sábado, 31 de octubre de 2015

¡Felices vosotros...! (Mt 5, 1-12)




Jesús no huye de la gente (gentío como dice el evangelio recalcando que eran muchos y bulliciosos); Todo lo contrario, era el momento idóneo para mostrarles su proyecto, el proyecto del Reino de Dios. Las llamadas bienaventuranzas, son todo un programa de la instauración del reino. Muestran las “preferencias “ de Dios por los pobres de espíritu, los que sufren, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que practican misericordia, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los que son perseguidos por la justicia; Y las consecuencias que tendrá el trabajar por el reino de  esta manera.
Todo un programa de camino a la santidad, un camino de encuentro con Dios (de hecho, santo significa bienaventurado). El día que la iglesia celebra la memoria de los santos, la liturgia nos regala un texto que nos invita a la santidad de vida, un recordatorio de cuál es nuestra misión en este mundo y cuál ha de ser nuestra actitud. Este programa de vida y actitudes nos harán dichosos, nos harán alcanzar la felicidad que otras cosas, de este mundo, no nos proporcionan.
El día de “Todos los santos” es buena ocasión para recordarnos  que todo no acaba aquí, que es posible un mundo que muestre señales de Dios, personas de Dios… Me resisto a vivir en un mundo sin Dios. Me resisto a pensar que el humano lo puede todo,  que estamos en completa soledad y que todo terminará con la muerte.
Hoy, a nuestros niños y niñas se le inculca en escuelas, comercios e incluso en muchas familias cristianas un carnaval de la muerte que nada tiene que ver con la esperanza en la resurrección y el estilo de vida que conlleva dicha esperanza y que nos enseña Jesús de Nazaret. Con el llamado Halloween, estamos alejando a nuestros chicos del mensaje de Jesús.
Os invito a que transmitamos y vivamos el programa de las bienaventuranzas en nuestra vida, para así poder comenzar una verdadera transformación del mundo; Porque nuestro mundo está sediento de buenas nuevas, sediento de Bienaventuranzas y bienaventurados.

jueves, 22 de octubre de 2015

¡Maestro que pueda ver! (Mc 10, 46-52)

“Al salir Jesús de Jericó…”. Jesús ya está cerca de la ciudad de Jerusalén; Le sigue mucha gente. En Jericó Jesús va “despidiéndose” de muchos pueblos y gentes porque sabe que no volverá después de pisar Jerusalén, el mensaje de su enseñanza es claro y sus signos firmes y determinantes.
“El ciego Bartimeo… al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar”. En el relato se nos dan datos precisos de este ciego, Bartimeo hijo de Timeo; Esto quiere decir que tanto el padre como el hijo eran conocidos y, seguramente, pertenecían a la primera comunidad cristiana (por tanto el seguimiento de Bartimeo, que vemos al final del relato, fue consecuente hasta el final).
Está claro que este ciego demostró valentía y una fe clara en Jesús. Un enfermo en tiempos de Jesús sufría aislamiento, discriminación y cargaba con el pesado lastre de ser acusado de pecador, porque la enfermedad se consideraba un castigo de Dios. Si a esto le unimos que Bartimeo sufría ceguera, su dependencia de los demás era aún mayor.
“Hijo de David, ten compasión de mi”. Este grito no fue un grito cualquiera, era una llamada desesperada pero esperanzada hacia alguien a quién ya reconocía como Mesías. Es toda una profesión de fe gritada a los cuatro vientos. Seguramente la inmensa mayoría de la gente que seguía a Jesús por el camino tenía sus dudas y reparos respecto a Él, aunque lo estuvieran viendo con sus propios ojos. Sin embargo, es un ciego e impedido el que da el gran y valiente paso de reconocer en Jesús al esperado.
Jesús no pasa de largo, oye entre la multitud las voces que le llaman con fe. Jesús se compadece y no deja escapar ese ejemplo de fe sin condiciones. Hemos visto como en domingos anteriores la Palabra, el evangelista Marcos, nos presentaba a personajes y situaciones (el joven rico o los discípulos Santiago y Juan y su atrevida petición); Ejemplos claros de rechazo de las propuestas de Jesús, y de búsqueda interesada. Sin embargo, Bartimeo representa todo lo contrario; un reconocer en Jesús alguien más allá de lo simplemente visible y la búsqueda de su compasión y aceptación, para posteriormente seguirle con alegría y fidelidad.
“Muchos le regañaron para que callara…”; “Ánimo levántate que te llama”. ¡Qué difíciles y contradictorios somos los humanos muchas veces! ¿Verdad? Por un lado le mandan callar y le regañan por el escándalo y lo que proclamaban sus palabras, pero, de inmediato, cambian de posición y le animan a que se levante y se acerque a Jesús porque este lo llama.
A veces somos oportunistas, tenemos poca personalidad y no sabemos discernir por nosotros mismos lo importante de las situaciones, o simplemente no nos atrevemos por “el qué dirán”. Somos cambiantes y eso hace que, por un lado cometamos injusticias, y por otro, no estemos en el momento preciso en que nos necesitan.
Hemos de aprender a ser valientes y posicionarnos ante la verdad, a defender y valorar lo que creemos que está bien o no, delante de amigos, familia, detractores…
“¿Qué quieres que haga por ti? Maestro que pueda ver; Anda tu fe te ha curado… y lo siguió por el camino”. A veces no se trata de ceguera física; Como bien dice el refrán: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” y es que nos empeñamos en no ver lo que muchas veces tenemos delante de los ojos. Rechazamos a Dios, no lo llamamos ni le buscamos, aún sabiendo que pasa a nuestro lado.
El ciego quiere ver lo que ya cree, lo que ha creído porque otros se lo han contado. Ahora quiere ver porque además quiere seguirle físicamente, ser uno de los suyos. Jesús acepta este seguimiento, valora su autenticidad y fidelidad; Y Bartimeo, que al recobrar la vista no ha quedado decepcionado al ver a Jesús, le sigue con gozo, proclamando con sus hechos, con su seguir a Jesús, lo que antes, estando impedido, había gritado al borde del camino.

