sábado, 26 de septiembre de 2015

¿Quiénes son los nuestros? (Mc 9, 38-43.45.47-48)

La Palabra está siempre de asombrosa actualidad, pero este pasaje quizás con más claridad que otros. Nuestro mundo se encuentra en una situación que necesita apertura, solidaridad y respeto a la diversidad. Hoy más que nunca es necesaria la actitud de valorar más lo que une que lo que separa, de no reducirse a “nuestros grupos” o sólo a nuestra gente. Nuestra solidaridad ha de estar más allá de las razas, los pueblos y los credos. Parece como si el mismo Jesús nos estuviera invitando estos días a leer constantemente esta Palabra: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
A veces los cristianos hemos estado, estamos, tentados de condenar todo aquello que no es de nuestra línea, no damos cabida a la diversidad aunque de ella se desprendan buenas obras y bien al prójimo. A Jesús no le interesa que el grupo de sus seguidores tenga más o menos número, sino que todos (tanto los que le siguen como los que no) entiendan que es posible un mundo mejor; Que hay una buena noticia que puede y debe llegar a todos, y los medios y las personas para alcanzarlo pueden ser muchos.
“No se lo impidáis…”. Por eso reprende la actitud de sus discípulos cuando le comentan que han prohibido a alguien, que no era del grupo, hacer el bien; Porque la buena noticia ha de estar por encima de un grupo u otro, porque el que actúa haciendo el bien tiene todo su respeto.
Nadie debe creer que tiene la exclusiva de la solidaridad y la ayuda al prójimo. No nos tiene que molestar que otros ayuden, aunque no sea a nuestro estilo. Los cristianos tampoco tenemos la exclusiva de la salvación. Si por afán de dominar exclusivamente el cómo se ha de hacer las cosas, escandalizamos, asustamos e incluso amenazamos a gente humilde, haciéndoles creer que si no son de los nuestros no encontrarán nunca a Dios plenamente, más vale que cortemos nuestra lengua (nuestros miembros) antes de seguir hablando y actuando de esa manera. Jesús es claro a este respecto, la misericordia el bien y la solidaridad están por encima de las confesiones o pertenencias a grupos cerrados, que por sentirse exclusivos pueden convertirse en sectarios.
El Espíritu de Dios no puede enjaularse en ninguna estructura humana por mucho que nos empeñemos, porque el Espíritu es eterno, está mucho antes que nada y permanecerá, sobrevivirá a todo hombre y mujer, estructura, pensamiento-ideología… y cuando todo eso haya pasado, El Espíritu de Dios seguirá iluminando las buenas obras de otros hombres y mujeres que no habrán conocido nuestras estructuras.
Los cristianos hoy tenemos una llamada a la apertura solidaria, al respeto de otras culturas, razas y credos predicando con nuestros actos, con nuestra mirada; Llevando a Jesucristo en nuestras manos y buen hacer,  y no sólo en nuestras doctrinas dogmáticas.

sábado, 19 de septiembre de 2015

¿De qué discutís por el camino? (Mc 9, 30-37)

