sábado, 28 de marzo de 2015

Entrando en Jerusalén (Lc 19, 28-40)


El entusiasmo y admiración que despertaba Jesús, sus palabras y signos, se muestra de una manera triunfal en la explosión de euforia y reconocimiento que tradicionalmente hemos llamado como “entrada triunfal de Jesús en Jerusalén” o “Domingo de Ramos”.

El caso es que no eran raros, sino bastante habituales, tanto los episodios de euforia como de condena colectiva. La turba, la masa, el arrastre impersonalizado que a veces deshumaniza.

Muchos de los que arrancaron ramas para recibirlo en la ciudad como un rey y extendieron sus mantos, días después se esconden, le niegan e incluso llegan a aceptar su condena.

¿Miedos, intereses, deslealtades que van intrínsecas a lo humano? Sea lo que sea, el caso es que los humanos hemos actuado y actuamos muchas veces de manera impredecible. Nos metemos en la masa con facilidad cuando no nos conviene que se note lo que realmente pensamos, cuando creemos que nuestras propias decisiones pueden afectarnos sin saber el resultado de las mismas, aunque sean nuestras.  Preferimos perder nuestra personalidad, no ser nosotros, para convertirnos en algo extraño; Y con esa conversión-ocultación maligna van, a veces, traiciones y condenas a los demás  e incluso a nosotros mismos.

Los cristianos en ocasiones nos diluimos en la masa de una sociedad que no es referente, que no lucha por la justicia; En ocasiones preferimos negarnos antes que ser señalados como distintos.

El seguimiento de Cristo ha de ser incondicional. Los cristianos tenemos que tener claro que seguimos a un Jesús que, a veces, va en montura y es alabado, pero que en otras va descalzo y con una cruz a cuestas. Tenemos que asumir que, como a Cristo, puede pasarnos que en la misma ciudad y con la misma gente, podemos ser unas veces reconocidos pero muchas otras negados y rechazados, por ser quiénes somos y cómo somos, por haber elegido el reino como proyecto de vida.

Que me perdonen los simplemente apasionados de nuestra semana santa en su faceta más “popular”, pero creo que a un cristiano se nos tiene que reconocer siempre, todo el año, en cualquier ocasión y con cualquier persona que tengamos al lado (sobre todo con esos que llamamos ateos o incluso con los amigos de las nuevas coletas reivindicativas; quizás sean los que más nos tienen que escuchar). “Si sólo amáis a vuestros amigos… ¿qué mérito tenéis?” (Lc 6, 32).

Reducir nuestra vivencia de la fe a un tiempo litúrgico sólo porque seamos más afines a la forma, a la celebración de la liturgia, nos reduce, reduce nuestra fe,  a un rito. Sería como reconocer el evangelio en fascículos, un nuevo tipo de sincretismo cristiano que nos  aleja del proyecto global del reino.

Que nuestras ramas de olivo, esas que levantamos con gozo, sean aceptadas también por nosotros mismos cuando se convierten en ceniza para recordarnos lo que somos, polvo, seres perecederos que ansían  esperanzados la resurrección.

viernes, 20 de marzo de 2015

Ha llegado la hora...(Jn 12, 20-33)


Evidentemente, aunque sea algo sabido que Juan redactara su evangelio después de que pasaran los hechos y que la perspectiva e intenciones del evangelio, en cualquiera de ellos, van más allá de la mera  información o redacción; En este relato Juan también quiere mostrar que Jesús conocía su destino y, aunque con el miedo y sufrimientos humanos comprensibles, lo aceptó y lo encajó dentro de su misión y su persona.

Como he propuesto en reflexiones anteriores, no se puede entender del todo lo que quiere mostrarnos la Palabra si no la contextualizamos con lo anterior y posterior. Anteriormente a lo que nos cuenta Juan en este pasaje, Jesús veía como su persona y misión eran discutidas y confundidas. Unos le aceptaban, otros al menos daban el beneficio de la duda y otros directamente lo negaban. El caso es que los ánimos estaban ya caldeados, y Jesús se ve con poco tiempo para todo lo que la grandeza del reino exigía que transmitiera y enseñara.

“Señor, queremos ver a Jesús”. En medio de esta vorágine de dudas y confusiones (aceptaciones y rechazos) que provocaba Jesús; Unos gentiles (griegos probablemente) quieren conocer a Jesús. Jesús aprovecha la ocasión para anunciar su destino y exponer alguna de las condiciones que exige su seguimiento. Además lo hace de forma apremiante porque se está consumiendo el tiempo.

“Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere…”. Es necesario que cada uno “muera” a sí mismo, a sus egoísmos y sus cosas, para que se dé fruto. No se puede ser feliz si con los demás estamos mal. Cuanto más felices hacemos a los demás, más felices somos nosotros. ¿Cómo es posible que siendo desprendido para los demás, dándose del todo y siendo generoso, se pueda encerrar  tanto “egoísmo positivo” y ganar felicidad personal?

“El que quiera servirme que me siga”. El que sirve, está dónde está Dios; Esta es la mejor manera de seguir a Jesús. Servir es la mejor manera de ser cristiano.

Si hacemos de nuestra vida un servicio constante  a los demás, dice Jesús: “el Padre le premiará”.

viernes, 13 de marzo de 2015

Tanto ama Dios al mundo...(Jn 3, 14-21)


Entenderemos mejor este pasaje del evangelio de Juan si somos conscientes de la conversación que mantienen, justo antes de esto, Nicodemo y Jesús.

Jesús le asegura a Nicodemo que es necesario nacer de lo Alto, nacer de nuevo, renovarse, porque si esto no se hace no es posible ver el reino de Dios. Si no hay una profunda y verdadera conversión de corazón, si se sigue con los esquemas, creencias, prácticas y conceptos pasados, no es posible ni aceptar, ni descubrir, ni participar del reino. Y se lo dice precisamente a un principal de entre los fariseos. Evidentemente todos, incluidos los fariseos, veían los signos y palabras de Jesús y, en el fondo, lo admiraban aunque las formas no fueran las esperadas. Por eso Jesús les pide, antes de nada, conversión de corazón, que nazcan de nuevo. Es necesario un nuevo nacimiento espiritual para dejar nuestras ideas, y así hacer sitio en nosotros a Dios.

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente…así tiene que ser elevado el Hijo del hombre”. La serpiente en el mundo egipcio era símbolo de curación y antídoto contra la enfermedad. Moisés colocó una serpiente de bronce en un poste y la elevó, para que fuera mirada por aquellos que estaban envenenados y así ser curados. Así, el mismo Dios hecho Hombre, es también levantado en un madero para que todo aquel que quiera salvarse lo haga por la fe en el Hijo amado del Padre. Él es el antídoto para la salvación.

“El que cree en Él no será condenado, el que no cree ya se ha condenado”. El hombre, los hombres nos condenamos muchas veces  con nuestras actitudes, pero también con nuestras omisiones. Por eso, el que conociendo la Verdad y la Luz no se deja guiar por ellas, se está condenado a vivir en la mediocridad de guiarse y rodearse de cosas y personas que no llenan en plenitud, ni pueden ofrecer nada más allá de lo humano.

El que conociendo la Verdad reniega de ella sabe que su vida no será plena porque ya ha conocido la Verdad, porque estará escapando siempre sabiendo que puede estar mejor pero que, por comodidades menores o egoísmos completamente terrenos, está viviendo en la penumbra que crea  la Luz. Está viviendo a la sombra de la Verdad que ya conoce.

Conocemos a Jesús y el proyecto del reino, y si actuamos en contra de él estamos anteponiendo nuestros planes a Dios.

Dios no quiere el mal del mundo, no ha venido para condenar sino para dar Vida, para salvar. Por  eso Dios envía a su propio Hijo entre nosotros, entre TOD@S nosotros, en mitad del mundo. Para que por Él y solo por Él encontremos la salvación. La iglesia es un medio para la salvación, pero el único necesario e imprescindible es Jesús de Nazaret; Su Amor, reflejo del Padre,  es el camino necesario para vivir en la plenitud de la verdad.

jueves, 5 de marzo de 2015

Derribar las mesas de los corruptos (Jn 2, 13-25)


“Estaba próxima la Pascua de los judíos…”. La Pascua para los judíos era y es una de sus fiestas principales. Jerusalén triplicaba su población, ya que para un judío no sólo era un precepto sino un gozo el poder subir al monte santo en el que se hallaba el templo y ofrecer sus holocaustos en la morada de Dios, en el Sancta Sanctorum.

En este escenario Jesús, como buen judío, sube a Jerusalén para orar en el templo, pero cuando llega, nos dice el evangelio de Juan, se encuentra una estampa digna de uno de nuestros mayores centros comerciales. Jesús no puede soportar el ver cómo, al pasar la puerta que separa la ciudad del recinto del templo, cambia completamente de mundo; Jesús se encuentra una algarabía de gentes y mercancías  pregonadas y ofertadas al mejor postor.