jueves, 15 de octubre de 2015

Ser el primero sirviendo (Mc 10, 35-45)

La actualidad del evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestras actitudes más cotidianas, a veces erróneas pero, al fin y al cabo, humanas.
“Se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo”. Santiago y Juan aprovechan su posición dentro del grupo de los doce. Su padre “el Zebedeo” gozaba de la amistad de Jesús, y ellos pensaban que esa amistad les ayudaría, les daría ventaja.
El tema de las influencias, los “enchufes”… Estamos acostumbrados a ver cómo el tema de los favoritismos ha hecho que algunas personas ocupen puestos importantes, consigan trabajos… mientras otras, que quizás tengan más méritos y cualidades, se ven apartados por no tener a nadie que abogue por ellos.
Jesús es justo, está solícito cuando se le pide ayuda: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”, pero eso es una cosa, y otra bien distinta es que construya para unos, acosta de ser injusto con otros; “No sabéis lo que pedís”.
“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Jesús les pide que pisen tierra firme, que no estén tan pendientes de un puesto predominante en el cielo cuando hay mucho que hacer aún en la tierra. Les hace ver que el proyecto del reino de Dios comienza aquí, y eso es lo que labrará un futuro delante de la presencia de Dios. Jesús está dando ejemplo, enseñado aquí, por tanto la decisión de lo que pasará en el cielo no le toca a Él.
“Los otros diez al oír aquello, se indignaron…”. La manera en la que se acercan a Jesús los dos hermanos, solos, con secretismo para que nadie supiera lo que tramaban o pedían, enfada a los otros.
Es molesto saber que en nuestros trabajos, grupos de amigos, en nuestra vida… hay gente que quiere conseguir todo por la vía rápida, con el menor esfuerzo posible y a espaldas de los demás.
“Vosotros nada de eso”. Pero Jesús nos invita a tener otra actitud. A ir siempre con la verdad por delante, a dar la cara, a esforzarnos por nuestro trabajo aquí, y a la vez a confiar en Dios. Cuando nos damos sin condiciones, sin medida, a los demás; Cuando trabajamos con dignidad, justicia y responsabilidad, estamos trabajando por el reino que comienza aquí. Urge en la iglesia una nueva forma de entender la autoridad, no como poder ilimitado sino más bien como servicio. Ser el último, no anteponernos a los demás y estar al servicio de todos es el camino.
Los discípulos, después de la lección de Jesús, entendieron lo que debían hacer y cómo lo debían hacer. La iglesia (jerarquía, religiosos y laicos) debe estar en continua revisión del ejercicio de la autoridad que tiene.

jueves, 8 de octubre de 2015

"Sólo una cosa te falta..." (Mc 10, 17-30)

