sábado, 29 de agosto de 2015

Un culto vacío (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)

La cuestión de la limpieza, la pureza, la dignidad de unos hombres sobre otros… ¿quién es quién para juzgar tales cosas? Y sobre todo ¿con qué criterios o vara se puede medir eso?
Si bien es cierto que para convivir entre los hombres necesitamos normas, leyes, e incluso ritos  y unos requisitos mínimos que cumplir, siempre inventados por hombres para los hombres, parece ser que no lo es así para Dios, o al menos no las normas que creemos que nos sirven entre nosotros. Jesús deja claro que un rito vacío se puede convertir en ofensa, e incluso en injusticia, aunque creamos que va dirigido a Dios.
“¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”. Algunos hombres se aferran a las tradiciones por miedo a los cambios, se aferran a lo que se ha hecho siempre pensando que todo lo demás no está bien, y que así lo quiere Dios; Y en realidad es que sus miedos nos les dejan avanzar, sus miedos nos les dejan ver que con tradiciones trasnochadas pueden estar cometiendo injusticia o como mínimo actos estériles.
Hay una crítica que la gente que no se siente de la comunidad eclesial, aunque la mayoría estén bautizados, nos hacen a “los que vamos a misa” como dicen ellos, y que a mi cada vez me cansa más oírla aunque, como casi todo, puede que tenga algo de verdad (aunque no con el sentido con el que disparan dicha crítica). Esa crítica fácil, porque no se puede llamar de otra manera, se lanza con frases como esta: “Los que van a misa muchas veces son los peores” o “¿Es que por ir a misa se es más bueno?”, o ataques como “Los que os dais golpes de pecho sois luego los peores”. Evidentemente, cuando se entabla conversación con alguien que prejuzga de esa manera, si se puede hablar, hemos de hacer ver que no es así, pero hoy me gustaría, desde la corrección fraterna, analizar algo de estas críticas porque, como he dicho antes, se basan en algo. Creo que en el fondo de estas críticas pueden estar las palabras de Jesús de este evangelio: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
“Dejáis de un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Lo peligroso de todo esto, es que podemos estar confundiendo los deseos, anhelos, aspiraciones e incluso las ambiciones de los hombres con los que pensamos que tiene Dios. Y si, no vamos a echar balones fuera, en la Iglesia católica esto nos ha pasado a lo largo de la historia y debemos aprender y estar muy atentos a nuestros errores y pecados que a lo largo de siglos hemos cometido con hombres y mujeres.
En la Iglesia creemos firmemente que estamos guiados por el Espíritu Santo y que Él se manifiesta, una de las maneras de manifestarse pero no la única, a través del magisterio y la tradición. Pero eso no ha de ser excusa para que, dentro de nuestra comunidad, no estemos en permanente revisión a la luz de dicho Espíritu y siempre en oración, intentando dilucidar lo que Cristo quiere de nosotros para el mundo.
“Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro”. He conocido en generaciones anteriores a la mía como han sido educados bajo la sombra permanente del pensar que casi todo era pecado. Evidentemente esto marca ya toda la vida de esa persona si no se tiene la oportunidad de descubrir que el evangelio es tan maravilloso que parte de la libertad de los hijos de Dios y del amor a los hermanos; Y en otros, no pocos, esa educación ha provocado una contrarreacción que les ha llevado al otro extremo del que he hablado al principio.
Ver demonios donde no los hay, creer que todo lo que hay fuera y se sale de nuestros esquemas viene del maligno es un error, porque el maligno está allí donde se le deja estar y, a veces, está dentro de nosotros. Ser humilde para distinguir lo que es de Dios y lo que es de los hombres, nos ayudaría mucho en el interior de la comunidad y también hacia fuera, en la misión.

viernes, 21 de agosto de 2015

¿Vosotros también queréis marcharos? (Jn 6, 60-69)

