sábado, 26 de diciembre de 2015

Señor...¿Dónde te habías metido? (Lc, 2, 41-52)

No puedo negar que este pasaje del evangelio de Lucas siempre me ha llamado la atención. No tanto por la anécdota de que Jesús se “perdiera” en las fiestas de Jerusalén, ya que es algo de lo más normal y a todos, alguna vez, nos ha pasado de niños, sino más bien por la reacción que, según Lucas, tuvo Jesús al ser hallado por sus padres en medio de gente que le escuchaba. Esa respuesta rebelde de Jesús y la no reacción de José y María ante tales palabras, le dan un toque de irreal pero también de misterio a dicho acontecimiento. No entraré por tanto a analizar si dicho pasaje es histórico o es un añadido de Lucas, porque lo que quiero es centrarme en el mensaje.
“Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre…”. Dicho misterio viene alimentado también por el gran silencio que hay en los evangelios sobre la infancia de Jesús. En Lucas se pasa directamente del nacimiento a este pasaje en Jerusalén, donde además se dice la edad concreta de Jesús, doce años. Parece que José y María educan a su hijo Jesús en las costumbres del pueblo. Iban a la ciudad santa para cumplir con la ley.
“Pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén…”. Jesús creció entre los suyos como uno más, supo entender desde la raíz cómo era su pueblo y lo que necesitaba, por eso a la edad de doce años decide quedarse un poco más de tiempo en aquella ciudad que años después lo vería condenado y crucificado.
Cuando Jesús, ya en su vida pública, hablaba en el templo y sus alrededores no eran situaciones desconocidas para Él, no era un pueblo que no conociera, ni unas costumbres que le fueran novedosas, sino que lo que decía y lo que hacía lo había meditado durante años y  eran palabras y hechos que necesitaba el pueblo. Él había escuchado y se había formado con los maestros locales, y sabía que dichas doctrinas no se escapaban de lo oficial y lo establecido durante siglos, la mayoría de los maestros eran políticamente correctos y simples altavoces de la corrupción que, muchos sacerdotes, ejercían en el templo y sus sinagogas locales.
“A los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros…”. No es extraña la desesperación que pudieron mostrar José y María al no encontrar a Jesús, habían pasado tres días. No me pararé a comentar el “detalle” de encontrarlo “al tercer día…”, pero se puede imaginar que ese número no es una casualidad, sino un guiño a la tradición de la simbología numérica, con el peso que tiene en la tradición cristiana dicho número.
Tres días sin encontrarlo y, seguramente, es porque jamás hubiesen pensado que podrían encontrarlo en el templo. Unos padres que no imaginaban que en su hijo ya había un cambio, y que precisamente debía ser allí donde tenía que preanunciar que todo empezaba y terminaba en la ciudad santa. Buscaron en los lugares equivocados, seguramente los más lógicos para unos padres que se resistían a pensar que su hijo decidía por sí mismo y que había comenzado un nuevo ciclo.
Siglos después, y mirándonos a nosotros mismos, muchas veces estamos tan perdidos como José y María, porque los que estaban perdidos eran ellos no Jesús, Jesús estaba donde tenía que estar y eran sus padres los que no estaban en el sitio adecuado; En esa ocasión no buscaron a Dios en el lugar adecuado. ¿Y nosotros? ¿Dónde buscamos a Dios? ¿En qué lugares pensamos que está y se hace presente? Damos vueltas y nos quejamos de no verlo, de no descubrir su presencia pero, a pesar nuestro, Dios está en donde ha estado siempre, en donde tiene que estar. Nos perdemos buscando y dando tumbos en la vida, sin saber a veces donde ir, sin saber cuál es la voluntad de Dios para con nosotros, y no nos damos cuenta de que no hace falta dar tantas vueltas, sino que más bien hace falta que nos paremos,  nos redescubramos y veamos a Dios en el templo, en nosotros mismos que somos el templo de Dios, y allí podamos encontrarnos con Él y podamos mirarle a los ojos y decirle: ¿Señor dónde te habías metido? te he estado buscando en tantos sitios… y entonces Él nos dirá: Y ¿Por qué has buscado en esos sitios…No sabías que yo estaba dentro de ti?
Estimados lectores, permitidme deciros que creo que el templo físico sólo es morada de Dios cuando realmente entre nosotros hay fraternidad, amor sin medida y misericordia; Sólo habita Dios en templos de piedra, cuando dentro ellos hay piedras vivas que construyen el templo dónde reside realmente Dios.
Os invito a mirar con misericordia a todos nuestros hermanos, sean de la raza, religión o condición que sean, porque es la única manera en la que encontraremos a Dios allá donde está.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Confiar plenamente y compartir con alegría (Lc 1,39-45)

Hay veces en las que sientes que Dios se hace presente en tu vida de manera muy especial, pero no lo puedes compartir con todo el mundo. Sabes que hay mucha gente que no sólo no lo entendería, sino que posiblemente, consideraría que estás loco.
La alegría de María e Isabel es doble; Por un lado por esa complicidad de entendimiento mutuo, de saber que es Dios quien se está haciendo presente en sus vidas, y por otro, el sentirse escogidas por Dios en su fragilidad y humildad para algo que estaba esperando el pueblo tanto tiempo, como era la venida del mesías. Se sienten bendecidas por Dios: “Bendita tú entre las mujeres…”.
Son ellas las escogidas. Los hombres desconfían, tanto José como Zacarías, les cuesta creer que Dios se hace tan presente en sus vidas. Una vez más, Dios se manifiesta en lo más débil y vulnerable, una mujer en aquel momento de la historia y en aquel pueblo.
Por otra parte, la acogida que recibe María en casa de Isabel es muy necesaria puesto que, seguramente, María en muchos momentos se sentía sola y aturdida ante aquel proyecto que había aceptado. María necesita también de un apoyo humano, saberse entendida y acompañada, y eso lo encuentra en Isabel.
A veces sentimos que Dios nos pide que dirijamos nuestra vida hacia una misión concreta, pero tenemos miedo, es como si necesitáramos el apoyo y aprobación de los nuestros, de los que nos rodean, tener esa sensación de protección y aceptación para no sentirnos tan solos. Aunque sabemos perfectamente, que la vida de cada uno, los proyectos que se emprenden y se aceptan, la tiene que vivir cada uno. Y, en el fondo, lo que nos pasa es que nos falta confianza plena en Dios.
“Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Esa confianza plena en Dios nos hace dichosos, felices. Si creemos que Dios está de verdad en nuestra vida… si de verdad lo creemos, podremos afrontar cualquier proyecto por difícil o imposible que parezca, porque entonces sí que no estaremos solos, porque entonces si tendremos la compañía que necesitamos. Y además, ese saberse acompañado por Dios en tu vida, facilita esa felicidad del encuentro, del compartir la dicha, como hizo María cuando, sin importarle la larga distancia ni su estado, viaja para compartir y encontrarse con Isabel; Porque la alegría de Dios, la alegría de Jesús y su evangelio, no puede quedarse oculta, ha de compartirse.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Entonces...¿Qué hacemos? (Lc 3, 10-18)

