viernes, 24 de julio de 2015

El milagro de compartir (Jn 6, 1-15)

Es imprescindible, para entender todo el contenido de este pasaje, que tengamos en cuenta el anterior (lo que el domingo pasado decíamos que era la introducción a este; Mc 6, 30-34).
Jesús, antes de realizar el “milagro” de la multiplicación del alimento, es seguido por mucha gente (dice el texto que sólo hombres eran unos cinco mil; evidentemente nadie los contaría con exactitud ya que estamos hablando de un número simbólico). Teniendo la atención de toda esa gente Jesús no les da primero de comer, sino  que les habla; Les habla porque de lo primero que están sedientos y hambrientos es de buenas noticias, de acompañamiento y comprensión. Están perdidos y desorientados (decía el texto del domingo pasado “como ovejas sin pastor”).

Jesús sabe que con el simple hecho de dar de comer a la muchedumbre no hace nada más que calmar una necesidad fisiológica, que es necesaria también, pero que no solucionará la raíz de los problemas de la gente. Quizás mucha gente iba buscando en Jesús soluciones rápidas a su hambre más material, pero lo que todos se encuentran antes es un regalo de Dios, la clave para entender muchas cosas, la clave para hacer de este mundo algo más justo; Para hacer de este mundo el comienzo del reino de Dios. Jesús no da de comer sin más. Jesús enseña que la clave está en ellos, en la forma de entender su mundo, su vida y la vida con los demás (con los hermanos).

Hay para todos si se sabe repartir, si dejamos los egoísmos personales; Si cambiamos el chip y no pensamos tanto en comprar como en repartir. Como afirma Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in veritate”, debemos construir una economía de la caridad, una economía del amor.
En esta sociedad en la que nos medimos por lo que tenemos, por lo que somos capaces de comprar, no cabe la solidaridad del compartir lo que tenemos, sino que practicamos solidaridad de lo que nos sobra. Y esa es precisamente la mentalidad que Jesús quería cambiar, esa es la clave para que nadie pase hambre y para que comiencen a cambiarse las estructuras de una sociedad injusta.
 
Las primeras comunidades cristianas esto lo entendieron muy bien; Seguramente algunos de los miembros de estas primeras comunidades estuvieron presentes en esta lección-fraternidad del compartir, en este milagro de la “multiplicación de los panes y los peces”. El problema, es que a nosotros nos ha llegado esta tradición demasiado viciada, muy divina y poco encarnada. Nos hemos quedado con el “milagrito” y eso nos ha impedido entender lo que realmente pasó, y, por tanto, nos impide poder ponerlo en práctica. En este pasaje dieron de lo que tenían y después sobró. Hoy nosotros, damos de lo que nos sobra, y como eso es poco, entonces lógicamente falta.
Las primeras eucaristías eran momentos reales de compartir. Tanta importancia tenía la palabra, como la comunión, como el momento en el que todos daban algo de lo que tenían para vivir en ese momento. ¿Y nuestras eucaristías qué son? ¿En qué se han convertido? ¿Hacia dónde vamos?

María supo entender esto con una naturalidad pasmosa, con la “facilidad” que una madre entiende que nada es suyo, que su vida es don en cuanto que alumbra, protege y crea otras vidas. Le pido con todas mis fuerzas y mi vacilante y precaria fe a la Madre, que me haga entender el sentido del compartir sin mirar a quién, ni cuándo, ni cuánto.

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