viernes, 19 de junio de 2015

Él calma nuestras tempestades (Mc 4, 35-40)

En un afán literalista hay quién simplemente ve el “prodigio” o milagro de la tempestad calmada de Jesús en este pasaje como una acción extraordinaria. Quedarse sólo con lo sensacionalista o el lado más espectacular e incomprensible de Jesús no ayuda a personalizar y hacer nuestro, en su totalidad, este pasaje.
Lo importante no es si Jesús, como Dios, mandó callar al viento y las olas y estos le obedecieron. No vamos a ignorar que este tipo de cosas, el sentir que Jesús es Dios y que queda “demostrado” con estas proezas, nos gustan y animan, pero ciertamente esa lectura sería simplista, reduciría a Jesús y nos alejaríamos del Cristo encarnado y más humano.
 
“Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua” ¿Quién no tiene que lidiar en su día a día con pequeñas tormentas e incluso huracanes de todo tipo? Los problemas y la forma de afrontarlos, es lo que nos recuerda que la vida, aunque un don maravilloso, no es fácil en ciertos momentos. Lo que nos diferencia a unos de otros, es el modo con el que afrontamos la vida, la actitud con la que vivimos y los pilares que hemos decidido tener. Si Jesús está en la construcción de  nuestra vida, también lo tiene que estar en el modo en el que resolvemos las dificultades. Su ejemplo y modo de actuar ha de servir de ejemplo y guía, y ha de alentarnos.
 
“Él estaba en popa, dormido sobre un almohadón” ¿Dónde está Dios? Esta pregunta surge cada vez que no lo sentimos en nuestro día a día, cuando nos sentimos abandonados, cuando sentimos que da lo mismo ser cristiano o no porque la vida nos trata a todos igual ¡Y claro que ha de ser así! Los cristianos no podemos pensar que por el hecho de serlo, tenemos la exclusiva de la ayuda exprés de Dios.
Ya por el hecho de haber descubierto a Jesús en nuestra vida somos privilegiados, pero eso no significa que tengamos la exclusiva de la salvación.
Como ocurre en el final de este pasaje, quizás nos gustaría preguntarnos más bien: “¿Quién es este?” Al observar que Dios nos resuelve las cosas, pero sin embargo, a veces, sentimos que Dios “duerme”, que no se hace cargo de nuestro problemas, que estamos a la deriva.
 
Él les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”.  El miedo es completamente humano, pero si al miedo le unimos la falta de fe la ecuación es miedo y soledad. El miedo hace que en la vida tomemos decisiones equivocadas o que sencillamente no las tomemos. El miedo es uno de los grandes fantasmas de nuestra vida ¿Cómo puede ser que algo que ni se ve ni se toca nos pueda hacer temblar y pueda llegar a condicionarnos tanto? Eso es precisamente lo que reprocha Jesús a sus discípulos, que en la balanza de la vida, a veces, gane el miedo a la fe. Fe y miedo, ambos invisibles pero reales.
Jesús nos anima a que, despojándonos de nuestros miedos, vivamos desde la fe.

 

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