“En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: Entonces ¿qué hacemos?”. Esta pregunta, hecha con cierta preocupación por la gente que escuchaba a Juan, viene después de un discurso en el que el Bautista llama “Raza de víboras” a algunos de los que esperaban para ser bautizados en el Jordán. Animándoles a que dejaran los cultos y las palabras vacías, e incluso los títulos de “raza”, como era el de “hijos de Abraham”, que muchas veces no hacía sino ensuciar el nombre del patriarca, pues no se vivía con coherencia.
En este contexto y con cierta humildad, al escuchar palabras de verdad en Juan, las gentes (cada uno desde su posición como bien dice el evangelio: el pueblo, publicanos e incluso militares) preguntaban cuál debía ser su actitud para vivir con esa coherencia que exige el nuevo mensaje, el nuevo estilo de vida que proclama Juan y que exige el seguimiento del, tan esperado, Mesías.
Juan no da, ni propone, soluciones generales. Cada persona y cada situación requieren una actitud, porque la instauración del reino de Dios no es una constitución general que se ha de acatar del mismo modo, con la misma urgencia, ni con las mismas exigencias para todos, sino que ha de ser primero un proceso personal, una elección libre y querida, desde la más absoluta sinceridad con uno mismo y para con los demás, porque sólo así se vivirá en sinceridad y coherencia con Dios. Sólo así serían dignos de llamarse “hijos de Abraham” y, en nuestro caso, dignos de llamarnos cristianos.
Lo que está claro es que, se tomen las decisiones que se tomen y desde la posición que se haga, todas ellas van encaminadas a la búsqueda de la justicia y la misericordia. Dar de comer y vestir, no extorsionar ni aprovecharse de los más débiles, son algunas de las claves que Juan da a los que les preguntan qué han de hacer. Lo importante es que nosotros nos preguntemos también qué es lo que debemos o podemos hacer para vivir con coherencia llamándonos cristianos. No hemos de actuar por acallar las críticas que, desde fuera, nos hacen, pero hemos de reconocer que muchas veces esas críticas a nuestras comunidades cristianas, a la Iglesia, llevan algo de razón cuando nos acusan de incoherentes (desde la jerarquía, por ser la cabeza visible, hasta cada cristiano que en su vida olvida que está bautizado).
“Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo…Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego…”. Juan propone actitudes que ayudarán a entender y acoger mejor el mensaje que trae Jesús, el verdadero Mesías; Juan es agua, pero Jesús es el fuego que todo lo purifica. Pero para poder purificarnos hemos de ir introduciendo estas actitudes que nos adelanta Juan. Él propone un camino de conversión, pero dicha conversión no es simplemente interior o de palabra, sino que ha de ir acompañada de actitudes hacia los demás, ha de ir acompañada de una ética. Si tenemos este camino recorrido, nos será más fácil seguir a Jesús, ser cristianos de verdad. Porque para Jesús no valen engaños, su persona, con su mensaje y su praxis, separan claramente la paja del grano.
Teniendo como espejo a Jesús, no tenemos excusas, y si optamos por ser paja lo haremos libremente, sabiendo qué hay que hacer para ser grano, para ser sus verdaderos seguidores. Porque para ser verdaderos cristianos se requiere  antes ser buenos humanos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Enderezar lo torcido (Lc 3,1-6)

“En el año quince del reinado del emperador Tiberio…”. En este segundo domingo de Adviento, el evangelista Lucas tiene interés en que sepamos que Jesús estuvo entre nosotros realmente, que se encarnó en la historia humana; En un tiempo y con unas circunstancias concretas.
En el evangelio de Lucas parece que Jesús ha desaparecido, ya que hay un “vacío” entre su adolescencia y la vuelta a su “vida pública”, que comienza con este pasaje en el que Juan el bautista sale del desierto para predicar un bautismo de conversión por las orillas del Jordán. Por eso, es muy importante que, al igual que se hizo al comienzo del evangelio con el nacimiento de Jesús, se vuelvan a dar referencias históricas precisas, para que no perdamos el norte, para que no pensemos que Jesús ha dejado de estar, que se ha perdido en la historia.
“Vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Lo curioso de todo esto es que las referencias históricas que da Lucas, son de gente importante, dirigentes, tanto políticos como religiosos; Pero Dios no se fija en ellos para anunciar y llevar a cabo su plan, sino que se fija y se traslada a una figura que vive en el desierto, apartado de la vida del lujo de palacios y templos. Es Juan el elegido, porque está en el lugar donde mejor se puede oír a Dios, el lugar del que venía el pueblo, en donde se fraguó el pueblo de Dios antes de llegar a la tierra prometida. El desierto es lugar donde no se puede vivir de lo material porque no sirve de nada, el lugar donde uno se descubre a sí mismo y, por extensión, descubre y puede dilucidar la voluntad de Dios.
“Predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Los judíos ya se bautizaban antes de llegar Juan, era un rito que conocían bien, el agua era utilizada para la purificación ritual y para el bautismo, pero ahora Juan le da un nuevo sentido al agua, es el agua fresca del cambio, del volver a empezar perdonando y siendo perdonado, porque si no es así no se puede recibir al que estaba por llegar.
“Preparad el camino al Señor…; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”. Porque es necesaria una conversión de  vida y costumbres, es necesario un cambio en el sentido de las cosas que hacemos y decimos, dejando lo viejo para acoger lo nuevo. Juan nos invita a enderezar lo que en nuestra vida no está bien, a rectificar y cambiar, para acoger con coherencia y verdad.
En nuestra Iglesia últimamente modificamos los sacramentos, con toda la buena voluntad, intentando que se adapten a los tiempos y las edades (el bautismo, comunión, confirmación últimamente…). Pero el primer cambio no ha de estar tanto en el rito y su preparación, sino en la raíz que es la fe, la fe del que transmite o tendría que transmitir, en la familia. A veces nos encontramos en un desierto, dando voces sin que nadie nos escuche; Viendo como la sociedad (cristianos bautizados) cumple con el rito para después alejarse, porque en ellos no ha calado ese bautismo de conversión, sino que ha sido un bautismo social, un bautismo de simple agua pero no en Espíritu y Verdad.
Quizás también esta invitación de Juan bautista a cambiar lo torcido, sea para nuestra Iglesia doméstica, invitándonos a bautizar con gozo, pero también a mantener la fe de nuestros pequeños en su día a día.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Los signos de los tiempos (Lc 21, 25-28. 34-36)