Las palabras de Jesús sobre “el Pan de Vida”, refiriéndose a sí mismo: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, escandalizan de tal forma, no solo a la gente del pueblo y dirigentes sino también a alguno de sus discípulos, que dejan de seguirlo cargados de razón: “¿quién puede hacerle caso?”.
Jesús sabe que sus palabras no sólo interpelan, sino que requieren un cambio en la persona que mucha gente no está dispuesta o no puede aceptar. Ese cambio supondría renovar su fe de tal manera que muchas de las cosas que hasta la fecha habían venido creyendo como la más pura ortodoxia, deberían ser abandonadas para acogerse a la Verdad que viene directamente del mismo Dios; Algo que aquellos judíos no pueden tolerar, o al menos digerir, de la noche a la mañana. Pero Jesús no puede echarse atrás porque sabe que su tiempo es muy limitado y la grandeza de la Buena Noticia no puede frenarse; Si con esas palabras se escandalizan ¿qué no pensarán cuando les hable de su origen y su propia resurrección? Y estos, si son presupuestos indispensables para la fe en Jesús a los que cualquier discípulo que presuma llamarse así no puede renunciar.
“¿También vosotros queréis marcharos?”. Por supuesto, Jesús respeta la libertad personal y el proceso de cada individuo, asumiendo que no todos llevamos el mismo ritmo y no todos podemos creer en sus palabras. De hecho, Él mismo, se lo deja claro a los discípulos que le estaban escuchando: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
En este pasaje,  el evangelista Juan utiliza un lenguaje muy rotundo, directo y escandalizador para muchos, propio de una comunidad judeo-cristiana que tiene claro que, para seguir adelante, ha de romper con la tradición más aferrada y hermética, con la ortodoxia de la comunidad Jerosolimitana que aún le cuesta aceptar a Jesús como mesías y sólo puede verlo como profeta. Pero esta fe en Jesús como profeta-maestro, no es ni mucho menos suficiente para poder ser sus discípulos; Alguien tiene que dejar claro que, para aceptar lo nuevo y purificador, se ha de abandonar lo viejo.
Este planteamiento no es nada antiguo, todo lo contrario, está más vigente que nunca hoy también en nuestra Iglesia. En varias ocasiones he leído de expertos vaticanistas que, en realidad, aunque ya se hayan cumplido más de cincuenta años de la celebración del Vaticano II, nos queda mucho por andar para alcanzar todas  sus propuestas. Parece mentira que en una sociedad tan frenética para muchas cosas, y con la mente tan abierta para otras, aún nos de miedo romper con muchas ideas y costumbres que, además de quedarse viejas y sin sentido, hacen daño. Me duele leer críticas feroces al papa Francisco; Se puede o no estar de acuerdo con algunos de sus pensamientos y opinar sobre ellos, faltaría más, pero eso no justifica las críticas despiadadas y fuera de toda corrección fraterna, típicas del enemigo más feroz que recuerdan más a Nerón que a hermanos en la fe.
No es de extrañar que, escandalizados entre el inmovilismo de unos y las críticas despiadadas de otros muchos, bastantes hermanos abandonen la comunidad; De eso, todos los que consideramos que aún estamos dentro, sabemos un poco viendo nuestras celebraciones cada vez más mermadas. Y por supuesto, que son  decisiones personales y libres, pero nosotros muchas veces con nuestras actitudes no animamos a que se queden.
Es cierto que no todos pueden, como he dicho antes, y que quizás sea necesaria esta marcha de algunos para que la comunidad se purifique de las cosas viejas y comience una nueva etapa. Lo que también es cierto es que Jesús nos interpela constantemente también a nosotros preguntándonos si aún queremos seguir con Él: “¿queréis marcharos?” y nosotros intentando ser buenos discípulos respondemos cada día: “Señor ¿a quién vamos a acudir?”; ¿Con quién mejor que contigo? “Tú tienes palabras de vida eterna”.

jueves, 13 de agosto de 2015

"Entender" la Transubstanciación (Jn 6, 51-58)

A los antiguos cristianos no se les entendió y se les persiguió, entre otras cosas, por una interpretación literal de sus palabras y textos; incluso se les acusó de antropófagos. Hoy día, no se nos entiende, incluso después de haber “explicado” nuestra fe en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quizás por otra razón al otro extremo, el racionalista, que no deja abstraer y trascender al corazón.

