús nos invita a darle la vuelta a la situación, porque servir a dos señores es imposible ya que, queriendo servir a uno estaremos siendo infieles al otro, puesto que las riquezas injustas y Dios son incompatibles.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Lo que parece perdido es su prioridad (Lc 15, 1-10)

Estas dos parábolas que nos regala hoy la Palabra son fruto de la reacción que tuvo Jesús ante las críticas de letrados y fariseos, fueron la respuesta a las murmuraciones que le acusaban de hablar y dirigirse a pecadores y publicanos.
Las parábolas son la mejor forma de discurso y enseñanza que tenía Jesús, la mejor forma de acercarse a su pueblo y ser entendido perfectamente. Los símiles o ejemplos que contienen las parábolas están arraigados en la tradición y cultura propia del pueblo de Jesús. Por un lado el oficio del pastor, que no era muy bien visto ya que tenían fama de ladrones-pecadores, poniendo este ejemplo Jesús rompe una lanza a favor de un oficio y personas que, aunque fuera mal considerado, era necesario para la supervivencia del pueblo;  Por otro lado, la reacción de una mujer (también con un papel muy inferior respecto al hombre en dicha sociedad) que pierde una moneda, un dracma seguramente equivalía al salario diario de cualquier jornalero, pero  aquí dicha moneda formaría parte de un ornamento muy querido que llevaba esa mujer y de ahí la insistencia en su búsqueda no tanto por su valor económico sino sentimental.  Con ambas parábolas ya está, desde el principio, provocando y marcando la diferencia de su enseñanza.
Jesús nos muestra de nuevo, a través de estas parábolas, lo original de este Dios Padre misericordioso en el que cree. No deja de lado a ni uno solo de sus hijos aunque seamos muchos. Mima con cuidado y ternura a cada una de sus creaturas, se preocupa cuando se pierden y sale a buscarlos. Dios no se muestra impasible, todo lo contrario, se pone en camino, reacciona cuando algo no va bien. Dios se preocupa de aquellos que se encuentran en momentos difíciles, que están perdidos o pasando una mala racha.
El ejemplo que nos da Dios con su actitud de buen pastor es el que nosotros debemos trasladar a la Iglesia. A veces es difícil ser buenos pastores porque incluso estos son los que están más perdidos y desorientados, y si un pastor está así ¿cómo va a guiar a las ovejas? Pero no es reprochable porque el pastor de la Iglesia también es hijo de Dios y necesita de sus cuidados.
Debemos aprender de la alegría de esa mujer que, al encontrar la moneda perdida, comparte dicho gozo con todos sus vecinos. Debemos aprender en la Iglesia que tenemos que vivir más de la alegría de los encuentros y conversiones, y no tanto de los escándalos y errores. A veces da la impresión que a ciertas personas (no echemos balones fuera porque me refiero a los mismos cristianos) les alegra el escándalo y  la falta de ejemplo y testimonio que surge en la Iglesia en ocasiones, teniéndolo como excusa para su propia justificación. Es sabido que la iglesia es humana y como tal erra y errará, pero también es sabido que Dios nos enseña a compartir la alegría y lo bueno. Precisamente Dios  sale al encuentro del pecador y extraviado, y  no lo deja a su suerte  ni lo condena.
Aprendamos de las parábolas de Jesús, y hablemos en la Iglesia del Dios Padre del que Jesús hablaba y no de otro inventado por nosotros.

martes, 6 de septiembre de 2016

AHORA EL BLOG TAMBIÉN EN FACEBOOK


Agradecido por la acogida que, durante dos años, ha tenido el blog Mitabor7, siendo también consciente de sus limitaciones y atendiendo a los consejos de muchos lectores, nace hoy la página en facebook. Os animo a que la compartáis con todos aquellos que creáis que puede interesarle. En facebook compartiremos el comentario de la Palabra semanal-dominical que ya conocéis aquí en el blog. Gracias a tod@s porque sin vosotros toda esta andadura no es posible. ¡Que Dios os bendiga! 
 