Comenzamos el Adviento, y una forma hermosa y muy potente de entender lo que nos espera es comenzarlo con este texto de Lucas.
“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas…”. Estos signos de los que nos habla proféticamente el evangelista Lucas son herencia veterotestamentaria del profeta Daniel. Los judíos entendían perfectamente este lenguaje profético-apocalíptico, aunque para nosotros hoy sea difícil de entender. Todos esos signos tan sorprendentes anuncian cambios definitivos, cambios profundamente importantes.
Para los judíos y las primeras comunidades cristianas, los gobernantes de las naciones de aquel tiempo eran fieras, eran bestias (así lo refleja el profeta Daniel y lo recupera Lucas); Bestias que no tenían compasión de los más pequeños ya que no gobernaban, sino que abusaban. Pero la llegada de Jesús, pone rostro bondadoso y cualidades humanas al verdadero rey del universo.
Estas palabras las pone Lucas en boca de Jesús en un momento en el que los discípulos le preguntan cuándo será el final de los tiempos (en un contexto en el que Jesús habla de la destrucción del templo); El mensaje que quiere transmitir Jesús es que lo construido por hombres es perecedero, pero lo que viene de Dios (su Palabra y su Amor no pasarán). Es un texto ideal para comenzar el tiempo de Adviento que nos prepara para el nacimiento de Cristo, el Dios hecho Hombre; Ese ha sido el gran renacer para toda la humanidad, y por eso tenemos que estar preparados siempre para recibirlo.
“Entonces verán al Hijo del Hombre venir… Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Estos cambios, estas señales tan alarmantes no han de asustarnos, todo lo contrario, debemos estar preparados; Tenemos que cuidar ese amor a Dios cada día, porque esa es la manera de estar con Él. El amor entre Dios y los hombres no ha de ser intermitente, sino que ha de ser una relación eterna, cuidada y mimada a cada instante. Si esto es así, cuando llegue el momento, podremos mirar a Dios, debemos mirarlo y alzar la cabeza con dignidad y sin miedo.
Tened cuidado: no se os embote la mente…Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza…”. Por un lado, en el evangelio, se distingue entre la actitud de las naciones que se asustan con estos signos y cambios, porque viven bien así, en este mundo en el que reina la injusticia y la violencia; Y la actitud que debemos tener nosotros, los que esperamos en Cristo. Desgraciadamente los cristianos no estamos exentos de estas actitudes de destrucción y violencia, pero Jesús nos invita a que no se nos “embote la mente”, para no contaminarnos de la corrupción y el mal que mata al semejante.
Este tiempo de Adviento es un tiempo de gracia, un regalo para preparar bien nuestro corazón, nuestras actitudes y nuestras opiniones ante tanto sufrimiento y violencia que estamos viviendo estos días. Preparemos bien la venida del cambio que nos trae Jesús, aunque esta preparación se tenga que hacer en medio de signos bestiales de destrucción.

jueves, 19 de noviembre de 2015

"Mi reino no es de este mundo" (Jn 18, 33-37)

“¿Eres tú el rey de los judíos?”; “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. ¿Qué decimos de los demás? ¿Hasta dónde damos credibilidad a lo que otros nos cuentan de algunas personas?
A veces me da la sensación de que nuestra comunidad está llena de cristianos de papel (cristianos que están registrados en los libros parroquiales y en partidas de bautismo, registrados en papeles pero sin vivir ni practicar los valores del reino predicado por Jesús); Cristianos que tienen sus nombres registrados en la Iglesia, pero no su corazón. Creen por lo que otros les han contado, viven de historias y tradiciones sin haberlas meditado y digerido ellos primero, y por eso, a la primera de cambios, nos vemos solos en las comunidades, gastando nuestros esfuerzos en atraerlos de nuevo a la comunidad en la que “nunca han estado”.
“Mi reino no es de este mundo”. Efectivamente a Jesús no le interesa ser rey de este mundo, como los reyes que gobiernan cosas y personas. El no quiere reinar en un mundo donde la violencia, la avaricia, el sin sentido y la cerrazón destruyen a las personas y ensucian el nombre de Dios. Él cree que otro reino es posible, un reino donde las riquezas sean los valores universales  que nos ayuden a convivir en paz, un reino donde Dios, el Dios de la verdad, el creador de todo el universo, que no discrimina razas, lenguas, religiones o peculiaridades de cualquier otra índole, sea el Padre de todos.
“Yo para eso he nacido…para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Señor, qué difícil es aceptar y llegar a entender que tu voz resuena estos días en tantas cosas que deshacemos. Que tu voz es el grito desgarrador de un Padre dolido. Que tu grito es el de tantos inocentes que ven sus vidas truncadas (sean de dónde sean y de la religión que sean)  por las muerte injusta en manos de radicales que llevan tu nombre en los labios, ensuciándolo heréticamente, cuando con sus manos destruyen la vida que Tú has creado; O víctimas de aquellos que se guían por políticas de destrucción.
Naciste para ser testigo de la verdad, y hoy estás más vivo que nunca, renaces en cada acto injusto, en cada palabra que ensucia tu nombre, en cada vida que cierra los ojos para encontrarse contigo como hijos pródigos que se marchan de este mundo porque otros les han echado.
Vergüenza me da sentarme delante del televisor y escuchar, y contemplar tanta barbarie, y tanto comentario inútil de políticos-diplomáticos que no resuelven nada porque no te ven, porque no te escuchan, porque no creen que estés hablando-gritando.
Si de verdad no aceptáramos más rey que Tú, si de verdad creyéramos que eres el único Señor del universo no pasarían estás cosas. En tu cruz clavaron un letrero que rezaba así: “Este es Jesús el rey de los judíos”. Ojala entendamos que tu sufrimiento en la cruz no fue para adorarlo, sino que precisamente Tú sufriste para que se acabara el sufrimiento de este mundo, para que lucháramos por abolir tanto sufrimiento inútil y no para contemplarlo impasiblemente.
Te ruego y acudo a Ti, e invito a mis lectores a que te miren con confianza para saber descubrir la Verdad, para encontrar la luz que nos falta cuando perdemos la razón, cuando te perdemos de vista.

sábado, 7 de noviembre de 2015

La moneda de la viuda y el palacio del obispo (Mt 12, 38-44)

“¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse y que les hagan reverencias…; Y devoran los bienes de las viudas”. La Palabra siempre tan oportuna, siempre tan…viva. Este domingo Jesús nos avisa del cuidado que hay que tener con los letrados (la gente de altas posiciones y cargos importantes); “No es oro todo lo que reluce”, la corrupción está donde menos se espera. Roban a las viudas y los pobres con pretexto de largas oraciones y “pasaportes” directos hacia el cielo. Se lucran a costa de la buena voluntad y la ignorancia de la gente humilde.
No puede venir mejor este evangelio, esta presencia de Jesús, de Dios, mediante su palabra esta semana. (Vaya por delante que en todo lo que voy a reflexionar va la presunción de inocencia y la confianza en que todo se aclare de la mejor forma posible). Esta semana nos han vuelto a sorprender  en las noticias con nuevos escándalos vaticanos, robos de dinero cuyo destino, parece ser, que eran los pobres pero que se han quedado en los palacios y grandes casas de cardenales y obispos. No podemos volver la mirada y hacer como si nada pasara, porque los libros publicados esta semana sobre este tema y los testimonios de gente infiltrada en dichos escándalos están ahí.
“Se acercó una viuda pobre y echó dos reales”. No hemos cambiado tanto, me atrevería a decir  que nada, desde que Jesús les “pone las pilas” a los letrados y sacerdotes de su tiempo. El dinero que echó la viuda en el cestillo del templo con toda humildad y sacrificio, ya que a ella no le sobraba nada, se quedó para las abundantes comidas de los jefes de las sinagogas. Parece ser que el dinero de tanta gente que confía en la gestión vaticana, una vez más, no ha llegado a su destino y se ha quedado a medio camino engordando el ansia de poder y riqueza de unos pocos corruptos que se llaman ministros de Dios, pero que no son más (si todo esto es cierto) que oportunistas, hijos del diablo-poder- dinero.
Y para nosotros queda el intentar dar razón a estas cosas, educar a los que ven y oyen esto y les hace retroceder, cuando no apartarse del todo de la comunidad. Como bien dice en otra ocasión Jesús: “Aquel que escandalizara a uno de estos pequeños, más le valdría colgase una rueda de molino al cuello y echarse al mar” (Mt 18,6). Que pocas entrañas de misericordia y que poco rezado tienen el evangelio los que predican y no edifican. Que Dios me perdone si con mis palabras alguien, que es justo, se siente acusado, esa no es la intención; Porque aunque se demostrara que no han robado dicho dinero, los palacios e inmensos pisos de nueva construcción están ahí, y dentro vive quien vive.
El Espíritu Santo ha querido que la iglesia la encabece un papa que predique y viva la pobreza, y ahí está, aunque le duela a muchos y lo quieran hacer desaparecer del mapa. Desde estas humildes letras me uno a la oración del papa Francisco y le envío toda mi fuerza y mis ánimos para que no cese en el empeño de darle a la iglesia lo que se merece, buenos ministros que administren y no roben; Un papa que trate los temas importantes en la Iglesia, con misericordia y sin prejuicios,  y deje de lado los más mediáticos y secundarios.

sábado, 31 de octubre de 2015

¡Felices vosotros...! (Mt 5, 1-12)




Jesús no huye de la gente (gentío como dice el evangelio recalcando que eran muchos y bulliciosos); Todo lo contrario, era el momento idóneo para mostrarles su proyecto, el proyecto del Reino de Dios. Las llamadas bienaventuranzas, son todo un programa de la instauración del reino. Muestran las “preferencias “ de Dios por los pobres de espíritu, los que sufren, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que practican misericordia, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los que son perseguidos por la justicia; Y las consecuencias que tendrá el trabajar por el reino de  esta manera.
Todo un programa de camino a la santidad, un camino de encuentro con Dios (de hecho, santo significa bienaventurado). El día que la iglesia celebra la memoria de los santos, la liturgia nos regala un texto que nos invita a la santidad de vida, un recordatorio de cuál es nuestra misión en este mundo y cuál ha de ser nuestra actitud. Este programa de vida y actitudes nos harán dichosos, nos harán alcanzar la felicidad que otras cosas, de este mundo, no nos proporcionan.
El día de “Todos los santos” es buena ocasión para recordarnos  que todo no acaba aquí, que es posible un mundo que muestre señales de Dios, personas de Dios… Me resisto a vivir en un mundo sin Dios. Me resisto a pensar que el humano lo puede todo,  que estamos en completa soledad y que todo terminará con la muerte.
Hoy, a nuestros niños y niñas se le inculca en escuelas, comercios e incluso en muchas familias cristianas un carnaval de la muerte que nada tiene que ver con la esperanza en la resurrección y el estilo de vida que conlleva dicha esperanza y que nos enseña Jesús de Nazaret. Con el llamado Halloween, estamos alejando a nuestros chicos del mensaje de Jesús.
Os invito a que transmitamos y vivamos el programa de las bienaventuranzas en nuestra vida, para así poder comenzar una verdadera transformación del mundo; Porque nuestro mundo está sediento de buenas nuevas, sediento de Bienaventuranzas y bienaventurados.

jueves, 22 de octubre de 2015

¡Maestro que pueda ver! (Mc 10, 46-52)