En fin…el hombre parece que lleva en lo más hondo de sus entrañas la incredulidad, y que ha de poner siempre impedimentos a Dios, ya sea por literalidades, legalismos convenientes o  por las barreras que nuestra mente racional nos pone,  evitando que nos abramos al Misterio más profundo del ser.
“El que come mi carne y bebe mi sangre…” (El que participa del misterio; el misterio cristológico, el secreto mesiánico que tanto le “gusta” al evangelista  Marcos) ese, y sólo ese, alcanzará la vida eterna, encontrará el sentido de la vida, la Vida que no se queda en la materia, que no se acaba con el tiempo  sino que perdura eternamente.
Los católicos hemos sublimado este Misterio hasta sacramentarlo. La presencia real de Cristo en las especies del trigo, hecho pan, y de la vid, convertida en vino, son para nosotros Misterio pascual, son el mismo Cristo. Pero, a veces, me queda la duda de si, en el fondo, somos conscientes, lo hemos llevado al corazón, lo hemos rezado y llevado al plano de la fe, si lo CREEMOS; porque si no es así (y bastan sobrados ejemplos de “cristianos” que no participan cada domingo de dicho misterio) estamos siendo otra cosa pero no cristianos católicos, no lo somos si practicamos un sincretismo religioso hecho a medida, nuestro particular sincretismo de Cristo.
Los primeros cristianos respetaron y defendieron la comunión, la presencia real de Cristo en el pan, con su propia vida. Recuerdo alguna de las historias que me contaron en las catacumbas de Roma (concretamente la catacumba de San Calixto) en la que, por no dejar profanar el pan  eucarístico, murieron incluso niños. Si, quizás sea eso, que hay que hacerse como niños para poder llegar a creer el misterio que supera toda razón. Eso no significa profesar “la fe del carbonero”, sino, simplemente, reconocer la limitación humana ante su  Señor y Creador que puede, y de hecho así es, ser parte, hacerse presente y permanecer en la materia más cotidiana.
“El pan vivo bajado del cielo” nos deja claro que, el pan que Él nos ofrece es su carne entregada para este mundo, un pan que se reparte, un pan inagotable, hay para todos, y el que lo acepte vivirá para siempre. Porque sólo entendiendo que el pan no es de nadie, que es de todos, y que todo el mundo tiene derecho al pan, porque el pan es la vida, el alimento, sólo así alcanzaremos una vida en la Verdad.
Los cristianos tenemos una gran responsabilidad, parte de nuestra misión, si encarnamos estas palabras en nuestras propias vidas, haciendo de ellas panes que se reparten y se dan inagotablemente, para saciar el hambre y las necesidades de nuestro mundo. Quizás sea eso lo que no llegamos a entender y por eso nos cuesta tanto, nos ha costado siempre tanto a los humanos, entender  lo que significa la presencia real de Jesús en este mundo.
 
“Pero ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?”. El judío de tiempos de Jesús, sólo sabe leer literalmente, nadie le ha enseñado a interpretar. Estas palabras son un verdadero escándalo para los judíos de su tiempo, incluso para sus discípulos, para aquella mentalidad tan dura como la piedra de las tablas de la ley. Pero, una vez más, Jesús nos demuestra que sus palabras son más que palabras.
Es necesario que el humano se alimente del VERBO hecho carne, que alimente su vida de la Verdad.
 