Meditando este pasaje del evangelio de Marcos uno vuelve a la realidad del verdadero seguidor de Cristo. No hay vuelta de hoja, ni trampas, ni interpretaciones más allá de la literalidad; No hay escapatoria a la comodidad, ni tampoco acomodaciones al tiempo. El mensaje es muy claro y para la iglesia está cargado de un tono que la interpela y le urge a un cambio radical (quizás en tiempos pasados más que ahora, aunque eso no quiere decir que no esté muy vigente hoy).
“El Hijo del Hombre va a ser entregado…”. Jesús le va enseñando a sus discípulos, y en esa enseñanza hay un punto dramático de realismo, de algo que será más o menos inminente en su persona, su propio padecimiento su propia muerte por los suyos, pero también un mensaje nuevo, algo que no esperan y parece que no entienden, la resurrección final.
Hay miedo a preguntar porque quizás puede que intuyan la respuesta y no quieran ver la realidad; Prefieren quedarse con lo bueno de todo lo vivido y la popularidad que en esos momentos tenía Jesús y de la que ellos también gozaban. Por eso están más preocupados en discutir quién heredará un puesto importante en el grupo o quién estará por debajo y a las órdenes de los otros. Seguramente Jesús les iba oyendo, y cuanto más se empeñaban en discutir sobre la importancia de unos sobre otros, Jesús más se esforzaba por explicarles que esa no es la autoridad que el busca, ni la posición, y que la vida que le esperaba a Él y a todo el que lo siguiera sería más bien un camino difícil.
“¿De qué discutíais por el camino?”. Los discípulos no quieren decirle a Jesús de lo que discutían por el camino porque, en el fondo, sabían que eso no estaba bien, que Jesús no lo iba a aplaudir y les reprendería.
Es curioso ver como, sobre todo en algunos momentos de la historia de la iglesia, algunos-muchos cristianos hemos hecho oídos sordos, no hemos sabido leer, no hemos visto al Jesús que brilla en este y otros muchos relatos. Es absolutamente escandaloso el estilo de vida, las preocupaciones y actitudes que ha tenido la iglesia para con el mundo y en el interior de ella misma. Es tan clara la Palabra en relatos como este, que es imposible que se nos haya pasado desapercibida.
“Quien quiera ser el primero…”. Afortunadamente llevamos unos años que, gracias a muchos cristianos que se dejan empapar por el “Jesús de las sandalias” (como me gusta llamarle a mí), y sin que sus criterios sean más poderosos que la autoridad de la misma Palabra, han sabido transmitir con sus obras que estábamos en el camino equivocado, que incluso éramos, somos a veces, un anti testimonio, para el mundo.
“El que acoge a un niño como este en mi nombre…”. El mensaje está claro. La verdadera novedad de Jesús es que sólo quién entiende que Dios está con todos, sobre todo con los más débiles, se puede acercar a Dios con plenitud.
El mundo necesita caridad-amor, vivimos en un mundo que demanda la presencia de Jesucristo constantemente, y si en verdad la iglesia es el Cuerpo de Cristo, debemos estar en dónde sabemos que estaría Él.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Y tú ¿Quién dices que soy Yo? (Mc 8, 27-35)

Jesús nunca vivió del qué dirán; no porque no le importara la opinión que de sí tuvieran los demás, sino porque la certeza de su misión superaba cualquier juicio de valor humano. Sin embargo pregunta: ¿Quién dice la gente que soy? Seguramente Jesús imaginaba la respuesta. Respuesta confusa, variada, incluso descabellada; Había para todas las opiniones. No existía una opinión unánime sobre su persona; las respuestas “bailaban” desde los grandes profetas pertenecientes a la Antigua Alianza, Jeremías, hasta lo más novedoso de la época, Juan Bautista, pero en ese largo intervalo de siglos de historia cabían muchas personalidades y acontecimientos.
La pregunta inicial iba encaminada, no a buscar la respuesta sobre lo que la gente pensaba de Él, sino más bien, a si los suyos sabían con quién estaban y porqué: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Me atrevería a decir que ni el mismo Jesús se esperaba la segura, rápida y enérgica respuesta de Pedro. Precisamente el que mostraba más inseguridades y le planteaba más idas y venidas entorno al seguimiento, fue el que lo reconoció como “El Mesías”.
Reconocer en Jesús al Mesías esperado durante siglos no es fruto de una imposición colectiva, no es algo fácil por los antecedentes y presentes que vivían los judíos en torno a la figura del esperado. Pedro profesa un acto de fe libre y personal. Dentro de la comunidad de los discípulos cada uno lleva su propio proceso, y él se declara abiertamente seguidor confeso del Mesías, Jesús de Nazaret.
Si el evangelio no supone una interpelación personal constante y actual, no podríamos llamarlo evangelio. Y tú ¿Quién dices que es Jesús? El credo que profesamos como comunidad cristiana no serían más que palabras elaboradas durante siglos por la Iglesia, y que repetimos en comunidad, pero en realidad algo poco encarnado, impersonalizado, volátil, débil… si no ha sido antes un acto de fe personal, un reconocer a Cristo como el esperado en tu vida, sabiendo que eso traerá consecuencias en la misma y la transformará.
“El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”.
También corremos el riesgo de repetir sin más unas palabras elaboradas por la tradición y dulcificadas, sin entender verdaderamente lo que significa seguir a Jesús encarnado.
Pedro reconoció a Jesús como Mesías porque estaba con Él y veía a diario sus obras, escuchaba sus palabras y seguramente quedaba admirado de la cantidad de gente que seguía a su Maestro. Pero, en ese momento, se quedó ahí sin ver más allá, sin prever que ese compromiso le llevaría a Jesús a padecer sufrimiento y dolor por su coherencia vital. Por eso Jesús le/les interpela, porque ve que no asumen lo amargo del camino y posiblemente se quedan en lo dulce; Jesús quería hacerles reflexionar si estarían dispuestos a padecer por su fe en el reino.
Hay gente que piensa que los creyentes vivimos más felices y serenos que el resto de los mortales; Que el hecho de la esperanza de la fe evita sufrimiento e incertidumbres, sobre todo en lo que habrá más allá de la muerte. Y dentro de la comunidad también existen hermanos que creen sin ir más allá, quedándose en las formas y las liturgias, pero sin encarnar su fe y asumir sus cruces.
Los cristianos hemos de tener en el horizonte la resurrección, pero eso no nos evita que el trabajo por el reino a veces sea difícil y entrañe dolor y desesperanza. Todo esto no es malo, es simplemente humano, pero si es cierto que la fe hace (o debería hacer) que las cruces se asuman de otra manera y que no tengamos la sensación de recorrer este camino en soledad.