“Al salir Jesús de Jericó…”. Jesús ya está cerca de la ciudad de Jerusalén; Le sigue mucha gente. En Jericó Jesús va “despidiéndose” de muchos pueblos y gentes porque sabe que no volverá después de pisar Jerusalén, el mensaje de su enseñanza es claro y sus signos firmes y determinantes.
“El ciego Bartimeo… al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar”. En el relato se nos dan datos precisos de este ciego, Bartimeo hijo de Timeo; Esto quiere decir que tanto el padre como el hijo eran conocidos y, seguramente, pertenecían a la primera comunidad cristiana (por tanto el seguimiento de Bartimeo, que vemos al final del relato, fue consecuente hasta el final).
Está claro que este ciego demostró valentía y una fe clara en Jesús. Un enfermo en tiempos de Jesús sufría aislamiento, discriminación y cargaba con el pesado lastre de ser acusado de pecador, porque la enfermedad se consideraba un castigo de Dios. Si a esto le unimos que Bartimeo sufría ceguera, su dependencia de los demás era aún mayor.
“Hijo de David, ten compasión de mi”. Este grito no fue un grito cualquiera, era una llamada desesperada pero esperanzada hacia alguien a quién ya reconocía como Mesías. Es toda una profesión de fe gritada a los cuatro vientos. Seguramente la inmensa mayoría de la gente que seguía a Jesús por el camino tenía sus dudas y reparos respecto a Él, aunque lo estuvieran viendo con sus propios ojos. Sin embargo, es un ciego e impedido el que da el gran y valiente paso de reconocer en Jesús al esperado.
Jesús no pasa de largo, oye entre la multitud las voces que le llaman con fe. Jesús se compadece y no deja escapar ese ejemplo de fe sin condiciones. Hemos visto como en domingos anteriores la Palabra, el evangelista Marcos, nos presentaba a personajes y situaciones (el joven rico o los discípulos Santiago y Juan y su atrevida petición); Ejemplos claros de rechazo de las propuestas de Jesús, y de búsqueda interesada. Sin embargo, Bartimeo representa todo lo contrario; un reconocer en Jesús alguien más allá de lo simplemente visible y la búsqueda de su compasión y aceptación, para posteriormente seguirle con alegría y fidelidad.
“Muchos le regañaron para que callara…”; “Ánimo levántate que te llama”. ¡Qué difíciles y contradictorios somos los humanos muchas veces! ¿Verdad? Por un lado le mandan callar y le regañan por el escándalo y lo que proclamaban sus palabras, pero, de inmediato, cambian de posición y le animan a que se levante y se acerque a Jesús porque este lo llama.
A veces somos oportunistas, tenemos poca personalidad y no sabemos discernir por nosotros mismos lo importante de las situaciones, o simplemente no nos atrevemos por “el qué dirán”. Somos cambiantes y eso hace que, por un lado cometamos injusticias, y por otro, no estemos en el momento preciso en que nos necesitan.
Hemos de aprender a ser valientes y posicionarnos ante la verdad, a defender y valorar lo que creemos que está bien o no, delante de amigos, familia, detractores…
“¿Qué quieres que haga por ti? Maestro que pueda ver; Anda tu fe te ha curado… y lo siguió por el camino”. A veces no se trata de ceguera física; Como bien dice el refrán: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” y es que nos empeñamos en no ver lo que muchas veces tenemos delante de los ojos. Rechazamos a Dios, no lo llamamos ni le buscamos, aún sabiendo que pasa a nuestro lado.
El ciego quiere ver lo que ya cree, lo que ha creído porque otros se lo han contado. Ahora quiere ver porque además quiere seguirle físicamente, ser uno de los suyos. Jesús acepta este seguimiento, valora su autenticidad y fidelidad; Y Bartimeo, que al recobrar la vista no ha quedado decepcionado al ver a Jesús, le sigue con gozo, proclamando con sus hechos, con su seguir a Jesús, lo que antes, estando impedido, había gritado al borde del camino.

jueves, 15 de octubre de 2015

Ser el primero sirviendo (Mc 10, 35-45)

La actualidad del evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestras actitudes más cotidianas, a veces erróneas pero, al fin y al cabo, humanas.
“Se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo”. Santiago y Juan aprovechan su posición dentro del grupo de los doce. Su padre “el Zebedeo” gozaba de la amistad de Jesús, y ellos pensaban que esa amistad les ayudaría, les daría ventaja.
El tema de las influencias, los “enchufes”… Estamos acostumbrados a ver cómo el tema de los favoritismos ha hecho que algunas personas ocupen puestos importantes, consigan trabajos… mientras otras, que quizás tengan más méritos y cualidades, se ven apartados por no tener a nadie que abogue por ellos.
Jesús es justo, está solícito cuando se le pide ayuda: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”, pero eso es una cosa, y otra bien distinta es que construya para unos, acosta de ser injusto con otros; “No sabéis lo que pedís”.
“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Jesús les pide que pisen tierra firme, que no estén tan pendientes de un puesto predominante en el cielo cuando hay mucho que hacer aún en la tierra. Les hace ver que el proyecto del reino de Dios comienza aquí, y eso es lo que labrará un futuro delante de la presencia de Dios. Jesús está dando ejemplo, enseñado aquí, por tanto la decisión de lo que pasará en el cielo no le toca a Él.
“Los otros diez al oír aquello, se indignaron…”. La manera en la que se acercan a Jesús los dos hermanos, solos, con secretismo para que nadie supiera lo que tramaban o pedían, enfada a los otros.
Es molesto saber que en nuestros trabajos, grupos de amigos, en nuestra vida… hay gente que quiere conseguir todo por la vía rápida, con el menor esfuerzo posible y a espaldas de los demás.
“Vosotros nada de eso”. Pero Jesús nos invita a tener otra actitud. A ir siempre con la verdad por delante, a dar la cara, a esforzarnos por nuestro trabajo aquí, y a la vez a confiar en Dios. Cuando nos damos sin condiciones, sin medida, a los demás; Cuando trabajamos con dignidad, justicia y responsabilidad, estamos trabajando por el reino que comienza aquí. Urge en la iglesia una nueva forma de entender la autoridad, no como poder ilimitado sino más bien como servicio. Ser el último, no anteponernos a los demás y estar al servicio de todos es el camino.
Los discípulos, después de la lección de Jesús, entendieron lo que debían hacer y cómo lo debían hacer. La iglesia (jerarquía, religiosos y laicos) debe estar en continua revisión del ejercicio de la autoridad que tiene.

jueves, 8 de octubre de 2015

"Sólo una cosa te falta..." (Mc 10, 17-30)

El ser humano, en los más hondo de su ser, sabe ciertamente lo que está bien y lo que no. Lo que puede hacer para cambiar las cosas y lo que propicia que todo siga igual.
Jesús era claro, directo y miraba a los ojos (a las circunstancias de cada persona), algo que le capacitaba para aconsejar y acompañar a cada uno en su individualidad. Por eso, al igual que el personaje del relato, muchos se acercaban a Jesús pidiéndole consejos.
“Maestro bueno ¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. El hombre siempre aspira a más, es inconformista por naturaleza. No le basta con los bienes materiales, más bien tenemos la experiencia de que no nos llenan, no son suficientes para alcanzar la ansiada y completa felicidad.
Este hombre, como muchos de nosotros, sentimos que en nuestro día a día algo nos falta. En el fondo sabemos lo que es, o hacia dónde dirigirnos para acercarnos a ello, pero tenemos miedo de perder (sobre todo cosas materiales) y por eso vivimos en una continua insatisfacción, en un círculo vicioso que nos lleva a lamentarnos de nuestra situación, pero a la vez estamos instalados en el inmovilismo.
Es por eso que también necesitamos el consejo de otros, necesitamos comentarlo con otros, que nuestra situación se vea desde otra perspectiva, quizás para que otra voz (que no sea sólo la de nuestra conciencia) nos diga lo que deberíamos hacer. Por eso, también el rico del relato se acerca a Jesús.
“Todo eso lo he cumplido desde pequeño…”. En un principio nos contentamos con cumplir lo que los preceptos humanos consideran un mínimo, pero una vez que cumplimos esto, sin demasiado esfuerzo, sale la verdad, la búsqueda incansable de la misma (como le ha pasado a muchos santos en la historia, como San Agustín) y no nos vemos ni conformes ni satisfechos.
“Una cosa te falta…ven y sígueme”. Sólo una cosa nos puede llenar. Jesús nos propone un cambio de vida desde el interior. Normalmente hacemos las cosas al revés, cambiamos nuestras circunstancias externas esperando que nos cambie por dentro, pero Jesús sabe bien de la inquietud y necesidad humana y nos propone algo que, en un principio, conlleva sacrificios y renuncias; Pero todo será ganancia si nos despegamos de lo que nos encadena a las cosas más superfluas de este mundo.
Y así estamos, en esta lucha continua, en este equilibrio difícil de conseguir pero que es la clave de la felicidad. La llave que nos lleva al encuentro cara a cara con Jesús en el camino de la vida. En nuestro mundo, gozar a la vez de igualdad y libertad es imposible, porque la lucha por la igualdad nos lleva a controlar a los otros (dictaduras en muchos casos) y la lucha por la libertad, al dominio de los que más pueden o tienen sobre los más vulnerables. Pero hay una forma de conjugar ambas, y sabemos cuál es; El evangelio de Jesús. Este evangelio, como bien dice J. M Castillo, no ha de reducirse a una religión sino que ha de ser un proyecto de vida válido para todos.  Así lo propuso y lo vivió Él.
Él propone, nosotros decidimos si lo acompañamos o, de momento, nos quedamos cabizbajos en el camino.