Busca en Facebook: Mitabor7 y compártelo con aquellas personas a las que creas que le puede ayudar.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Las renuncias por el Reino (Lc 14, 25-33)

Cuando nos enfrentamos a un texto como este, parece que el seguimiento real de Cristo se presenta como una tarea imposible. Las renuncias a las que invita el mismo Jesús parecen, a veces, incluso inhumanas y dan poco margen, por no decir ninguno, para la compatibilidad entre la vida humana y la elección del Reino. Pero una vez que profundizamos y que nos ponemos en contexto, podemos comprender que el mismo Jesús tenía que dejar muy clara la intención de su misión y la de aquellos que le quisieran seguir de verdad, no solo porque se corría el riesgo de confundirlo con otros profetas, incluso falsos mesías que deambulaban por allí y que propagaban estilos de vida de los que ni ellos mismos se podían responsabilizar sino porque la misión de Jesús, la vivencia del Reino y su elección, eran de verdad una novedad en la que no cabían paños calientes ni medias tintas.
“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre… no puede ser discípulo mío”. Ciertamente somos quienes somos y venimos de dónde venimos, tenemos una familia y unos lazos afectivos a los que nadie puede obligarnos a renunciar, y en realidad no tenemos porque hacerlo, pero aunque Jesús no quiere que renunciemos a nuestros orígenes (el nunca renunció de su madre) si nos invita a pensar lo difícil y sacrificado que resulta el no poder estar con ellos todo lo que quisiéramos y dedicarles todo el tiempo que nos gustaría.
Jesús quería aclarar que si a los que comenzaron a seguirle les dolía el no poder estar con los suyos, es que no estaban hechos para el seguimiento radical y quizás tenían que pensar en otro tipo de vida, licito también pero distinto del seguimiento físico y radical de Cristo. Se trataba de un nuevo concepto de familia. Es importante entender que pertenecemos ahora a una familia universal que va más allá de los lazos de sangre y que hemos de trabajar con y por ellos al mismo nivel, o incluso mayor, que si fuera nuestra familia de origen. Si Dios es nuestro Padre eso hace que todos nos convirtamos en hermanos. Esto fue una gran novedad en el tiempo de Jesús, no solo a nivel teórico y teológico sino que al llevarlo a la práctica conllevaba un cambio en el modo de vivir.
 “¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos…?”. Jesús nos invita a la prudencia y al meditar antes de decidir una empresa que nos llevará toda la vida y supondrá cambios. Porque la elección del Reino, el ser cristiano, no ha de ser fruto de una decisión apasionadamente adolescente ni apresurada, aunque también tenga una parte pasional y de corazón, sino que ha de ser una elección responsable.
Llevamos años en la Iglesia quejándonos de que nuestros adolescentes cuando se confirman abandonan la comunidad. Llevamos mucho tiempo haciendo cambios a este respecto y dando tumbos en relación a la continuidad de los jóvenes. Ponemos parches pero no nos damos cuenta de que lo que nos falta es claridad. Tenemos miedo a ser claros por si con ello  incitamos a la huída de nuestros chicos (y lo que más agradecen nuestros adolescentes es, precisamente, alguien que les hable claro, que les ofrezca caminos estables y despejados por los que ellos quieran andar sabiendo lo que hay). Jesús nos invita a ser abiertos, acogedores y caritativos, pero también a actuar con claridad y no maquillar las cosas queriendo hacer ver que ser cristiano es muy “bonito” y que aporta mucho a la vida de alguien si lo elige; Y ese no es el lenguaje, ya que nuestros chicos cuando se confirmen tienen que saber que han elegido una forma de ser en el mundo, un nuevo estilo de vida que conlleva sacrificios pero también muchos dones y alegrías.
Si nuestros adolescentes no tienen experiencia de Reino antes de confirmarse, sólo confirmarán sus catequesis teóricas, sus convivencias y buen rollo entre los suyos y las oraciones que los catequistas les han adaptado y que ellos han vivido con pasión pero que no dejan de ser una burbuja de bienestar espiritual. Todo esto no está mal, pero no habrán confirmado la entrega al otro, el dejar su tiempo de fin de semana para trabajar por el mundo, el perdonar de corazón cuando tengan conflictos familiares o sociales…
Jesús, con mucho amor pero también con determinación, avisa en este discurso a los que le seguían de manera teórica y física pero no habían calculado lo sacrificado del seguimiento real.  Y a quiénes, calculando los riesgos, decidieron seguirle les ofreció experiencias que nunca olvidarían, un estilo de vida que jamás habían experimentado, ya que era mucho más lo que recibían que lo que dejaban atrás.
Quizás esta es una tarea que tiene pendiente la Iglesia hoy, el animar un poco más a los que han decidido seguir a Jesús y llevan años haciéndolo,  y seguir ofreciendo lo que Él ofrecía a los que estaban a su lado (quizás la iglesia se ha centrado más en condenar las actitudes de los suyos, olvidando el amor fraterno). Me siento Iglesia, sabiendo que aún no he renunciado del todo a las cosas que nos atan a este mundo, siento que Jesús me acompaña y me cuida y por eso mi camino se hace más fácil. No os desaniméis los que, llevando años, no veis del todo el horizonte en nuestra Iglesia humana, porque el camino es largo y sacrificado pero nuestra recompensa es Cristo, que mima cada uno de nuestros pasos aunque no nos demos cuenta.