El ser humano, en los más hondo de su ser, sabe ciertamente lo que está bien y lo que no. Lo que puede hacer para cambiar las cosas y lo que propicia que todo siga igual.
Jesús era claro, directo y miraba a los ojos (a las circunstancias de cada persona), algo que le capacitaba para aconsejar y acompañar a cada uno en su individualidad. Por eso, al igual que el personaje del relato, muchos se acercaban a Jesús pidiéndole consejos.
“Maestro bueno ¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. El hombre siempre aspira a más, es inconformista por naturaleza. No le basta con los bienes materiales, más bien tenemos la experiencia de que no nos llenan, no son suficientes para alcanzar la ansiada y completa felicidad.
Este hombre, como muchos de nosotros, sentimos que en nuestro día a día algo nos falta. En el fondo sabemos lo que es, o hacia dónde dirigirnos para acercarnos a ello, pero tenemos miedo de perder (sobre todo cosas materiales) y por eso vivimos en una continua insatisfacción, en un círculo vicioso que nos lleva a lamentarnos de nuestra situación, pero a la vez estamos instalados en el inmovilismo.
Es por eso que también necesitamos el consejo de otros, necesitamos comentarlo con otros, que nuestra situación se vea desde otra perspectiva, quizás para que otra voz (que no sea sólo la de nuestra conciencia) nos diga lo que deberíamos hacer. Por eso, también el rico del relato se acerca a Jesús.
“Todo eso lo he cumplido desde pequeño…”. En un principio nos contentamos con cumplir lo que los preceptos humanos consideran un mínimo, pero una vez que cumplimos esto, sin demasiado esfuerzo, sale la verdad, la búsqueda incansable de la misma (como le ha pasado a muchos santos en la historia, como San Agustín) y no nos vemos ni conformes ni satisfechos.
“Una cosa te falta…ven y sígueme”. Sólo una cosa nos puede llenar. Jesús nos propone un cambio de vida desde el interior. Normalmente hacemos las cosas al revés, cambiamos nuestras circunstancias externas esperando que nos cambie por dentro, pero Jesús sabe bien de la inquietud y necesidad humana y nos propone algo que, en un principio, conlleva sacrificios y renuncias; Pero todo será ganancia si nos despegamos de lo que nos encadena a las cosas más superfluas de este mundo.
Y así estamos, en esta lucha continua, en este equilibrio difícil de conseguir pero que es la clave de la felicidad. La llave que nos lleva al encuentro cara a cara con Jesús en el camino de la vida. En nuestro mundo, gozar a la vez de igualdad y libertad es imposible, porque la lucha por la igualdad nos lleva a controlar a los otros (dictaduras en muchos casos) y la lucha por la libertad, al dominio de los que más pueden o tienen sobre los más vulnerables. Pero hay una forma de conjugar ambas, y sabemos cuál es; El evangelio de Jesús. Este evangelio, como bien dice J. M Castillo, no ha de reducirse a una religión sino que ha de ser un proyecto de vida válido para todos.  Así lo propuso y lo vivió Él.
Él propone, nosotros decidimos si lo acompañamos o, de momento, nos quedamos cabizbajos en el camino.

sábado, 3 de octubre de 2015

Una sola carne (Mc 10, 2-16)

Lo que se plantea en este texto realmente no es el tema del matrimonio y el divorcio como tal, sino más bien la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer en la sociedad-religión judía. 
“¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. No hemos de perder de vista quién es quienes le plantean el tema a Jesús y con qué intenciones. Son los fariseos, los mimos que muchas otras veces habían acudido a Él con intenciones de pillarle en renuncios en relación a ley y las normas, en torno a la pureza y el templo…
Los judíos fariseos consideraban los derechos de los hombres casi ilimitados, como defendían algunas escuelas rabínicas, y ellos querían saber si Jesús estaba de acuerdo con ello (Este texto no puede entenderse del todo si no se lee Dt 24, 1-4). La defensa de la dignidad de la mujer que abanderaba Jesús era, por todos, conocida y esa actitud chirriaba en los sectores judíos más radicales.
“Serán los dos una sola carne”. Jesús, como muchas otras veces, ve en los fariseos intenciones maliciosas y poco inocentes, y les deja claro que el hombre y la mujer han de tener los mismos derechos. Al unirse en matrimonio el hombre y la mujer ya no son dos, sino una sola carne y por lo tanto gozan de los mismos derechos y las mismas obligaciones.
El tema del divorcio en la sociedad judía no se entendía como lo entendemos en la actualidad en nuestra sociedad occidental. Evidentemente la situación de la mujer a todos los niveles tampoco era la misma, por tanto las obligaciones y derechos de que podía disfrutar tampoco lo eran.
Dios nos ha hecho distintos, no solo al hombre y la mujer, sino a todos los seres humanos; Y que como bien dice J. M. Castillo, entre el hombre y la mujer: “La diferencia es un hecho, pero la igualdad es un derecho”.