sábado, 3 de octubre de 2015

Una sola carne (Mc 10, 2-16)

Lo que se plantea en este texto realmente no es el tema del matrimonio y el divorcio como tal, sino más bien la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer en la sociedad-religión judía. 
“¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. No hemos de perder de vista quién es quienes le plantean el tema a Jesús y con qué intenciones. Son los fariseos, los mimos que muchas otras veces habían acudido a Él con intenciones de pillarle en renuncios en relación a ley y las normas, en torno a la pureza y el templo…
Los judíos fariseos consideraban los derechos de los hombres casi ilimitados, como defendían algunas escuelas rabínicas, y ellos querían saber si Jesús estaba de acuerdo con ello (Este texto no puede entenderse del todo si no se lee Dt 24, 1-4). La defensa de la dignidad de la mujer que abanderaba Jesús era, por todos, conocida y esa actitud chirriaba en los sectores judíos más radicales.
“Serán los dos una sola carne”. Jesús, como muchas otras veces, ve en los fariseos intenciones maliciosas y poco inocentes, y les deja claro que el hombre y la mujer han de tener los mismos derechos. Al unirse en matrimonio el hombre y la mujer ya no son dos, sino una sola carne y por lo tanto gozan de los mismos derechos y las mismas obligaciones.
El tema del divorcio en la sociedad judía no se entendía como lo entendemos en la actualidad en nuestra sociedad occidental. Evidentemente la situación de la mujer a todos los niveles tampoco era la misma, por tanto las obligaciones y derechos de que podía disfrutar tampoco lo eran.
Dios nos ha hecho distintos, no solo al hombre y la mujer, sino a todos los seres humanos; Y que como bien dice J. M. Castillo, entre el hombre y la mujer: “La diferencia es un hecho, pero la igualdad es un derecho”.

sábado, 26 de septiembre de 2015

¿Quiénes son los nuestros? (Mc 9, 38-43.45.47-48)

La Palabra está siempre de asombrosa actualidad, pero este pasaje quizás con más claridad que otros. Nuestro mundo se encuentra en una situación que necesita apertura, solidaridad y respeto a la diversidad. Hoy más que nunca es necesaria la actitud de valorar más lo que une que lo que separa, de no reducirse a “nuestros grupos” o sólo a nuestra gente. Nuestra solidaridad ha de estar más allá de las razas, los pueblos y los credos. Parece como si el mismo Jesús nos estuviera invitando estos días a leer constantemente esta Palabra: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
A veces los cristianos hemos estado, estamos, tentados de condenar todo aquello que no es de nuestra línea, no damos cabida a la diversidad aunque de ella se desprendan buenas obras y bien al prójimo. A Jesús no le interesa que el grupo de sus seguidores tenga más o menos número, sino que todos (tanto los que le siguen como los que no) entiendan que es posible un mundo mejor; Que hay una buena noticia que puede y debe llegar a todos, y los medios y las personas para alcanzarlo pueden ser muchos.
“No se lo impidáis…”. Por eso reprende la actitud de sus discípulos cuando le comentan que han prohibido a alguien, que no era del grupo, hacer el bien; Porque la buena noticia ha de estar por encima de un grupo u otro, porque el que actúa haciendo el bien tiene todo su respeto.
Nadie debe creer que tiene la exclusiva de la solidaridad y la ayuda al prójimo. No nos tiene que molestar que otros ayuden, aunque no sea a nuestro estilo. Los cristianos tampoco tenemos la exclusiva de la salvación. Si por afán de dominar exclusivamente el cómo se ha de hacer las cosas, escandalizamos, asustamos e incluso amenazamos a gente humilde, haciéndoles creer que si no son de los nuestros no encontrarán nunca a Dios plenamente, más vale que cortemos nuestra lengua (nuestros miembros) antes de seguir hablando y actuando de esa manera. Jesús es claro a este respecto, la misericordia el bien y la solidaridad están por encima de las confesiones o pertenencias a grupos cerrados, que por sentirse exclusivos pueden convertirse en sectarios.
El Espíritu de Dios no puede enjaularse en ninguna estructura humana por mucho que nos empeñemos, porque el Espíritu es eterno, está mucho antes que nada y permanecerá, sobrevivirá a todo hombre y mujer, estructura, pensamiento-ideología… y cuando todo eso haya pasado, El Espíritu de Dios seguirá iluminando las buenas obras de otros hombres y mujeres que no habrán conocido nuestras estructuras.
Los cristianos hoy tenemos una llamada a la apertura solidaria, al respeto de otras culturas, razas y credos predicando con nuestros actos, con nuestra mirada; Llevando a Jesucristo en nuestras manos y buen hacer,  y no sólo en nuestras doctrinas dogmáticas.

sábado, 19 de septiembre de 2015

¿De qué discutís por el camino? (Mc 9, 30-37)