El templo que lo era todo para los judíos pero que vivía, en muchas ocasiones, a costa de los mismos. En el mismo templo se compraba la oveja que luego se iba a sacrificar.  Pero esa ofrenda obligatoria para la “salvación”, no era una ofrenda del todo ni libre ni justa ya que los “grandes” podían ofrecer los mejores frutos y terneros cebados, y los pobres simplemente un par de tórtolas. Jesús sabía que algunas ofrendas no eran sino ofrendas de temor a Dios, un temor inculcado por sus mismos sacerdotes. Porque los sacerdotes eran los que aceptaban que los vendedores estuvieran en el recinto sagrado vendiendo lo que luego ellos iban a consumir ¿Quizás de lo vendido exigirían comisión? Jesús sabía de la corrupción de algunos sacerdotes y fue eso lo que no pudo soportar, ya que aquel escenario era debido a la permisividad e intereses de aquellos que más ejemplo debían dar y que, de alguna manera, comerciaban con la fe del pueblo de Dios.

Desde mi pequeñez y desde el conocimiento y estudio de la historia de nuestra comunidad eclesial, le doy gracias a Dios porque, si bien en épocas pasadas nuestra Iglesia se asemejaba más a este pasaje evangélico en el que algunos miembros del sanedrín eran más banqueros que ejemplo para el pueblo, creo que hoy la Iglesia ha iniciado una profunda revisión y cambio con el que pretende acercarse, cada vez más, al Jesús indignado con tanta hipocresía. Pero  también le pido a Dios que nos de la fuerza necesaria para que las cuestiones más banales de nuestro mundo no conviertan a nuestra comunidad en una mercancía más. Porque no es ningún secreto que nuestra sociedad y nuestra política, quiero creer que no es así en nuestras comunidades, está llena de corruptos que se lucran con el dinero de la gente sencilla que ignora y confía.

“Y haciendo de cuerdas un látigo…”. Parece que nos atrae más un Jesús con el látigo del que habla Juan, de hecho es el único evangelista que habla del látigo en este relato, que quizás un Jesús más tranquilo o diplomático. Sin embargo Jesús va más allá del látigo (algo que sinceramente hoy y siempre me ha costado entender y que creo que puede tener poca base histórica). Quizás el látigo fue más moral, más de reproche y rabia hacia los sumos sacerdotes que hacia los vendedores.

Parece que dotando a Jesús de sentimientos y reacciones tan humanas como la rabia o la ira, nos sentimos mejor, o lo hacemos más cercano o entendible. No es que quiera yo quitarle humanidad a la figura de Cristo, “verdadero Hombre y verdadero Dios”, pero creo que el punto intermedio no está tanto en el látigo, como en lo que significa este. De todas formas reacciones parecidas son ya anunciadas por los grandes profetas (Jeremías, Zacarías…) “El celo por tu casa me devorará” (Salmo 69).

“Derribó el dinero de los cambistas y derribó las mesas”. En el templo también había cambistas de monedas. Hoy también nos cambian nuestro dinero, trabajado y sudado durante toda una vida, por las famosas preferentes que se pierden, o por hipotecas eternas que heredarán nuestros hijos; Cuando el derecho a un hogar es algo tan justo y necesario como el alimento. No quisiera meterme en política porque ni es la intención de este comentario ni del mismo blog, pero no puedo evitar identificar a gran parte del sistema bancario y político con una “cueva de ladrones”.

 “Mi casa es casa de oración” (Afirma Mateo en su evangelio). Jesús rompe con la inflexible y cerrada tradición de su pueblo que “encerraba” a Dios, no sólo en un templo, sino también en un arca. Jesús nos propone sentir y descubrir a Dios en cualquier parte, en nosotros mismos. Nosotros somos la mejor arca donde habita Dios. Ese es el santuario en el que Dios está, en ti, en cada uno de nosotros.

“Pero Jesús no se confiaba con ellos…porque él sabe lo que hay dentro del hombre”. Nadie mejor que el Dios-Hombre, Jesús de Nazaret, sabe lo que como humanos nos pierde y nos hace débiles; Nadie mejor que Él sabe de las debilidades y traiciones humanas. Jesús ha visto como, mientras de sus manos salían signos visibles, era venerado por los que le seguían, pero desde el principio era consciente del miedo, debilidad y traiciones humanas. En el momento más delicado le dejarían sólo y eso es algo que tenía asumido.

¿En qué queda lo humano cuando abandonamos a los que nos necesitan? Hay miles de manos clamando justicia en nuestro mundo por unas causas u otras, pero nosotros y nuestras limitaciones hacen que esas injusticias sean dobles. En nuestras manos está el que no repitamos la historia una y otras vez, y que quién ponga su confianza en nosotros no sea defraudado.