jueves, 30 de abril de 2015

La verdadera VID (Jn 15, 1-8)



Este pasaje evangélico es la prueba de que Jesús no sólo era conocedor de la tradición de su pueblo, sino que además, la respetaba y la tomaba muy enserio. Si llegáramos al final de la cuestión podríamos afirmar que precisamente por eso padeció. Cuanto más enserio te tomas las cosas, las vives, y luchas por ellas, más padecimientos sufres, pero también disfrutas y celebras más y mejor los éxitos.
En la escritura veterotestamentaria se compara constantemente al pueblo de Israel con una viña, y al Señor con su labrador. La cultura mediterránea, el cultivo tan extendido de la viña… facilitan y hacen proliferar los ejemplos y comparaciones con este cultivo y sus frutos.
Jesús, como buen rabino, aprovecha y continúa ejemplos y metáforas a las que ya estaba acostumbrado su pueblo, para releer y renovar lo que Dios quiere de dicho pueblo.
 
“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto”. “Renovarse o morir” decimos en muchas ocasiones cuando queremos cambiar de rumbo, o necesitamos un cambio; Y es cierto, los humanos necesitamos ir redescubriendo y renovando nuestra presencia y la forma de la misma en este mundo, desde los ámbitos más familiares y cercanos, hasta nuestra presencia como comunidad humana. Son necesarias, por tanto, renovaciones y “podas” en nuestra comunidad cristiana para retoñar con más fuerza y, sobre todo, con más fidelidad a nuestras raíces. Me vienen ahora mismo al recuerdo renovaciones y “podas” tan fructíferas dentro de la iglesia como la reforma (poda de costumbres relajadas en la vida consagrada, y alejadas de su raíz) de Santa Teresa, ahora que celebramos su V centenario.  Y nuestra raíz, la raíz de la vid de la que somos sarmientos, es Jesús.
Ese es el horizonte que nunca debemos perder, porque si lo perdemos nos olvidaremos de quién somos y cómo ha de ser nuestra presencia en el mundo.
Los cristianos no podemos actuar como vides independientes, pertenecemos a una misma tierra y tenemos un mismo labrador. Nosotros no somos la raíz, sino que bebemos y nos hemos de alimentar de la savia de la vid a la que pertenecemos.
 “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí”. Muchas veces actuamos de forma independiente, perdiendo el horizonte de la comunidad creyendo que daremos más frutos por nuestra cuenta, pero ahí corremos el riesgo de creernos vides, de creernos o adjudicarnos papeles que no nos competen.
¿Qué es un cristiano si no celebra, actúa, bebe de la savia de Cristo presente en la comunidad que ha decidido seguirle? ¿Qué es eso de: “soy cristiano pero no practicante”? ¿Dónde tiene eso su fundamento? ¿Puede haber comunidades unipersonales? ¿Cristo actuó por su cuenta o contando siempre con el Padre y acompañado de una comunidad?
La iglesia no es la vid, sino un sarmiento; No cometamos el error de creernos vid. Algunos cometieron ese error en el pueblo de Israel y puede ocurrirnos también en la iglesia, para luego decepcionar los planes y proyectos de Dios. Esa es una tarea que nos queda muy grande, que no nos podemos adjudicar ni por nuestros méritos, ni por nuestra naturaleza, no tenemos la savia que alimenta, sino que hemos de beber de ella y dar frutos, pero como sarmientos. Jesús les deja claro a los suyos ese tema: “Yo soy la vid”.
Un cristiano que no se nutre en una comunidad viva, renovadora, que bebe del Jesús verdadero y no del adulterado por una tradición simplista o vieja, se va secando como sarmiento que ha perdido su vinculación con la vid que posee la raíz y la savia.
Jesús está presente y vivo en su Iglesia, pero también está más allá de ella. Para nosotros, como sarmiento enraizado en la vid verdadera, está destinada la tarea de nutrirnos sin descanso de la savia y dejarnos podar por el labrador, que es el que sabe cuándo y dónde podar,  para dar frutos abundantes.
 
 
 

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