Meditando este pasaje del evangelio de Marcos uno vuelve a la realidad del verdadero seguidor de Cristo. No hay vuelta de hoja, ni trampas, ni interpretaciones más allá de la literalidad; No hay escapatoria a la comodidad, ni tampoco acomodaciones al tiempo. El mensaje es muy claro y para la iglesia está cargado de un tono que la interpela y le urge a un cambio radical (quizás en tiempos pasados más que ahora, aunque eso no quiere decir que no esté muy vigente hoy).
“El Hijo del Hombre va a ser entregado…”. Jesús le va enseñando a sus discípulos, y en esa enseñanza hay un punto dramático de realismo, de algo que será más o menos inminente en su persona, su propio padecimiento su propia muerte por los suyos, pero también un mensaje nuevo, algo que no esperan y parece que no entienden, la resurrección final.
Hay miedo a preguntar porque quizás puede que intuyan la respuesta y no quieran ver la realidad; Prefieren quedarse con lo bueno de todo lo vivido y la popularidad que en esos momentos tenía Jesús y de la que ellos también gozaban. Por eso están más preocupados en discutir quién heredará un puesto importante en el grupo o quién estará por debajo y a las órdenes de los otros. Seguramente Jesús les iba oyendo, y cuanto más se empeñaban en discutir sobre la importancia de unos sobre otros, Jesús más se esforzaba por explicarles que esa no es la autoridad que el busca, ni la posición, y que la vida que le esperaba a Él y a todo el que lo siguiera sería más bien un camino difícil.
“¿De qué discutíais por el camino?”. Los discípulos no quieren decirle a Jesús de lo que discutían por el camino porque, en el fondo, sabían que eso no estaba bien, que Jesús no lo iba a aplaudir y les reprendería.
Es curioso ver como, sobre todo en algunos momentos de la historia de la iglesia, algunos-muchos cristianos hemos hecho oídos sordos, no hemos sabido leer, no hemos visto al Jesús que brilla en este y otros muchos relatos. Es absolutamente escandaloso el estilo de vida, las preocupaciones y actitudes que ha tenido la iglesia para con el mundo y en el interior de ella misma. Es tan clara la Palabra en relatos como este, que es imposible que se nos haya pasado desapercibida.
“Quien quiera ser el primero…”. Afortunadamente llevamos unos años que, gracias a muchos cristianos que se dejan empapar por el “Jesús de las sandalias” (como me gusta llamarle a mí), y sin que sus criterios sean más poderosos que la autoridad de la misma Palabra, han sabido transmitir con sus obras que estábamos en el camino equivocado, que incluso éramos, somos a veces, un anti testimonio, para el mundo.
“El que acoge a un niño como este en mi nombre…”. El mensaje está claro. La verdadera novedad de Jesús es que sólo quién entiende que Dios está con todos, sobre todo con los más débiles, se puede acercar a Dios con plenitud.
El mundo necesita caridad-amor, vivimos en un mundo que demanda la presencia de Jesucristo constantemente, y si en verdad la iglesia es el Cuerpo de Cristo, debemos estar en dónde sabemos que estaría Él.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Y tú ¿Quién dices que soy Yo? (Mc 8, 27-35)

Jesús nunca vivió del qué dirán; no porque no le importara la opinión que de sí tuvieran los demás, sino porque la certeza de su misión superaba cualquier juicio de valor humano. Sin embargo pregunta: ¿Quién dice la gente que soy? Seguramente Jesús imaginaba la respuesta. Respuesta confusa, variada, incluso descabellada; Había para todas las opiniones. No existía una opinión unánime sobre su persona; las respuestas “bailaban” desde los grandes profetas pertenecientes a la Antigua Alianza, Jeremías, hasta lo más novedoso de la época, Juan Bautista, pero en ese largo intervalo de siglos de historia cabían muchas personalidades y acontecimientos.
La pregunta inicial iba encaminada, no a buscar la respuesta sobre lo que la gente pensaba de Él, sino más bien, a si los suyos sabían con quién estaban y porqué: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Me atrevería a decir que ni el mismo Jesús se esperaba la segura, rápida y enérgica respuesta de Pedro. Precisamente el que mostraba más inseguridades y le planteaba más idas y venidas entorno al seguimiento, fue el que lo reconoció como “El Mesías”.
Reconocer en Jesús al Mesías esperado durante siglos no es fruto de una imposición colectiva, no es algo fácil por los antecedentes y presentes que vivían los judíos en torno a la figura del esperado. Pedro profesa un acto de fe libre y personal. Dentro de la comunidad de los discípulos cada uno lleva su propio proceso, y él se declara abiertamente seguidor confeso del Mesías, Jesús de Nazaret.
Si el evangelio no supone una interpelación personal constante y actual, no podríamos llamarlo evangelio. Y tú ¿Quién dices que es Jesús? El credo que profesamos como comunidad cristiana no serían más que palabras elaboradas durante siglos por la Iglesia, y que repetimos en comunidad, pero en realidad algo poco encarnado, impersonalizado, volátil, débil… si no ha sido antes un acto de fe personal, un reconocer a Cristo como el esperado en tu vida, sabiendo que eso traerá consecuencias en la misma y la transformará.
“El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”.
También corremos el riesgo de repetir sin más unas palabras elaboradas por la tradición y dulcificadas, sin entender verdaderamente lo que significa seguir a Jesús encarnado.
Pedro reconoció a Jesús como Mesías porque estaba con Él y veía a diario sus obras, escuchaba sus palabras y seguramente quedaba admirado de la cantidad de gente que seguía a su Maestro. Pero, en ese momento, se quedó ahí sin ver más allá, sin prever que ese compromiso le llevaría a Jesús a padecer sufrimiento y dolor por su coherencia vital. Por eso Jesús le/les interpela, porque ve que no asumen lo amargo del camino y posiblemente se quedan en lo dulce; Jesús quería hacerles reflexionar si estarían dispuestos a padecer por su fe en el reino.
Hay gente que piensa que los creyentes vivimos más felices y serenos que el resto de los mortales; Que el hecho de la esperanza de la fe evita sufrimiento e incertidumbres, sobre todo en lo que habrá más allá de la muerte. Y dentro de la comunidad también existen hermanos que creen sin ir más allá, quedándose en las formas y las liturgias, pero sin encarnar su fe y asumir sus cruces.
Los cristianos hemos de tener en el horizonte la resurrección, pero eso no nos evita que el trabajo por el reino a veces sea difícil y entrañe dolor y desesperanza. Todo esto no es malo, es simplemente humano, pero si es cierto que la fe hace (o debería hacer) que las cruces se asuman de otra manera y que no tengamos la sensación de recorrer este camino en soledad.

viernes, 4 de septiembre de 2015

"Effatá". Abríos a los demás (Mc 7, 31-37)

