sábado, 1 de agosto de 2015

"Danos siempre de ese pan" (Jn 6, 24-35)

La necesidad, las necesidades humanas, hace que en muchas ocasiones nos movamos por interés entre unos y otros. Ahora me conviene esta persona o esta situación, y ahora no me conviene y me alejo sin escrúpulos. Es muy fácil, por tanto, caer en el utilitarismo personal, el trato de la persona por el interés que crea la necesidad y el egoísmo.
“Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Jesús tampoco se escapó, actualmente tampoco, de la búsqueda de este trato. Se acercaron muchos porque veían saciadas, al punto, sus necesidades más básicas. Hoy también en la Iglesia, hay personas que “utilizan” a Dios, tratan a Dios como si fuese un mero gurú, un mago eficaz, un solucionador de problemas, que con su bavarita mágica arregla enfermedades, problemas familiares o sociales, hambrunas y todo tipo de problemas, mientras, quizás, nosotros esperamos con los brazos cruzados.  Sin embargo, el interés que debe movernos Jesús, Dios encarnado, es otro, es aquel que perdura dando vida eterna.
“Ellos le preguntaron: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”. No dudo de la buena voluntad de los  seres humanos que se acercan a Dios con los mejores deseos e intenciones, pero que por no saber cómo actuar o quizás por no saber quién es Dios, por no conocerle, inmediatamente se desvían y se acogen a un espejismo de dios como es el que satisface de inmediato las necesidades y problemas humanos. Es duro creer en un Dios que parece que está sordo, que no soluciona nuestros problemas, que ofrece soluciones a la larga cuando nuestras necesidades no son, ni siquiera, a medio plazo sino que necesitan solución inmediata. Es difícil creer en alguien que no es un maná inmediato; Pero lo que nos deja claro Jesús es que el maná ya nos ha venido, solo tenemos que creerlo y ponernos a repartirlo. El maná ya lo tenemos, es Él, y nos ha dado la solución, sólo hay que ponerse a trabajar el reino; Como bien dice un refrán “A Dios rogando y con el mazo dando”.
“Os aseguro que no fue Moisés quién os dio pan del cielo, sino que es mi Padre…”. No hemos de confundir a las personas que supieron escuchar, no sin esfuerzos, a Dios (Moisés, los santos, personas con autoridad dentro de la Iglesia) con el mismo Dios. Porque no son estas personas las que envían el maná, sino sólo intermediarias. Que nadie se crea en la autoridad del que reparte de lo suyo, porque todo lo que tiene viene de Dios. En la Iglesia ha habido, y aún hay, quien se cree poseedor de bienes absolutos, y más peligroso aún, en posesión y autoridad de la única verdad. Y hoy quizás es tan necesario como antes, recordar quién es el verdadero pan del cielo, el único que conoce y es la Verdad, el único que da o espera para dar (nunca quita)a quién aún no está preparado. Porque estamos sedientos de Verdad, como lo estaba San Agustín y muchos otros; “Señor, danos siempre de ese pan”, a lo que Él responde: “Yo soy el pan de vida”.
La eucaristía es el momento y el lugar del encuentro real, la mejor y mayor herencia que Jesús nos dejó. Una herencia que no hemos de desaprovechar ni mucho menos monopolizar o gestionar a nuestro antojo o según nuestros criterios. Nadie es quién para negar el acceso a Cristo vivo, ni siquiera sus vicarios en la tierra, y si lo hacen que sea siempre por misericordia y con el afán de quién sólo quiere ayudar, no por la mera negación. Porque la eucaristía es el banquete de la vida al que todos estamos invitados y nadie, absolutamente nadie, va tan limpio al banquete como para negar la entrada a otros.  En el momento en el que la eucaristía se convierta en una fiesta vip, una fiesta exclusiva, será otra cosa (me preocupa y evito ponerle nombre) pero no eucaristía.

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