viernes, 4 de septiembre de 2015

"Effatá". Abríos a los demás (Mc 7, 31-37)

Jesús es un milagro; Jesús es El Milagro. Lo que la humanidad estaba esperando. No necesita de demasiadas presentaciones porque sus obras, signos y prodigios, le acompañan y hablan de Él.
A veces, desde la teología más dogmática, nos hemos empeñado en demostrar históricamente ciertos milagros que la tradición y la Escritura le han atribuido a Jesús, casi perdiendo de vista que el verdadero milagro es Él, su forma de hacer las cosas, el estilo de vida que propone, y no tanto lo sobrenatural.
“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón…”. Lo que sí es evidente es que Jesús estaba en constante contacto con la gente, en permanente e intima común-unión con su pueblo, con el mundo. Que sabía de los sufrimientos, dificultades y necesidades de aquellos que le seguían.
“Apartándolo de la gente le metió los dedos en los oídos y…le tocó la lengua”. Le presentaron a un sordomudo para que le impusiera las manos, para que le tocara con sus manos. Seguramente era una persona que no tenía ni voz ni voto; Una persona que no podía o no quería comunicarse con los demás. Jesús actúa de manera personal. Se lo lleva aparte de la gente porque requiere cuidados y atención individual, necesita un acompañamiento, un proceso muy personal. Para Jesús la gente no era ganado, cada persona tiene su dignidad y es única.
Es necesario que Jesús le toque. Cuando Jesús le toca brota el oído, el habla, el tacto, la vista, brota la vida… Cuando por esta vida uno va perdido, sin rumbo fijo; Cuando no se tienen ganas de contacto con nadie, no hay ganas de comunicar nada, no se tiene interés (el sordomudo no busca directamente a Jesús porque seguramente no lo conoce, pero se lo presentan) pero se descubre la propuesta de Jesús y te toca de verdad, se pierde el miedo y se suelta la lengua, cambia tu vida.
En nuestra sociedad, la sociedad de la comunicación más avanzada, de lo inmediato; En una sociedad donde se supone que debemos ser expertos en comunicación personal, estamos sufriendo una especie de contradicción continua. Parece que cuantos más medios tenemos, realmente menos comunicados estamos. Estamos acostumbrados a ver cómo, en pequeñas reuniones de amigos o incluso en pareja, estando al lado de los otros ni siquiera nos miramos a la cara, no surge una conversación fluida porque lo que nos acompaña constantemente son nuestros dispositivos móviles y, teniendo a personas reales al lado, nos comunicamos con gente que está lejos o nos entretenemos con nuestras apps. Sabemos cosas, muchas cosas, de los demás pero muy superficiales; Vemos miles de fotos de las vidas “felices” que se cuelgan en las redes sociales, pero no sabemos de las vidas de las personas, de los problemas, anhelos, alegrías y dificultades reales de los que tenemos al lado.
Jesús nos enseña a que el trato personal, la dedicación a los otros, es lo que nos humaniza. Nos enseña a tocar, acompañar, hacer ver que estamos cerca del que lo necesita.
“Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Irremediablemente, esta afirmación nos recuerda al relato de la creación del Génesis, en dónde después de crear se afirma que: “Vio Dios que todo era bueno…”. Jesús todo lo ha hecho bien porque es la presencia de Dios en la tierra, porque Dios todo lo hace bien para con sus hijos. A nosotros sólo nos queda fiarnos de Él y querer que siga haciendo cosas buenas en nosotros.