Jesús es un milagro; Jesús es El Milagro. Lo que la humanidad estaba esperando. No necesita de demasiadas presentaciones porque sus obras, signos y prodigios, le acompañan y hablan de Él.
A veces, desde la teología más dogmática, nos hemos empeñado en demostrar históricamente ciertos milagros que la tradición y la Escritura le han atribuido a Jesús, casi perdiendo de vista que el verdadero milagro es Él, su forma de hacer las cosas, el estilo de vida que propone, y no tanto lo sobrenatural.
“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón…”. Lo que sí es evidente es que Jesús estaba en constante contacto con la gente, en permanente e intima común-unión con su pueblo, con el mundo. Que sabía de los sufrimientos, dificultades y necesidades de aquellos que le seguían.
“Apartándolo de la gente le metió los dedos en los oídos y…le tocó la lengua”. Le presentaron a un sordomudo para que le impusiera las manos, para que le tocara con sus manos. Seguramente era una persona que no tenía ni voz ni voto; Una persona que no podía o no quería comunicarse con los demás. Jesús actúa de manera personal. Se lo lleva aparte de la gente porque requiere cuidados y atención individual, necesita un acompañamiento, un proceso muy personal. Para Jesús la gente no era ganado, cada persona tiene su dignidad y es única.
Es necesario que Jesús le toque. Cuando Jesús le toca brota el oído, el habla, el tacto, la vista, brota la vida… Cuando por esta vida uno va perdido, sin rumbo fijo; Cuando no se tienen ganas de contacto con nadie, no hay ganas de comunicar nada, no se tiene interés (el sordomudo no busca directamente a Jesús porque seguramente no lo conoce, pero se lo presentan) pero se descubre la propuesta de Jesús y te toca de verdad, se pierde el miedo y se suelta la lengua, cambia tu vida.
En nuestra sociedad, la sociedad de la comunicación más avanzada, de lo inmediato; En una sociedad donde se supone que debemos ser expertos en comunicación personal, estamos sufriendo una especie de contradicción continua. Parece que cuantos más medios tenemos, realmente menos comunicados estamos. Estamos acostumbrados a ver cómo, en pequeñas reuniones de amigos o incluso en pareja, estando al lado de los otros ni siquiera nos miramos a la cara, no surge una conversación fluida porque lo que nos acompaña constantemente son nuestros dispositivos móviles y, teniendo a personas reales al lado, nos comunicamos con gente que está lejos o nos entretenemos con nuestras apps. Sabemos cosas, muchas cosas, de los demás pero muy superficiales; Vemos miles de fotos de las vidas “felices” que se cuelgan en las redes sociales, pero no sabemos de las vidas de las personas, de los problemas, anhelos, alegrías y dificultades reales de los que tenemos al lado.
Jesús nos enseña a que el trato personal, la dedicación a los otros, es lo que nos humaniza. Nos enseña a tocar, acompañar, hacer ver que estamos cerca del que lo necesita.
“Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Irremediablemente, esta afirmación nos recuerda al relato de la creación del Génesis, en dónde después de crear se afirma que: “Vio Dios que todo era bueno…”. Jesús todo lo ha hecho bien porque es la presencia de Dios en la tierra, porque Dios todo lo hace bien para con sus hijos. A nosotros sólo nos queda fiarnos de Él y querer que siga haciendo cosas buenas en nosotros.

sábado, 29 de agosto de 2015

Un culto vacío (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)

La cuestión de la limpieza, la pureza, la dignidad de unos hombres sobre otros… ¿quién es quién para juzgar tales cosas? Y sobre todo ¿con qué criterios o vara se puede medir eso?
Si bien es cierto que para convivir entre los hombres necesitamos normas, leyes, e incluso ritos  y unos requisitos mínimos que cumplir, siempre inventados por hombres para los hombres, parece ser que no lo es así para Dios, o al menos no las normas que creemos que nos sirven entre nosotros. Jesús deja claro que un rito vacío se puede convertir en ofensa, e incluso en injusticia, aunque creamos que va dirigido a Dios.
“¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”. Algunos hombres se aferran a las tradiciones por miedo a los cambios, se aferran a lo que se ha hecho siempre pensando que todo lo demás no está bien, y que así lo quiere Dios; Y en realidad es que sus miedos nos les dejan avanzar, sus miedos nos les dejan ver que con tradiciones trasnochadas pueden estar cometiendo injusticia o como mínimo actos estériles.
Hay una crítica que la gente que no se siente de la comunidad eclesial, aunque la mayoría estén bautizados, nos hacen a “los que vamos a misa” como dicen ellos, y que a mi cada vez me cansa más oírla aunque, como casi todo, puede que tenga algo de verdad (aunque no con el sentido con el que disparan dicha crítica). Esa crítica fácil, porque no se puede llamar de otra manera, se lanza con frases como esta: “Los que van a misa muchas veces son los peores” o “¿Es que por ir a misa se es más bueno?”, o ataques como “Los que os dais golpes de pecho sois luego los peores”. Evidentemente, cuando se entabla conversación con alguien que prejuzga de esa manera, si se puede hablar, hemos de hacer ver que no es así, pero hoy me gustaría, desde la corrección fraterna, analizar algo de estas críticas porque, como he dicho antes, se basan en algo. Creo que en el fondo de estas críticas pueden estar las palabras de Jesús de este evangelio: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
“Dejáis de un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Lo peligroso de todo esto, es que podemos estar confundiendo los deseos, anhelos, aspiraciones e incluso las ambiciones de los hombres con los que pensamos que tiene Dios. Y si, no vamos a echar balones fuera, en la Iglesia católica esto nos ha pasado a lo largo de la historia y debemos aprender y estar muy atentos a nuestros errores y pecados que a lo largo de siglos hemos cometido con hombres y mujeres.
En la Iglesia creemos firmemente que estamos guiados por el Espíritu Santo y que Él se manifiesta, una de las maneras de manifestarse pero no la única, a través del magisterio y la tradición. Pero eso no ha de ser excusa para que, dentro de nuestra comunidad, no estemos en permanente revisión a la luz de dicho Espíritu y siempre en oración, intentando dilucidar lo que Cristo quiere de nosotros para el mundo.
“Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro”. He conocido en generaciones anteriores a la mía como han sido educados bajo la sombra permanente del pensar que casi todo era pecado. Evidentemente esto marca ya toda la vida de esa persona si no se tiene la oportunidad de descubrir que el evangelio es tan maravilloso que parte de la libertad de los hijos de Dios y del amor a los hermanos; Y en otros, no pocos, esa educación ha provocado una contrarreacción que les ha llevado al otro extremo del que he hablado al principio.
Ver demonios donde no los hay, creer que todo lo que hay fuera y se sale de nuestros esquemas viene del maligno es un error, porque el maligno está allí donde se le deja estar y, a veces, está dentro de nosotros. Ser humilde para distinguir lo que es de Dios y lo que es de los hombres, nos ayudaría mucho en el interior de la comunidad y también hacia fuera, en la misión.