“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mi, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado”. Una vez más, Jesús muestra la clave para una íntima relación con Él, y estando con Él estamos igualmente con el Padre, porque es quién le ha enviado. El misterio trinitario, sin necesidad de dogmatismos complicados y enrevesados que muchas veces hacen flaco favor por estar más llenos de letra e intentos de razonamiento que de sencillez, sale de la boca de Jesús como lo más “lógico” y sencillo, simplemente porque sale de una boca que pertenece al Hombre que lo vive como una misión a la que ha sido llamado y enviado por el Padre.
Encarnemos en nuestras propias vidas, con la cotidianidad y particularidad de las mismas, el misterio de Dios que se hace pan para después entregarse enteramente a todos.

sábado, 1 de agosto de 2015

"Danos siempre de ese pan" (Jn 6, 24-35)

La necesidad, las necesidades humanas, hace que en muchas ocasiones nos movamos por interés entre unos y otros. Ahora me conviene esta persona o esta situación, y ahora no me conviene y me alejo sin escrúpulos. Es muy fácil, por tanto, caer en el utilitarismo personal, el trato de la persona por el interés que crea la necesidad y el egoísmo.
“Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Jesús tampoco se escapó, actualmente tampoco, de la búsqueda de este trato. Se acercaron muchos porque veían saciadas, al punto, sus necesidades más básicas. Hoy también en la Iglesia, hay personas que “utilizan” a Dios, tratan a Dios como si fuese un mero gurú, un mago eficaz, un solucionador de problemas, que con su bavarita mágica arregla enfermedades, problemas familiares o sociales, hambrunas y todo tipo de problemas, mientras, quizás, nosotros esperamos con los brazos cruzados.  Sin embargo, el interés que debe movernos Jesús, Dios encarnado, es otro, es aquel que perdura dando vida eterna.
“Ellos le preguntaron: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”. No dudo de la buena voluntad de los  seres humanos que se acercan a Dios con los mejores deseos e intenciones, pero que por no saber cómo actuar o quizás por no saber quién es Dios, por no conocerle, inmediatamente se desvían y se acogen a un espejismo de dios como es el que satisface de inmediato las necesidades y problemas humanos. Es duro creer en un Dios que parece que está sordo, que no soluciona nuestros problemas, que ofrece soluciones a la larga cuando nuestras necesidades no son, ni siquiera, a medio plazo sino que necesitan solución inmediata. Es difícil creer en alguien que no es un maná inmediato; Pero lo que nos deja claro Jesús es que el maná ya nos ha venido, solo tenemos que creerlo y ponernos a repartirlo. El maná ya lo tenemos, es Él, y nos ha dado la solución, sólo hay que ponerse a trabajar el reino; Como bien dice un refrán “A Dios rogando y con el mazo dando”.
“Os aseguro que no fue Moisés quién os dio pan del cielo, sino que es mi Padre…”. No hemos de confundir a las personas que supieron escuchar, no sin esfuerzos, a Dios (Moisés, los santos, personas con autoridad dentro de la Iglesia) con el mismo Dios. Porque no son estas personas las que envían el maná, sino sólo intermediarias. Que nadie se crea en la autoridad del que reparte de lo suyo, porque todo lo que tiene viene de Dios. En la Iglesia ha habido, y aún hay, quien se cree poseedor de bienes absolutos, y más peligroso aún, en posesión y autoridad de la única verdad. Y hoy quizás es tan necesario como antes, recordar quién es el verdadero pan del cielo, el único que conoce y es la Verdad, el único que da o espera para dar (nunca quita)a quién aún no está preparado. Porque estamos sedientos de Verdad, como lo estaba San Agustín y muchos otros; “Señor, danos siempre de ese pan”, a lo que Él responde: “Yo soy el pan de vida”.
La eucaristía es el momento y el lugar del encuentro real, la mejor y mayor herencia que Jesús nos dejó. Una herencia que no hemos de desaprovechar ni mucho menos monopolizar o gestionar a nuestro antojo o según nuestros criterios. Nadie es quién para negar el acceso a Cristo vivo, ni siquiera sus vicarios en la tierra, y si lo hacen que sea siempre por misericordia y con el afán de quién sólo quiere ayudar, no por la mera negación. Porque la eucaristía es el banquete de la vida al que todos estamos invitados y nadie, absolutamente nadie, va tan limpio al banquete como para negar la entrada a otros.  En el momento en el que la eucaristía se convierta en una fiesta vip, una fiesta exclusiva, será otra cosa (me preocupa y evito ponerle nombre) pero no eucaristía.